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Columna
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Floreros y jarrones

Si bien el considerable reforzamiento de la figura de Rubalcaba, los pálpitos acerca de la posible renuncia de Zapatero a optar por un tercer mandato y las apuestas respecto a la identidad de su eventual sustituto como candidato socialista a la presidencia han concentrado la atención de los comentaristas, los equilibrios intergeneracionales y de género en el nuevo Gobierno también han ocupado un amplio lugar en los medios. El mayor peso de los ministros con un amplio historial en la etapa de Felipe González (Alfredo Pérez Rubalcaba, Manuel Chaves y Ramón Jáuregui) y la ruptura de la estricta paridad entre sexos han sido interpretados como una renuncia a los principios orientadores del nuevo testamento de Zapatero.

El promedio de edad de los ministros y la ruptura de la paridad son rasgos del nuevo Gobierno de Zapatero

El juvenilismo coloreado de veterofobia de un sector de los socialistas vencedores en el congreso del año 2000 no fue tanto una posición ideológica con ínfulas de generacionismo orteguiano como una estrategia política para el reparto de los recursos siempre escasos del poder. Al fin y al cabo, las ensoñaciones de efebocracia nunca constituyeron un valor de la izquierda, sino una consigna de los fascismos de entreguerra deseosos de atraer a sus filas a los frustrados excombatientes de las trincheras entre 1914 y 1918. La militarización de los grupos de choque de los partidos durante la década de los treinta fue otra de las causas de la boga del mito heroico de la juventud como "primavera de la vida", arrastrada luego al invierno de la muerte por arma de fuego.

Por lo demás, la décima que separa el promedio de edad del actual Gobierno (51,8 años) del anterior (51,7) apenas merece comentarios; puestos a establecer comparaciones, ese promedio fue menor en los primeros Gobiernos de Suárez (42), González (41) y Aznar (44). Tampoco la ruptura de la paridad de género tiene el alcance que se le ha dado: la supresión de los Ministerios de Vivienda e Igualdad y la degradación administrativa de las dos titulares de esas carteras a la condición de secretarias de Estado explica el desequilibrio.

Toda política de acción afirmativa o de discriminación positiva -referida al género, las etnias, las lenguas o las minorías- corre el peligro de adoptar la rígida forma de una cuota inmodificable, ajena a los méritos personales y las necesidades especializadas. Pero los zafios comentarios del alcalde de Valladolid a propósito de la nueva ministra de Sanidad recuerdan la persistencia en la sociedad española -no solo en la derecha y el PP- de un riesgo mucho mayor: la tentativa de reservar a los hombres de pelo en pecho el monopolio de la vida pública. En cualquier caso, las despectivas denuncias de las ministras-florero solo aptas para decorar la mesa de reuniones del Gobierno solo serían atendibles si se vieran acompañadas de dicterios paralelos contra los ministros-jarrón que cumplen idéntico cometido como recompensa por los servicios prestados o por la adulación rendida.

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