Un pararrayos perfecto
Uno de los riesgos ciertos que el PSC corre en las elecciones al Parlament del día 28 es el de convertirse en el pararrayos sobre el que descargue el malestar de los electores socialistas decepcionados, irritados y perjudicados por los ajustes económicos del Gobierno de Zapatero. Tanto da que el objetivo de las elecciones al Parlament sea otro. Tanto da que la gestión de la coalición de izquierdas presidida por el socialista José Montilla sea muy apreciable y su balance sea globalmente positivo. Lo cierto es que se trata de la primera convocatoria a las urnas después de que la crisis financiera y económica obligara al presidente Zapatero a sustituir la alegre política de gestos populistas como el abono de 400 euros a los contribuyentes en el IRPF por otra de signo contrario, que incluye recortes en los sueldos de los funcionarios, por poner solo dos ejemplos a modo de cara y cruz.
El PSC se enfrenta al riesgo de recibir el castigo de los electores de izquierdas dirigido a Zapatero
Son las primeras elecciones después de una huelga general y en una situación económica dominada por la incertidumbre. Un momento que ni pintado para descargar el malhumor político, económico y social provocado por la crisis. El PSC es un partido con responsabilidades de gobierno en los tres niveles de administración existentes y por tanto en todos ellos está expuesto a ser chivo expiatorio. Pero el PSC es un pararrayos perfecto, además, porque los electores socialistas, o una parte de ellos, bien podrían utilizar las elecciones catalanas como desahogo y luego, visto que la extrema derecha sigue marcándole el paso al PP, volver a darle una oportunidad a Zapatero en 2012. Lo que se podría describir como darle ahora una patada al PSOE, pero en el culo del PSC.
En Cataluña hay para el PSC problemas de otro tipo que también cuentan, claro. Que Montilla sea más bien un anticandidato que otra cosa tiene gran importancia, desde luego. También cuenta que el Gobierno catalán haya sido derrotado estrepitosamente en la fijación de la agenda comunicacional y que haya sido la oposición la que haya impuesto su relato de la obra de gobierno en la legislatura que termina. Más el desgaste de siete años de compleja alianza tripartita. Pero todo esto podría ser superado, como lo fue algo muy parecido en las autonómicas de 2006, si el escenario no fuera el de una crisis económica con graves secuelas sociales.
Si se confirmasen las expectativas que colocan a la coalición del centro derecha nacionalista, Convergència i Unió (CiU), como la mejor situada para ganar las dos primeras elecciones que se presentan, las del Parlament y las municipales en la capital catalana, se invertiría la relación existente entre CiU y PSC. De estar en la oposición en la Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona, CiU pasaría a estar en esa cumbre del poder político que desde 2003 ocupa el PSC. Sería un escenario inédito en la historia reciente, pues Barcelona ha tenido siempre mayoría de izquierdas con alcaldes socialistas desde la recuperación de la democracia. Y CiU tendría en sus manos finalmente un poder tan grande como el acumulado por el PSC en los últimos años.
En todo caso, esta es la expectativa más probable en el ciclo electoral que ahora se abre en Cataluña. Lo más chocante de esta situación es que mientras que buena parte de los electores de izquierdas recriminan a los socialistas haber escogido lo que interpretan como una salida de derechas para la crisis económica, son precisamente las derechas las que se aprestan a beneficiarse de los estragos políticos de aquella. En este vuelco, el PSC se llevaría la peor parte. Tanto es así que ahora mismo es más probable que, en 15 o 18 meses a contar desde el próximo día 28, los socialistas catalanes sean apeados de los tres niveles de gobernación en que están -Generalitat, Ayuntamiento de Barcelona y Gobierno central- que lo contrario. Quedaría como está el PSOE en Madrid y Valencia. De la cumbre a los infiernos en un visto y no visto.
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