Paparruchas
"Somos adictos al papa Benedicto", coreaba la alegre muchachada en las rúas de Compostela al paso del papamóvil y en Madrid se agotaban las existencias de limusinas blancas para pasear en triunfo a las deidades paganas y efímeras del pop internacional. El tour papal coincidía con el ceremonial catódico y ecuménico de la cadena televisiva, el botafumeiro artesanal competía con la apabullante tecnología de los efectos especiales. En la catedral de Santiago y en la Puerta de Alcalá, en la Sagrada Familia y en la Caja Mágica se celebraban eventos paralelos, actos de culto masivo en los que fervorosas multitudes rendían pleitesía a sus ídolos. El Papa visitaba en carne mortal Santiago y Barcelona, pero Lady Gaga solo comparecía en efigie, multiplicada y ampliada como una aparición del más allá ante sus devotos.
La fiesta de la MTV ha costado a la Comunidad y el Ayuntamiento menos de 400.000 euros
Para caldear el ambiente, en una charla presuntamente distendida con los periodistas, Benedicto XVI evocaba los viejos fantasmas de los comecuras y quemaconventos de la República para denunciar el laicismo agresivo del Gobierno de Zapatero, desairando a su anfitrión y benefactor. España ha dejado de ser católica (Azaña dixit), pero sigue pagando como si lo fuera. Paparruchas papales, el signo de la cruz certifica las declaraciones de Hacienda y a su sombra crecen y se multiplican sus colegios y universidades en los que se predica contra la herejía laicista y las teorías de Darwin. Solo Mayor Oreja (no hay peor sordo que el que solo oye lo que quiere oír) refrendaba las diatribas del Pontífice, pastor de un rebaño demediado y disperso.
Los premios europeos de la MTV se vieron en más de 600 millones de hogares cristianos, mientras en las calles y plazas por las que pasaba la comitiva papal se veían huecos y los comerciantes locales se rasgaban las vestiduras por el flaco negocio, la exigua colecta de los fieles. La reina del pop, ausente, y su corte principesca desbancaban al mester de clerecía, sus pompas y boatos, el glamour contra la espiritualidad. Desde Budapest, sin romperse ni mancharse, Lady Gaga con gafas de purpurina marcaba el ritmo de los tiempos. Benedicto XVI exigía más ayudas para la familia cristiana y Eva Longoria presentaba en spanglish a su familia española: "Cuatro musculados chicos en calzoncillos con el nombre de la actriz escrito en el trasero", según la crónica de Manuel Cuéllar en estas páginas.
Desconozco (y me temo que seguiré desconociendo) los dineros públicos invertidos en la visita pastoral y promocional de Benedicto XVI, pero gracias a Ángeles Alarcó, directora gerente de Turismo Madrid, sé que la inversión en la fiesta de la MTV por parte de la Comunidad y el Ayuntamiento ha sido inferior a 400.000 euros (tal vez 399.000), una bicoca para la directora, que cifra en "alrededor de 180 millones de euros" el retorno económico en "medición de marca", inefable concepto, intangible y virtual entelequia, tan inconmensurable como la lluvia de indulgencias que caerá sobre nosotros después de la visita papal.
La gala de la Caja Mágica y los conciertos de la Puerta de Alcalá generaron al parecer más negocio que la gira del Pontífice romano. Eva Longoria aterrizó en Madrid en jet privado y en compañía de nueve amigas, la demanda de plazas hoteleras de lujo subió un 4% y algo más la de vehículos de alta gama para transportar a las estrellas del exclusivo hotel al restaurante exclusivo y al escenario poliédrico. La directora de Turismo y medidora de marcas subraya también los beneficios directos asociados al espectáculo, desde la contratación de guardaespaldas al montaje de los escenarios en los que se desarrolló el fastuoso evento, oportunidad perdida (se supone) para los muñidores de Gürtel, que sin duda hubieran sacado mayor tajada.
Ante el selecto público invitado a la célebre gala, Eva Longoria se disfrazó de jamón ibérico y un descerebrado corto de talla se quedó en pelotas y enseñó el culo. No hay color, Benedicto, ni glamour. Para agradecer el fantástico regalo de la MTV, Madrid cedió la Puerta de Alcalá. La próxima cita, en el Museo del Prado.
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