'El Imparcial' busca un alma nueva
Los dueños del antiguo periódico quieren transformar el edificio protegido de Tirso de Molina en hotel, pero su proyecto choca con la burocracia
El 12 de febrero de 1913, El Imparcial abría con una noticia sobre la muerte de Scott en la Antártida un año antes. Se hacían públicas las notas encontradas sobre su cadáver en las que explicaba cómo al llegar al Polo se había topado con la bandera noruega plantada por Amundsen. "Estamos débiles, nos es difícil sostener la pluma con la mano", se despedía el explorador. La siguiente noticia trataba sobre otro adiós. El periódico se mudaba al día siguiente a su nueva sede en la calle del Duque de Alba, 4, y se despedía con melancolía de la que había sido su casa durante 25 años en Mesonero Romanos: "Dejará de vibrar todo el complicado mecanismo que se llama un gran diario, y las paredes solas, la imprenta y el patio de máquinas vacías, la redacción desierta, darán idea de un tránsito, de un cuerpo que ha perdido su alma".
El Imparcial vivió en Duque de Alba hasta 1933, pero hoy su imprenta aloja uno de los últimos cines X de Madrid. En sus oficinas administrativas hay un banco y su sala de redacción lleva años vacía. Eduardo Gasset y Artime fundó el periódico a mitad del siglo XIX, inscribiendo como domicilio su propia casa. A medida que fue creciendo, se trasladó de sede en sede hasta que encargaron al arquitecto Daniel Zavala uno de los primeros edificios ad hoc capaz de albergar un diario moderno y liberal.
La inmobiliaria Noroeste Barragán lo compró hace unos años a los herederos de Gasset por unos cinco millones. Es una empresa familiar y el padre tenía el sueño de crear una institución cultural para artistas madrileños. Restauraron la fachada y buscaron proyectos, pero desde entonces, falleció el padre y llegó la crisis. "No queremos deshacernos de este edificio, le tenemos mucho cariño, era el sueño de mi padre, pero necesitamos un empujón institucional", explica Miguel Ángel Barragán en la diáfana sala de redacción que se alquila para rodajes y sesiones de fotos. Le gustaría montar un pequeño hotel, una cafetería o una galería en la planta de arriba (donde estaba el archivo y la vivienda del conserje).
Si el negocio diese buenos resultados, se plantea reconvertir el cine en un auditorio o un espacio escénico. Su problema: la burocracia. El edificio está catalogado con protección integral, por lo que cada actuación implica un complejo papeleo. Lo más frustrante para los dueños es que en 2006, con la anterior propiedad, se aprobó un plan especial según el cual se podría derribar el cine para recuperar el patio de manzana a cambio de construir un nuevo edificio de tres plantas. "Para nosotros es inviable económicamente", explica Barragán, porque la inmobiliaria no puede afrontar una inversión así, ni dejar de contar con los ingresos del alquiler del cine. Es decir, la ley les permite hacer un obrón, demoler el cine (que además es una maravilla de los cincuenta) y plantar un edificio nuevo, pero no les pone nada fácil meterse en una obra más modesta, la única que se pueden permitir. El resultado es un edificio histórico más echándose a perder en el centro.
"Con tanta burocracia, al final, en Madrid, los únicos que consiguen hacer algo son los okupas... Nosotros queremos hacerlo bien, pero sentimos que no nos dejan, parece que hay que sentarse con el alcalde para poder hacer algo", dice Barragán. Teniendo en cuenta que son dueños de un edificio único en la ciudad, y que tienen el dinero y las ganas de hacer algo útil con él para que no siga siendo "un cuerpo que ha perdido su alma", no estaría nada mal que alguien se sentase, en efecto, con ellos.
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