Librepensador activo
Por supuesto, a Mario Vargas Llosa no le han concedido el Premio Nobel por sus ideas políticas sino por su literatura, cuyo mérito a nadie recuerdo haber oído discutir. Pero también sus actitudes en lo ideológico -cambiantes porque se refieren a experiencias históricas, aunque siempre razonadas- han merecido general respeto hasta por parte de quienes discrepan de ellas, con algunas pocas excepciones (Oliver Stone, ese intelectual del cine cuya profundidad hace que Steven Seagal parezca Carl Dreyer, un actor de Animalario que a veces se toma demasiado literalmente el nombre de su grupo, etcétera). Se aprecia en Vargas Llosa, más allá de aciertos o desajustes, la honradez de un librepensador que no acepta en bloque los estereotipos de la izquierda o la derecha, sino que analiza cada cuestión en sí misma, ya se trate de la política israelí, el desarrollo económico, la despenalización de las drogas o las corridas de toros.
Sorprende la poca atención que se ha dedicado a los compromisos de Vargas Llosa en la propia España
Pero se trata además de un librepensador activo, que interviene y se compromete en los asuntos públicos, sin desdeñar cuando lo cree oportuno asumir molestias y hasta riesgos personales. El caso más notorio fue su candidatura a la presidencia de Perú, una aventura que fue cualquier cosa menos cómoda o fácil y cuyas peripecias ha contado mejor que nadie en El pez en el agua. Todo ello ha sido glosado estos días, al calor de la concesión del Nobel, con la esperable profusión y hasta redundancia en los medios de comunicación españoles. Por ello sorprende, en cambio, la escasa atención que han dedicado a los compromisos que ha asumido en la propia España y cuya relevancia no es precisamente menor. Sobre todo porque no han ido a favor de la corriente ni se han limitado a lo declamatorio. Me gustaría detenerme un momento en dos de ellos que conozco de primera mano.
Es sabida la firme actitud de Vargas Llosa contra cualquier terrorismo y por tanto también contra ETA. Pero solo algunos medios informativos vascos han señalado su decidido apoyo al movimiento cívico Basta Ya. Con el respaldo de su firma siempre que hizo falta, pero también con su presencia entre nosotros cuando se lo pedimos. Puedo asegurarles que no fue un comportamiento habitual: cuando solicitábamos implicación personal, todo eran largas, ocupaciones ineludibles o escrúpulos ideológicos acerca del contexto. Salvo excepciones que no olvidamos, nadie quería que le tomasen el número cambiado -todo es tan complejo, todo tiene tantos matices...- o que le distrajesen de las dignidades propias de su rango intelectual. Ellos dejaban claro su condena de los malos, pero no querían que se les impusiera la compañía vulgar y a veces fastidiosamente reivindicativa de los buenos. "No sabéis cómo os admiro" era la salutación de quienes luego nos informaban de que iban a quedarse en casa. Y me refiero a gente mucho menos ilustre que Vargas Llosa, y menos solicitada. En cambio, él vino al Kursaal cuando le llamamos, sin pegas ni tiquismiquis, pagándose su viaje y su estancia, con una elaborada charla sobre el nacionalismo excluyente para contribuir a nuestros debates: sin mirar si se manchaba los zapatos pisando algún charco. Caramba, me extraña que ahora que nos cuentan detalles de sus rutinas y anécdotas de su vida se haya minimizado un gesto que tanto significó para quienes más necesitaban compañía...
Y tampoco parece recordarse que su primera intervención en un acto político tras su fallida aspiración a la presidencia peruana -como él mismo se encargó de subrayar- fue hace tres años en el lanzamiento del nuevo partido UPyD. Su discurso está en YouTube y ahí explica muy bien lo que le distancia tanto de los socialistas como de los populares. Una lección de política práctica dada por alguien que no solo piensa libremente, sino que se atreve a obrar en consecuencia.
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