Experiencias alucinógenas
El Camino de Santiago tiene las mismas propiedades esotéricas que un plato de fabes. Fraga Iribarne lo ha hecho doscientas veces y solo le ha producido gases (por eso es tan aficionado a los eructos). Total, que el verano pasado Francisco Camps se vistió de sport (es un decir) y díjose: Voy a ver si me transformo espiritualmente, que da muchos votos. La transformación espiritual nos la dio a nosotros, que tuvimos que sufrirlo en los telediarios, disfrazado de maniquí, recorriendo los últimos kilómetros del camino de las narices, que es el único camino de consumo del mundo. Claro, que también las religiones han devenido en productos de consumo. Camps, un toxicómano irrecuperable de trajes horteras, de zapatos de piel de cabritilla, de relojes de oro, de automóviles oficiales y de productos farmacéuticos (su esposa, suerte que tiene el hombre, posee una botica), decidió, como casi todos los políticos, consumir también un poco de religión, a ver si notaba algo por dentro. Y ahí lo tienen, sacándose la foto junto al santo, cuya cara de circunstancias es un poema. Si existiera Dios, parece que se dice el Apóstol, no permitiría estas romerías. Y es que no ha habido indeseable, a lo largo de los últimos años, que no haya querido fotografiarse junto a él. Quiere decirse que va usted a una agencia de viajes solicitando un viaje espiritual y en vez de darle un tripi, que sale por dos duros, lo envían a Galicia. Encontrarse con Camps o con Fraga cerca del Monte del Gozo es sin duda una experiencia alucinógena. Pero a ver cómo regresas luego a la vida normal.
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