Berlusconi canta al amor
Ignora este crítico la filiación política del escritor y cineasta italiano Federico Moccia, pero, sea cual fuere, no es descabellado vincular el llamado fenómeno Moccia con lo que, en su sentido más general, podríamos llamar la berlusconización de la vida. Puede parecer exagerado que a un servidor le viniese a la memoria eso de "Giovinezza, Giovinezza / Primavera di belleza", el estribillo que cantaban las legiones mussolinianas, al contemplar esta inquietante ficción rosa que exalta la fuerza del puño y el músculo ciclado como imperativo para la humidificación del imaginario femenino adolescente. O que una escucha a todo volumen del Inneres auge de Franco Battiato se impusiera como urgente necesidad higiénica, la perfecta alternativa sonora a la ducha tras la violación.
Tres metros sobre el cielo no es la primera adaptación cinematográfica de la novela que supuso el debut literario de Moccia -o sea, el Big Bang de un Apocalipsis del gusto-, pues Luca Lucini ya facturó una versión italiana en 2004. Fernando González Molina -que, tras Fuga de cerebros (2009), no se afirma como el John Hughes local, sino como un competente mercenario al servicio de la estulticia de multisalas- tampoco es el primer director español en sucumbir al fenómeno: Luis Prieto ya dirigió en Italia Ho voglia di te (2007), que fue una de las películas más taquilleras de la temporada en la cartelera de allí. A Tres metros... le cabe, eso sí, el dudoso honor de querer adaptar la patología Moccia a claves cercanas, a través de los rostros de Mario Casas y María Valverde, actriz digna de mejor suerte, y los escenarios de Barcelona.
El trabajo de González Molina es competente en sus formas, hilarante en sus puntuales estallidos de cursilería y tremendamente perturbador en su entronización simbólica de arquetipos masculinos agresivos y figuras femeninas deslumbradas ante la fuerza del macho. El cineasta parece más preocupado en que ninguna marca se queje del product placement que en deletrear bien el nombre de alguno de sus actores en los créditos iniciales. Una involuntaria declaración de principios: el futuro cine español estará antes integrado por productos (como este) que por películas (como antes).

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