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Una musa de Berlanga

Madrid desde el cristal berlanguiano

La obra del director valenciano está ligada a una ciudad y una región a las que llegó con 26 años

Se reunían en el Pub Inglés de El Corte Inglés de Raimundo Fernández Villaverde. Charlaban sobre lo divino y lo humano y, sobre todo, se aprovechaban de las estupendas vistas que ofrecía el local sobre la planta de caballeros de los grandes almacenes. Por allí deambulaban matrimonios de cierta edad, él con la cara de enfado que le provocaba el ir de compras, ella con un dominio absoluto de la situación. Él se probaba una chaqueta y ante la insistencia de la señora subía y bajaba los brazos doblados a modo de un absurdo aletear para comprobar la bondad de las costuras. Detrás de los cristales del pub, dos genios de la observación y la narrativa cinematográfica y literaria: Luis García-Berlanga y Rafael Azcona.

La vida y la obra de Luis García Berlanga (Valencia, 1921-Madrid, 2010) está vinculada a Madrid desde que a los 26 años decidió instalarse en la ciudad para estudiar cine. Un año después rodaría su primer cortometraje, Tres cantos (1948), al que siguieron Paseo por una guerra antigua y El circo. Debutó como realizador de largometrajes en 1951, codirigiendo con Juan Antonio Bardem Esa pareja feliz, película con aires renovadores en la larga posguerra del franquismo y en la que ya sobresalían actrices y actores como Elvira Quintillá, Fernando Fernán Gómez o Matilde Muñoz Sampedro. El costumbrismo madrileño comenzaba a ser un arma cargada de futuro, que diría el poeta.

El talento de Berlanga se ratificaría en sus siguientes películas: ¡Bienvenido, mister Marshall! (1953), de la que aún se recuerdan las airadas protestas de Edward G. Robinson, miembro del jurado de Cannes, por el último plano en el que una banderita de Estados Unidos flotaba rumbo a la cloaca, protestas que encontraron su complemento en los homenajes y buenos recuerdos que guardan los habitantes de Guadalix de la Sierra reconvertidos en extras de un falso pueblo andaluz.

Si ya con el derrumbe del sueño americano Berlanga demostraba que un pueblo madrileño podía hacerse pasar por una localidad de ese paraíso fiscal, a juicio del simplista diputado catalán Puigcercós, que es Andalucía, con Novio a la vista, el realizador situaba la acción en San Sebastián por más que ocurriera en Benicàssim (Castellón) y más concretamente en el hotel Voramar. Allí desembarcó la troupe berlanguiana en el verano de 1954, un verano y un hotel en el que también estaban un joven estudiante Manuel Vicent, que años más tarde recrearía aquel tiempo en su libro León de ojos verdes, y una joven francesa empeñada en salir como extra en la película, a lo que se negó rotundamente el realizador. Era Brigitte, la hija del matrimonio Bardot, veraneantes habituales de la localidad.

Pero Berlanga no solo era un guionista y un director estupendo, era también un extraordinario ojeador. Tenía un gran olfato para descubrir los talentos ajenos. En 1958 se rodó El pisito, de Marco Ferreri, con guión de Rafael Azcona. Pues bien, un año después comenzaba la colaboración entre el director y el guionista. Se vende un tranvía, un cortometraje dirigido por Juan Estel-rich, fue el primer guión escrito por ambos. En 1961 la pareja firmaba su primera obra maestra, Plácido, a la que seguirían otras obras extraordinarias hasta que con La vaquilla, en 1985, pondrían fin a una relación profesional que generó lo mejor de la filmografía de los dos.

Naturalmente, Madrid estaba presente en casi toda su filmografía, desde la casa de Campo y los barrios de los Austrias de El verdugo a la señorial plaza de Cibeles y el palacio de Linares de la saga de La escopeta nacional, una trilogía que fomentó aún más el anecdotario berlanguiano, pues contaba que, cuando estaban localizando la posible finca del patriarca Leguineche, uno de los lugares que visitaron fue un caserón en Torrelodones que pertenecía a la familia Franco y que se divisa con cierto aspecto sombrío desde la carretera de A Coruña. La sorpresa del realizador fue entrar en un edificio cuyas habitaciones y pasillos estaban absolutamente atiborrados de cientos de regalos y juguetes que los fabricantes levantinos regalaban, año tras año, a los nietísimos y que la familia atesoraba cual urracas en dicha finca.

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Pedro Almodóvar dijo en cierta ocasión que se podría y se debería hacer un documental con el montaje encadenado de todos los planos de películas españolas en los que se vieran los coches que circulaban alrededor de Cibeles. Es una buena idea, pues además de dejar constancia del poder hipnótico de la plaza, se podría observar la evolución de la economía nacional por la calidad de los coches que la rodeaban. Por allí saldría Manolo Morán de guardia urbano, los jóvenes para los que siempre era domingo o los Leguineche llegando a la actual Casa de América.

Jaime Chávarri señalaba acertadamente en el documental de José Luis García Sánchez Por la gracia de Luis que en la filmografía de Berlanga se apreciaba una lenta y constante evolución de sus personajes y ambientes, desde el lumpemproletariado de sus primeros filmes hasta la alta burguesía o la aristocracia venida a menos de sus últimos largometrajes. Llegados a este punto hay que rendir homenaje a María Jesús, la mujer de Berlanga, pues es a ella y a su círculo de amistades, a los que se debe buena parte de la información y anecdotario de las clases altas que circulan por los guiones de esa pareja feliz que fueron Azcona y Berlanga. Si hablamos de dos grandes capacidades de observación (Azcona siempre solía decir que el mejor cine italiano se había degradado cuando sus guionistas dejaron de viajar en autobús), de dos individuos geniales a la hora de absorber el habla cotidiana, los usos y costumbres de la ciudadanía, no se pueden olvidar tampoco las aportaciones de terceros al relatar historias y anécdotas de ámbitos tradicionalmente más cerrados a la observación. Y ahí entran en juego mujeres como María Jesús o las interminables historias personales que surgían en las tertulias de los cafés de una ciudad y sus gentes que acogieron con cariño a un valenciano con un enorme talento para retratarlos.

La capital y sus alrededores forman parte del universo berlanguiano. A la izquierda, Nino Manfredi y Pepe Isbert pasean en moto por el barrio de los Austrias en <i>El verdugo.</i> A la derecha, la localidad de Guadalix de la Sierra, convertida en la imaginaria Villar del Río en <i>¡Bienvenido, mister Marshall!</i>
La capital y sus alrededores forman parte del universo berlanguiano. A la izquierda, Nino Manfredi y Pepe Isbert pasean en moto por el barrio de los Austrias en El verdugo. A la derecha, la localidad de Guadalix de la Sierra, convertida en la imaginaria Villar del Río en ¡Bienvenido, mister Marshall!
El palacio de Linares, hay sede de la Casa de América, en la plaza de Cibeles, fue el escenario en el que Berlanga rodó Patrimonio nacional. En la imagen, Alfredo Mayo (Nacho, en el filme) y Luis Escobar (el marqués de Leguineche) se baten en duelo en presencia de José Luis López Vázquez (hijo del marqués).
El palacio de Linares, hay sede de la Casa de América, en la plaza de Cibeles, fue el escenario en el que Berlanga rodó Patrimonio nacional. En la imagen, Alfredo Mayo (Nacho, en el filme) y Luis Escobar (el marqués de Leguineche) se baten en duelo en presencia de José Luis López Vázquez (hijo del marqués).

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