Reino Unido se suma al rescate
Londres teme el contagio si se produce la quiebra de los bancos irlandeses
La decisión de Reino Unido de colaborar en el rescate de Irlanda, a pesar de tratarse de un país no integrante de la eurozona, supone un giro a la política británica de no asistencia a los socios de la Unión Europea con problemas financieros y económicos. Y responde a su propio interés nacional, porque el Gobierno de David Cameron teme las repercusiones de la crisis del Tigre Celta en su propia economía y en el sistema bancario.
Mientras los inversores de la City ya dan por segura la puesta en marcha de un plan de ayuda de la UE a Irlanda, el Reino Unido está dispuesto a poner sobre la mesa hasta 6.000 millones de libras (más de 7.000 millones de euros). El ministro de Finanzas británico, George Osborne, declaraba el martes por la noche: "[Respaldar] a nuestro vecino más cercano dando los pasos que sea necesarios es lo más conveniente para el interés nacional británico".
El riesgo de la banca británica es de 109.000 millones de euros
Mientras, el primer ministro, David Cameron, afirmaba en el Parlamento y de forma genérica: "La estabilidad o inestabilidad de otros países tienen un impacto en nuestra economía abierta". Así aludía en realidad a dos factores muy precisos que marcan la vulnerabilidad británica ante la crisis irlandesa: el considerable volumen de los intercambios comerciales entre ambos países y de la actividad de los bancos británicos en la República.
El vecino celta es el quinto socio comercial de Reino Unido (con quien comparte frontera terrestre a través de Irlanda del Norte), cuyas exportaciones a ese país alcanzaron los 19.000 millones de euros el año pasado. Esta cifra supera el total de ventas a China, Brasil, Rusia e India. El impacto en ese sector ha sido esgrimido por Cameron para matizar las críticas desde las filas de su propio Partido Conservador a participar en el rescate de Irlanda cuando el Gobierno británico está empleado a fondo en reducir el gasto público nacional. Pero lo que principalmente inquieta en Downing Street -aunque sus portavoces intenten minimizarlo- es el riesgo de que una quiebra del sistema financiero irlandés acabe contagiando a los bancos británicos, apenas restablecidos de la crisis de 2008-2009.
Una entidad británica, el Royal Bank of Scotland, ocupa el primer lugar entre los 10 bancos más expuestos a la deuda pública irlandesa (la cifra supera los 5.000 millones de euros), y también el Lloyds Banking Group integra esa lista. Fuentes del sector estimaban a finales de junio que la banca británica podría estar expuesta por un valor total de unos 109.000 millones de euros. "Dado que varios de los grandes bancos del Reino Unido están hoy intervenidos por el Estado, las pérdidas asociadas a su actividad en Irlanda también afectarían a las cuentas fiscales del país precisamente en tiempos de austeridad y recortes", subraya el analista de UBS, Geoffrey Yu.
George Osborne ha intentado conjurar ese alarmismo asegurando: "Los bancos del Reino Unido han superado otras pruebas, el sistema está bien capitalizado y nuestro compromiso (de ayuda) obedece a que somos buenos vecinos de Irlanda, no a que estemos preocupados por nuestra banca".
El ministro de Finanzas añadió: "Ni el Banco de Inglaterra ni la Autoridad de Servicios Financieros me han expresado (FSA) una especial inquietud" al respecto. El gobernador del banco central, Mervyn King, ha declarado sin embargo que la exposición del sistema bancario británico a las turbulencias en Irlanda "no es en absoluto trivial". También el comisario europeo de Asuntos Económicos, Olli Rehn, destacaba esta semana las "fuertes interconexiones entre los sistemas bancarios de ambos países".
Por eso no se descarta que la asistencia económica de Londres acabe canalizándose a través de préstamos bilaterales, un escenario que subrayaría la importancia estratégica que tiene para los británicos la recuperación del maltrecho vecino irlandés.
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