Escapar de la muerte súbita
El fallecimiento repentino de un deportista es excepcional, pero España aún tiene mucho camino para mejorar en su investigación y prevención
Miguel García cayó como un saco sobre el césped de El Helmántico de Salamanca hace una semana. Su corazón de 31 años falló por dos veces y, mientras sus compañeros lloraban, los médicos de su equipo y del Betis lograron salvarle la vida. Otros jugadores de primer nivel, como el sevillista Antonio Puerta, o Dani Jarque, del Espanyol, por citar solo a los más conocidos, no tuvieron tanta suerte y fallecieron sobre el terreno de juego o tras un entrenamiento sin una explicación razonable.
Porque los deportistas de élite son jóvenes, están en un excelente estado de forma física y son sometidos a exámenes médicos de forma periódica. Por eso sorprende tanto que puedan morir de repente, aparentemente sin aviso. Pero también son personas con enfermedades cardiacas congénitas, que a veces se marean o desvanecen durante un entrenamiento y no le dan mayor importancia. O que tienen antecedentes familiares graves que desaconsejan la práctica deportiva, pero que no han dicho adiós al fútbol de competición hasta que han tenido un susto, como el propio Miguel García o el madridista Rubén de la Red.
"Hay entre 40 y 50 casos anuales", calcula la doctora Boraita
La patología afecta a más hombres que mujeres y el 90% es de origen congénito
La prueba básica cuesta unos 30 euros, pero no es obligatoria
Por eso, lo primero que contestan los especialistas cuando se les pregunta por la muerte súbita en el deporte es que se trata de casos muy excepcionales, con mucho impacto mediático, sí, pero muy poco frecuentes. Y que el deporte no tiene nada que ver. "El deporte es beneficioso y solo es un riesgo para gente que está enferma y que, por una u otra razón, no hemos detectado", resume Luis Serratosa, del servicio médico Sanitas-Real Madrid y del de rehabilitación y medicina del deporte de la Clínica Quirón.
Las últimas estadísticas hablan de que entre 1 y 2 deportistas menores de 35 años por cada 200.000-300.000 sufren algún episodio de este tipo cada año. "Estaríamos hablando de entre 40 y 50 casos anuales, pero la incidencia real en España no se sabe", calcula Araceli Boraita, cardióloga del Consejo Superior de Deportes (CSD).
Tampoco se sabe a ciencia cierta, pero se intuye, que el fútbol no es un deporte de mayor riesgo cardiaco que el resto. Sin embargo, hay más casos porque es el más practicado y, sobre todo, porque la muerte de un futbolista tiene una repercusión mediática infinitamente mayor que la de un atleta popular, por poner solo un ejemplo.
Lo que sí parece demostrado es que es una patología que ataca en mucha mayor medida a los hombres que a las mujeres -10 a 1-, que son mínimos los casos relacionados con el dopaje y que la mayoría de los episodios, hasta el 90% según algunos estudios, se explican por causas congénitas, heredadas. Mientras que entre los mayores de 35 años los infartos están más relacionados con los malos hábitos (tabaco, alcohol, una dieta inadecuada, etcétera).
En los últimos años, muchas veces a golpe de muerte sobre el césped, se ha mejorado en la detección de estas patologías. Desde el año 2007, y a propuesta de la Liga de Fútbol Profesional, todos los campos de fútbol de Primera y Segunda División deben contar con un desfibrilador, esa máquina que permite recuperar el ritmo del corazón a través de impulsos eléctricos y que aplicaron los médicos a un Miguel García inconsciente.
Dos años antes, la Sociedad Europea de Cardiología había hecho su recomendación sobre los reconocimientos médicos: "Con una historia clínica bien hecha, una exploración física y un electrocardiograma en reposo, un especialista en medicina deportiva puede detectar el 90% de las enfermedades cardiacas", resume Serratosa. Para el 10% restante serán necesarias otras pruebas, como electrocardiogramas en esfuerzo o un estudio genético.
Pero aunque la prueba básica no es cara -unos 30 euros, calcula este médico- tampoco es obligatoria. Para competir en España hay que estar federado y para lograr una licencia -existen más de tres millones-, hay que pasar un reconocimiento médico, pero es un trámite que algunos médicos no se toman en serio, asegura Serratosa. Esta situación contrasta con la de Italia, donde desde los años ochenta está en vigor una ley que obliga a todos los deportistas que compiten, no importa a qué nivel, a pasar un reconocimiento médico. Desde entonces han logrado reducir la incidencia de casos de muerte súbita, asegura el médico.
En España, con el mundo del deporte hipersensibilizado, sobre todo desde la muerte de Antonio Puerta en 2007, se intenta mejorar en dos direcciones fundamentales. La primera es la del conocimiento de la muerte súbita. Por eso se ha puesto en marcha un registro específico de casos, donde se centralizarán todos los datos y las circunstancias de cada muerte súbita, haya desembocado en un fallecimiento o no, y al que tendrán acceso todos los especialistas, y un estudio sobre muerte súbita en el deporte que se extiende a los familiares de los enfermos. En estos proyectos colaboran tanto el CSD como la Sociedad Española de Cardiología y la Federación de Medicina del Deporte.
La segunda vía es perfeccionar los reconocimientos médicos a los que se someten los deportistas, y no solo los de élite. En ello trabaja un comité de médicos en el CSD. "Se está decidiendo qué pruebas tiene que tener ese reconocimiento, quién lo tiene que hacer y dónde, y quién tiene que pagarlo", explica Boraita. Será una decisión política si esas pruebas médicas son obligatorias o no para todos los deportistas, por lo que no es previsible que sea a corto plazo.
Hay más terreno para mejorar. El desfibrilador que salvó la vida a Miguel García y es habitual en los aeropuertos y muchos edificios públicos es obligatorio en los campos de fútbol, pero no en todas las instalaciones deportivas. Para Serratosa sería importante que se extendiera su presencia porque son instrumentos "fáciles de usar" y que pueden salvar muchas vidas.
Al margen de la detección precoz y la formación hay otra recomendación de los especialistas en este terreno: evitar la alarma social y, al mismo tiempo, concienciar a los deportistas enfermos de la gravedad de la situación, de que más vale abandonar el deporte que arriesgar la vida. Y eso siempre es un drama, reconocen los médicos. Porque es difícil que un deportista joven -piensen en De la Red- que empieza una carrera exitosa entienda que ese mareo que le dio en un entrenamiento o ese desvanecimiento en la cancha puede ser el indicio de algo mucho más grave.
Muertos en el campo
- Antonio Puerta. El futbolista se desplomó sobre el césped del Sánchez Pizjuán en el primer partido de la Liga 2007-2008, entre Sevilla y Getafe. El sevillista, que tenía 22 años, salió por su propio pie del terreno de juego y murió cuatro días más tarde en el hospital.
- Dani Jarque. El 8 de agosto de 2009 el jugador del Espanyol fallece por un infarto mientras el equipo hacía la pretemporada en Italia. Jarque solo tenía 26 años.
- Ismael González. El pasado mes de abril de este año, el decatleta asturiano, de 25 años, muere durante un entrenamiento.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.