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Análisis:EL ACENTO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

¡Máscaras fuera!

JoeBoomo8, jimmyJeanoo9 y greyspector09 volcaron en YouTube una serie de frases en las que denigraban a Carla Franklin, una ex modelo afroamericana que se graduó el año pasado en la escuela de Negocios de la Universidad de Columbia. Las imágenes de los vídeos no eran ofensivas, pero los comentarios sí: la llegaban a calificar de puta. Así que este verano, Carla Franklin demandó a Google en un tribunal de Manhattan exigiendo que desenmascarara a quienes la habían insultado. Y ha ganado: en un plazo de 15 días, la empresa deberá darle los nombres, las direcciones y los teléfonos de quienes se esconden bajo la máscara de esos ridículos nombres.

Si no hay apelación y el gigante de las nuevas tecnologías termina por sacar del anonimato a los que molestaron a la ex modelo y actual consultora, el paso que se habrá dado para proteger el derecho a la propia imagen será inmenso. En la Red es muy fácil que proliferen los insultos, los rumores y falsas denuncias, los inventos que producen morbo, las imágenes robadas que destruyen carreras, los testimonios más abyectos si tienen relación con el sexo, las drogas o la muerte.

Exactamente como en la vida real, salvo en un detalle. En la Red, cualquiera que vacíe allí sus peores instintos siempre puede hacerlo oculto detrás de un seudónimo. Y, por eso, nunca pasa nada. No hay culpables, fue un tal JoeBoomo8: es decir, nadie.

Carla Franklin, sin embargo, decidió que no estaba dispuesta a no saber quiénes eran los que la estaban llamando puta. Había dejado de ser modelo, terminado una carrera, buscaba trabajo. La ocurrencia de quienes montaron los vídeos podría haberle causado consecuencias mucho más graves que las que ya padecía, las de digerir los insultos de unos enmascarados. Unos insultos, además, que pueden permanecer una larga temporada en la Red y estar ya para siempre asociados a su nombre, y que saltan a la vista de cualquiera con solo dar un golpe a una tecla.

La libertad de expresión, el derecho a la propia imagen, el respeto a la intimidad: esos son los vértices de un triángulo envenenado. ¿Cómo establecer los límites entre una cosa y la otra? Obligar a dar la cara a quien lanza un insulto detrás de una máscara es, sin duda, una buena iniciativa.

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