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Columna
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Política y perdón

Está claro desde el principio de la civilización: no hay perdón en política. Hay políticos concretos, pocos, que pidieron perdón alguna vez (Juan José Ibarretxe lo hizo en una ocasión), pero esa posibilidad se desvanece si pasamos del político concreto a las organizaciones: nunca una ideología política, como tal, ha pedido perdón jamás. Esta sociedad, laica como se dice, reniega de la ética cristiana, así que la posibilidad de que pedir perdón y perdonar obren como práctica reconciliadora, en política y ya casi en la vida, se ha desbaratado para siempre.

Ninguna organización política ha pedido públicamente perdón por nada ni por nadie. En política no hay perdón. No lo ha habido. No lo habrá. Ni se pide perdón ni se concede. Lo más parecido al perdón que hay en política es el olvido, la amnistía. Y puede que el olvido ayude a que el resquemor se ablande, que se diluya el odio. Incluso que desaparezca. Pero no hay perdón jamás. La desaparición de ETA, que es inminente en términos históricos, impone una escenografía. Por eso, mucha gente dolorida, humillada y acosada por la violencia exige de sus ofensores un arrepentimiento explícito, una posición penitencial. Exigen que los terroristas se declaren asesinos, imploren su perdón y se den golpes en el pecho. En el último medio siglo nada ha habido en Euskadi más monstruoso y atroz que el terrorismo. Incluso cuando airean, a modo de cobertura, otras formas de violencia, ellos siempre salen ganando en el ranking horrendo de vidas destrozadas. Pero conviene desengañar cuanto antes a las víctimas: si éstas aspiran a una conclusión teatral de la pesadilla sólo van a encontrar frustración.

No hay perdón en política. Salvo la aniquilación total y definitiva del adversario, como ocurrió con el nazismo, los movimientos totalitarios declinan lentamente, se agostan, ninguno se confiesa equivocado ni dicta, avergonzado, su autodisolución. Sus partidarios siguen viviendo, acomodados a un lugar más modesto del barrio y de la prensa, continúan perorando tonterías, revisando la historia a su antojo, incluso se imaginan vencedores de una lucha ya olvidada, estúpida e inútil. Quiérase o no, las ideologías violentas, carlistas, anarquistas, fascistas, comunistas, franquistas o yihadistas no han protagonizado en el pasado ni protagonizarán en el futuro altisonantes arrepentimientos ni espasmódicas peticiones de perdón. El tiempo los aniquila con el arma moralmente neutral, indiferente, de la extinción biológica.

Los que exigen aquí y ahora que los etarras se rasguen las vestiduras, entre expresiones de abatimiento y contrición, piden un imposible. Porque la historia es cruel y nada tiene que ver con la justicia. Los asesinos (los inspirados por la política) mueren encamados, de puro viejos, sin arrepentimiento. En Euskadi, en Cuba, en Chile, en donde sea. Siempre fue así.

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