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Columna
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Fumar fuera

España acepta la ley antihumo. La encuesta publicada por EL PAÍS esta semana refleja que el 85% de los fumadores sigue yendo al bar igual que antes de la ley antitabaco. Ahí están incluidos alrededor de la mitad de los que fuman que son el 28% aproximadamente. Así que el balance de los primeros 15 días deja bien claro que la inmensa mayoría de los fumadores respeta la norma y que los que no fuman agradecen el poderse tomar un café o una cerveza sin respirar alquitrán. Desde luego que ha habido excepciones, ¿cómo no las iba a haber en un país que tiene en el bar su segunda casa?

Siempre surge algún berzas que trata de imponer su humo por la fuerza bruta, descerebrados que confunden el puro con la patria y egoístas patológicos a quienes la salud de los demás nada les importa. Algunos representantes del sector hostelero cargarán toda su vida con la vergüenza de haber invocado la libertad para anteponer los intereses del negocio a la salud de sus clientes y empleados.

En Madrid un tal Marcelino achacó a la ley antitabaco el despido de uno de sus empleados

Aquí en Madrid pasará a la historia del cinismo el nombre de ese tal Marcelino que achacó a la ley antitabaco el despido de uno de sus empleados a las 48 horas de entrar en vigor. Pensaría que somos imbéciles. Por fortuna, su proceder es una excepción, la inmensa mayoría de los dueños de bares, cafeterías y restaurantes han encajado la norma pensando en atraer a esa otra clientela que antes apenas pisaba sus establecimientos porque no soportaba la peste e imaginando soluciones para los fumadores más recalcitrantes. La más inmediata y espontánea ha sido la de instalar en las puertas de sus locales mesas y banquetas altas que permitan al público consumir en la calle. Era un hábito poco extendido en Madrid pero ya tradicional en las ciudades castellanas o del norte de España donde el frío no impide que la gente alterne fuera. El uso de toldo hará de pantalla acústica para evitar molestias a los vecinos.

La otra posibilidad, más elaborada, es la utilización de las terrazas durante todo el año. Y atención porque estamos ante una opción que puede cambiar la fisonomía de nuestras calles. Las terrazas son elementos animadores de la vía pública que, salvo excepciones, en nuestra región se limitaban a la temporada primavera-verano. Más allá de septiembre eran pocos los establecimientos que mantenían las mesas fuera. La prohibición de fumar en locales cerrados replantea ahora el acondicionamiento de las terrazas y veladores para su utilización en pleno invierno. De momento, los distribuidores de estufas para intemperie reconocen haber multiplicado por 10 sus ventas en los primeros días del año. Es algo que ya ocurrió antes en otros países europeos que acabaron hace años con el humo de sus bares.

Ciudades nórdicas, donde era impensable la explotación de las terrazas más allá de los calores del verano, vieron brotar esas farolas eléctricas o de gas para que sus clientes pudieran fumar fuera. Los casos más paradigmáticos son los de Londres y Dublín, dos capitales donde el invierno es extremadamente frío y lluvioso y donde ahora proliferan las terrazas al aire libre como si disfrutaran del clima mediterráneo. Desde la prohibición los veladores y las estufas de exterior fueron alterando el aspecto urbano dando a las calles una vitalidad de la que antes carecían. Ahora aquí los Ayuntamientos deben flexibilizar y adaptar sus normativas a esta nueva realidad y no actuar arbitrariamente como suelen hacer con las inspecciones o limitarse a hacer caja con las tasas que les cobran a los locales por el uso de la vía publica. Estamos ante un cambio de hábito y hay que hacer de la necesidad virtud.

Tengo la impresión de que con la prohibición de fumar terminará ocurriendo lo mismo que les sucedió a los comerciantes con la peatonalización de las calles. Muchos se manifestaron en contra porque creyeron que sería su ruina, y fue su salvación.

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