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Columna
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La verdad de las mentiras

¿Podríamos convivir sin mentir? ¿O podríamos resistir la adversidad sin mentirnos a nosotros mismos? Claro que no.

A lo largo del pasado jueves, el Círculo de Bellas Artes de Madrid dedicó una jornada completa a debatir sobre la mentira y el autoengaño en la sociedad actual. Casi podría haberse dicho que en cualquier sociedad de cualquier tiempo. La fábula de Esopo sobre la zorra y las uvas ilustra, una y otra vez, el proceso de autoengaño que la zorra emplea para quedarse tranquila sin las uvas. La estratagema para desdeñarlas cuando no las logra, porque se dice que, a fin de cuentas, están verdes, reproduce las mismas zorrerías que nos aplicamos para no sufrir o no sufrir tanto. Anosognosia es el nombre científico para designar a quienes se niegan a querer saber lo malo, se trate de una quiebra o una grave enfermedad. De hecho, nos diagnostican un cáncer pero nos esforzamos en convencernos de que con voluntad lo venceremos y que acaso no sea tan grave y responderá al tratamiento.

La suerte, el azar o la mala estrella acuden para conjurar nuestra culpa, incompetencia o error

Nos vemos feísimos en la foto pero pensamos que se debe a la cámara, a la luz o al enfoque. Nos descalifican en un premio de literatura y concluimos que no han sabido interpretarnos ni valorarnos adecuadamente. La pena se transforma en ira.

Precisamente ese mismo día en que debatía en Madrid sobre el santo asunto de la mentira, Vargas Llosa, autor del ensayo La verdad de las mentiras, recibía el Premio Nobel. Lo recibía este año que, según él, fue el que menos lo esperaba. Las decepciones que soportara en anteriores ediciones podían aliviarse con astutas historias que protegían la integridad del amor propio, su valor profesional y hasta su intelectual belleza. Si fuéramos iguales a la fotografía que aparece en nuestros pasaportes no nos permitirían embarcar, dijo Miguel Catalán, ya fuera porque nos tomarían por enfermos graves o por temibles delincuentes.

Pero ni siquiera el espejo nos vale como una prueba fehaciente de nuestra apariencia personal. "Non tibi notus erit, quamvis speculum speculeris" (no te conocerás aunque te mires en el espejo), decía un aforismo medieval. No te conocerás porque, en primer lugar, siempre nos acercamos con muecas, ángulos o expresiones que pretenden mejorarnos. En segundo lugar, incluso Harrison Ford ha ordenado retirar todos los espejos de su casa para no verse atrapado en su deterioro. Sin embargo, luego, o en la calle, resulta que, a nuestro pesar, no han eliminado los escaparates y en ellos nos reflejamos de súbito con una consternación que nos arruina el día.

Justamente, en la película Días de vino y rosas Jack Lemmon solo es consciente del deterioro al que le ha conducido el alcohol hasta que un cristal de escaparate le enseña su astrosa estampa de mendigo. Muchos alcohólicos se autoengañan diciéndose que podrían dejar la bebida en cuanto se lo propusieran, pero, efectivamente, la bebida puede más. En las comunidades de Alcohólicos Anónimos se oye de vez en cuando una sentencia que dice: "Yo no soy enemigo del alcohol, el alcohol es mi enemigo". Y a ese enemigo es más difícil de burlar.

Con mentiras afrontamos la frustración, con mentiras nos consolamos de un desdén amoroso o un fracaso profesional atribuyéndolos a la injusticia o la mala suerte. La suerte, el azar o la mala estrella acuden para conjurar nuestra culpa, nuestra incompetencia o nuestro error. Pero, ¿por qué no seguir mintiendo? ¿Por qué no continuar engañándonos? Una razón económica sería la de brindar trabajo a los psicólogos. Una razón moral sería la de ser honestos con nosotros. Una razón clínica sería la que aconseja no rehuir al médico. Pero, en fin, una razón humana sería totalmente la contraria. Los optimistas son más felices que los pesimistas sin tener motivos objetivos para ello. La sociedad actual parece mejor o peor, más o menos confortable, cuanto más nos empeñamos en que el pasado fue incomparablemente superior, más ordenado, más honrado, más bello. Pero todo es mentira. El reino de lo falso o falsificado, de la falacia y de la falencia, de la impostura, de la compostura y de la postura constituye el medio natural donde nuestra existencia pervive.

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