Red Bull tenía razón
El alemán Vettel, que jamás fue líder durante la temporada, se convierte en el campeón más joven en la historia de la fórmula 1 tras un error de estrategia de Ferrari que relega a Alonso al séptimo puesto en Abu Dabi
El circo de la fórmula 1 se reservó para la última carrera de la temporada una función de campeonato, como corresponde a un deporte que se reinventa cada año, pendiente de las millonarias audiencias televisivas. En un escenario diseñado para la gloria de Fernando Alonso y también para el escarnio de Red Bull, triunfó un alemán de 23 años llamado Sebastian Vettel y perdió Ferrari, saco de todos los golpes por equivocarse de estrategia y conducir al asturiano a una cruel derrota.
La sorpresa resultó tan monumental como mayúscula fue la decepción de muchos aficionados españoles. No es fácil asimilar un resultado que no responde a los pronósticos. Ha habido mucha sorna sobre Red Bull, como si sus patrones fueran unos ingenuos, por no decir tontos, al no infringir el reglamento, incapaces de dar órdenes de equipo y comprender un asunto muy serio, cosa de las grandes escuderías y de los mejores conductores, no una cuestión de una marca de bebidas.
El equipo italiano se equivocó al marcar a Webber y desatender las paradas en talleres
Fue el triunfo de la deportividad y la honradez frente a la novela de intrigas
Hasta Stefano Domenicali, el director de Ferrari, afirmó en la previa de la carrera: "Bebo agua, no Red Bull". No había dudas sobre la victoria de Alonso después de que el sábado, en una última vuelta excepcional, colocara a su bólido en la tercera plaza de la parrilla, dos puestos por delante de su gran rival, el australiano Mark Webber, y por detrás de Lewis Hamilton, mal adversario para Vettel. "Mi deseo es que la carrera sea aburrida", anunció Alonso; "que le gente se duerma".
La trayectoria de Alonso invitaba al optimismo después de contar cuatro victorias, cinco podios consecutivos -siete si se descuenta la carrera de Spa-, hasta llegar como líder a Abu Dabi. Su abanico de posibilidades para ganar el título era tan amplio que parecían sobrar las cábalas. Bastaba prácticamente con marcar a Webber y tener en cuenta a Vettel, circunstancia que podía pasar por ser décimo. Acostumbrado a arriesgarse, implacable como cazador, esta vez Alonso podía ser calculador.
El marco era tan cómodo que resultó contraproducente para el bicampeón, menos guerrero, más espectador. Alonso perdió un puesto nada más salir, superado por Jenson Button, y desde entonces, se sucedió un rosario de calamidades. Ferrari se obcecó en copiar a Webber, rezagado después de rozar un raíl, y se olvidó de Vettel para desdicha de Alonso, que paró en mal momento a cambiar los neumáticos y quedó atrapado en el tráfico, por detrás de pilotos que habían aprovechado la salida del coche de seguridad para detenerse en los talleres, como Vitaly Petrov. La carrera de Alonso se convirtió entonces en un vía crucis por detrás de Petrov . No pudo el español con los dos Renault, el del ruso y el de Robert Kubica, ni con Nico Rosberg, y firmó un séptimo puesto que no le sirvió de nada por el triunfo indiscutible del jovial Vettel, el campeón más joven de la historia.
La Scuderia y, por extensión Alonso, acabaron por ser víctimas de sus propias maniobras, enredados en una carrera tan pensada como mal resuelta, excesivamente pendientes del rival. Red Bull tiró por el camino opuesto: actuó con naturalidad, sin órdenes desde los boxes, confiados todos en sus pilotos. Y no solo le salió una carrera perfecta en Yas Marina, sino que cuadró un Mundial sublime: ganó el título de constructores y consiguió que saliera campeón su piloto favorito.
Un cuento de hadas, un triunfo de la deportividad y la honradez frente a la novela de intrigas de Ferrari, cuyo comportamiento estaba bajo sospecha desde que Felipe Massa facilitó el triunfo al ovetense en Hockenheim después de ser advertido: "Alonso es más rápido. ¿Has entendido el mensaje?". Allí, en Alemania, Maranello certificó públicamente el liderazgo de Alonso, que llegó a recortar una desventaja de 41 puntos a Hamilton.
El mérito del español ha sido tan admirable en su primera temporada en el equipo italiano que nadie duda de que es el mejor piloto del mundo y de que está justificada su ambición de ser el nuevo Ayrton Senna. A diferencia de Michael Schumacher, Alonso respetó la infraestructura de Ferrari, no impuso la contratación de ningún ingeniero y convenció a la fábrica de que trabajara en su favor. Actuaron todos con tanta determinación en su favor que la casa llegó a pedirle perdón por no tener un coche competitivo.
Las cosas salieron tan bien, llegó a formar un equipo tan a su servicio, que Alonso se olvidó de que el favorito era Red Bull, menospreciado mediáticamente, desdeñado por no señalar cómo y quién quería que ganara el título. Hasta que llegó la última carrera y Ferrari perdió el título de pilotos por su estrategia mientras Red Bull lo ganaba por no tenerla, resultado del que no puede desmarcarse Alonso por haber sido el protagonista de la trama. Al igual que ya le pasó en McLaren, el bicampeón debe ser tan cómplice de la victoria como de la derrota de Ferrari, sabiendo, por su puesto, que el mejor piloto no tiene hoy el mejor coche.
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