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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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De charla con Atila en Hungría

Diego A. Manrique

Cuando se desintegró el telón de acero, algunos esperábamos que nos llegaría el rock audaz, el jazz mítico que -con mayor o menor clandestinidad- se hacían en los países del "socialismo real". Para nada: la invasión fue en la otra dirección. Aun hoy, grupos occidentales de serie B -¡Smokie!- llenan recintos en la antigua URSS.

A finales de los noventa, una millonaria banda de metal ligero invitó a la prensa europea a Budapest. Ellos presentaban un trabajo nuevo, recibían un disco de platino o ambas cosas. Resulta que el público húngaro todavía ansiaba sus despliegues de luces, su habilidad con las baladas de mechero. Con todo, el viaje era atractivo -un largo fin de semana- y ni siquiera exigían que escribieras una crónica: los periodistas estábamos allí para engrosar la expedición, quizás para impresionar a los medios locales.

Joe Eszterhas, el guionista mejor pagado de Hollywood, ejerce ahora de católico militante

Los impresionados fuimos nosotros. Se suponía que Hungría había sido la niña rebelde del Pacto de Varsovia, pero no parecía haber avanzado mucho sobre sus países vecinos. Se palpaba una pobreza desgarradora: abuelas vendiendo ropa vieja y piezas mecánicas en plazas céntricas. No había rastro de los elepés de su legendaria discográfica estatal. En muros de casas nobles todavía veías los impactos de las batallas de la rebelión anticomunista de 1956.

Pero habían construido hoteles modernos. En el que nos alojábamos, descubrí por la mañana a un caballero de pelo y barbas blancas, ropa de motero, actitud de rock and roll. Convencido de que estaba relacionado con el grupo que nos traía allí, entablé conversación.

Corrigió mi error. "Estoy aquí por asuntos familiares. Soy Joe Eszterhas". Alias el guionista mejor pagado de Hollywood. Autor de Instinto básico y coautor de Flashdance, podía cobrar dos, tres, cuatro millones de dólares por guión, se filmara o no. Pero lo que más me interesaba eran sus andanzas previas, cuando formó parte del equipo de Rolling Stone en San Francisco. Y se quedó en California cuando Jann Wenner trasladó la Redacción de la revista a Nueva York.

Fue entonces cuando se coló en Hollywood. Un mundo insular, donde su reputación anterior no significaba nada: alguien publicó: "Joe ha dejado a los Rolling Stones para escribir guiones". Curioso: Eszterhas terminaría tratando con Mick Jagger, cuando este aspiraba a productor cinematográfico. También fue vecino de Bob Dylan en Malibú; el cantautor interpretaría un papel concebido por Eszterhas, en la desdichada Hearts of fire.

Tenía mil anécdotas pero también quería información. Al saber de dónde venía, me interrogaba sobre Puskás y sus triunfos en el Real Madrid: "Ferenc creció aquí con mi padre, pertenecían a la misma pandilla, eran tipos duros". Tiempo después, me enteraría de que su progenitor, Istvan Eszterhas, fue un ideólogo del Partido de la Cruz Flechada, los nazis húngaros. En una extraordinaria pirueta, Joe escribió La caja de música, filmada en 1989 con Jessica Lange interpretando a una abogada que debe defender a su padre, un húngaro emigrado a EE UU, procesado como criminal de guerra. ¿Una jugada premonitoria... o preventiva? Posteriormente, Istvan estuvo a punto de ser extraditado a Hungría por actividades antisemitas y le salvó la postura antifascista de su hijo, explicitada también en otra película con Costa-Gavras, El sendero de la traición (1988).

Ojo: cuando nos cruzamos, Eszterhas ya no ejercía de guionista políticamente correcto. Todo lo contrario: era detestado por feministas y conservadores, debido a películas como Jade o Showgirls, abundantes en mujeres manipuladoras y sexo sórdido.

De hecho, había quemado sus naves. Aparte de unos cuantos pinchazos de taquilla, su comportamiento grosero -le llamaban Atila- había alienado a toda la industria. Y se había vuelto al Ohio de su adolescencia. Ya no fumaba ni bebía. Parecía feliz y le felicité: era la viva refutación de la famosa frase de F. Scott Fitzgerald, lo de "no hay segundo acto en las vidas americanas".

Gruñó: "Es de las cosas más estúpidas que escribió Fitzgerald. Fue culpa suya que terminara liado con una columnista de cotilleos. ¡No puedes caer más bajo! Creo que es lo contrario: en América, puedes reinventarte una o más veces".

Acabo de descubrir que él lo ha vuelto a hacer. Atrás quedan sus etapas en Rolling Stone y en Hollywood: ahora es un católico militante, que sermonea regularmente al negocio del cine por sus vicios y excesos. No puedo evitar reírme: recuerdo las barbaridades que me contó en Budapest, dispuesto a quitarme cualquier idea romántica sobre los húngaros y las húngaras. Casi me convence.

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