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La visita del Papa

Decepción entre fieles y empresarios

Santiago estaba preparado para un aluvión de visitantes que no llegó

Sonia Vizoso

6.000 policías. Horario de 24 horas para los bares. Tiendas de souvenirs abiertas desde las siete de la mañana. Santiago amaneció ayer pertrechado para recibir a la avalancha de 200.000 católicos que, según la Xunta (PP) y el Ayuntamiento (PSOE), iba a colapsar sus calles y movilizar la maltrecha economía local. Tras una inversión de tres millones de euros de dinero público y un aluvión de declaraciones políticas cargadas de euforia, a media mañana era la decepción de comerciantes, hosteleros y fieles la que peregrinaba por las calles de la capital gallega.

Desde primera hora, los accesos a la ciudad estuvieron semidesiertos y solo unos 300 de los 1.200 autobuses previstos habían llegado al mediodía a los macroaparcamientos habilitados para la ocasión, según fuentes de Protección Civil. En la ciudad más peatonalizada de Galicia, donde los atascos son el pan de cada día, el tráfico era ayer milagrosamente fluido. "Los únicos que me han comprado recuerdos de la visita son unos policías sevillanos y unos bomberos de Barcelona. Los peregrinos se han asustado", relató Óscar, encargado de la tienda Recordos A Rúa, en el centro histórico de la ciudad y a unos pocos metros de la plaza del Obradoiro, la zona cero del dispositivo organizado por la comisión especial creada por la Xunta para este "acontecimiento histórico".

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Cuando Joseph Ratzinger estaba a punto de aterrizar en Santiago, las expectativas de gran negocio, engordadas día a día desde que se anunció su visita, ya se habían evaporado. Menos devotos de los esperados recibieron al Papa en su peregrinaje en papamóvil hasta la catedral; la plaza del Obradoiro, con 6.000 sillas, tardó en llenarse; y los siete emplazamientos en los que se instalaron pantallas gigantes para atender a quienes desbordasen el circuito papal estaban casi vacíos. Solo por la tarde, algunos de estos puntos, como el céntrico parque de la Alameda, recibieron a cientos de católicos para asistir, en silencio, a la retransmisión de la misa que Ratzinger ofició en el Obradoiro.

En el lado insurgente de la visita papal, un pequeño grupo de manifestantes, cercado por una veintena de policías, coreó a las puertas del casco viejo consignas contra el "machismo" y la "homofobia" de Benedicto XVI -"la Iglesia mata, apostata", "los confesionarios también son armarios"-. Frente a una de las grandes pantallas callejeras, Diego Pérez, sacerdote del Opus Dei de la diócesis de Tui-Vigo, observaba sin inmutarse cómo la afluencia de creyentes no cumplía las expectativas. "El Papa no ha venido para que los políticos tengan un rédito electoral". Y añadía: "Hay una purificación en la fe y aquí está el que realmente quiere estar. Es la raíz de la solución".

"Los 6.000 policías y los 200.000 visitantes han asustado a la gente", interpretó Dionisio Rodríguez, un peregrino de Canarias. Él, que no es creyente, y su compañera de ruta, Georgina Casas, apuraron el paso para llegar el viernes y no encontrarse cortado el acceso a la catedral. Georgina, que sí profesa la religión católica, ve algo más que un susto detrás del pinchazo: "La Iglesia tampoco es lo que era".

Ratzinger saluda en su recorrido por la plaza de la Quintana.
Ratzinger saluda en su recorrido por la plaza de la Quintana.EFE

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Sobre la firma

Sonia Vizoso
Redactora de EL PAÍS en Galicia. Es licenciada en Periodismo por la Universidad de Santiago. Lleva 25 años ejerciendo el oficio en la prensa escrita y ha formado parte de las redacciones de los periódicos Faro de Vigo, La Voz de Galicia y La Opinión de A Coruña, entre otros. En 2006 se incorporó a El País Galicia.

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