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Columna
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Vidas

David Trueba

El otro día un joven me preguntó por qué el programa Gran Hermano se llamaba Gran Hermano. Caí en la cuenta de que el origen del título era una referencia cultural ya tan lejana y difuminada para los espectadores de esta nueva edición como el ejemplo moral e ideológico de George Orwell para la sociedad contemporánea que tanto ayudó a hacer más libre. Gran Hermano se llama Gran Hermano porque proponía una mirada escrutadora, perpetua y superior sobre seres encerrados en una casa. Pero Gran Hermano ha menguado, se debería llamar Hermano Pequeño, que es como llamaban los censores del franquismo al pene cuando prohibían su aparición en algún plano de película. Sería adecuado, porque el programa ya no habla tanto de las dificultades para relacionarse y convivir, sino que se centra precisamente en la genitalia, en las ganas de fornicar, refrotarse y en los vaivenes emocionales del precoito y el poscoito.

Gran Hermano quiso ser metáfora del mundo y se ha quedado en ilustración de la vida minúscula de un coche bakaladero repleto de chavales enfarlopados tras una noche de farra. Era un formato ingenioso, fecundo y original, que ha devenido un afterde 24 horas algo cochambroso por una razón: la selección de personal. No aspira a recluir ejemplares variados sino que es monotemático, con tan solo algún bicho raro en medio de estas explosiones de testosterona y cacha. Los libros están prohibidos, para dejar paso a los jacuzzis y los aparatos de musculación. Qué gran metáfora de la sociedad que quieren fabricar las televisiones más cutres. Y lo peor es que van camino de lograrlo.

A la misma hora en que se reconocían y olfateaban los nuevos candidatos a famoso mediático, La 2 ofrecía un urgente apunte biográfico sobre el escritor chileno Roberto Bolaño. Dentro de su programa Imprescindibles, recorría su viaje tropezado desde el Chile golpista a Blanes. El pastelero, la quiosquera, el chico de la tienda de videojuegos ofrecían una imagen certera de un tipo que escribía y leía, leía y escribía, antes de morir y ser presa de mitificaciones y malditismos de galería. Un tipo que quiso llamar a un libro Tormenta de mierda y no pudo. Alguien que persiguió el éxtasis abrasador entre tabaco y frío. Hay muchas vidas por contar.

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