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Columna
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¿Qué le falta al Nobel?

Carlos Boyero

Destacan en las razones de ese Nobel tan justo como mezquinamente retardado a Vargas Llosa sus mordaces imágenes de la derrota. Por supuesto que existen muchas, hermosas y complejas, cosas en su obra, pero si haces agradecida memoria certificas que siempre ha contado historias que acaban en derrota, incluidas las humorísticas y deliciosas La tía Julia y el escribidor y Pantaleón y las visitadoras, dos novelas que algunos se empeñaron en calificar, condescendiente y desdeñosamente, de menores, tal vez porque no estaban centradas en el ser y la nada.

Paradójica y afortunadamente, nada en la apariencia y en los datos externos de la existencia de este hombre posee el aroma o el tufo del fracaso, si exceptuamos su derrota ante el convicto gánster Fujimori cuando decidió militar en esa cosa tan poco literaria y genéticamente turbia llamada política. También recuerdo algún memorable artículo suyo en los que confiesa que la incansable lectura de Madame Bovary fue un alivio impagable cuando sobrevivía a duras penas en París siendo muy joven. Por lo demás, el perfil de Vargas Llosa no guarda el menor parentesco con el malditismo. Desde los veintitantos años, con la publicación de La ciudad y los perros, le acompañó el éxito, el prestigio y la fama. Sus admirables libros han tenido siempre la categoría comercial del best seller. Excepto el Nobel, le habían concedido todos los premios. Es guapo, elegante y seductor. También pude comprobar en una comida que compartí con él y con otras personas que puede ser encantador con absoluta naturalidad, que es un brillante narrador oral, que posee un notable sentido del humor y de la causticidad. Y celebras que tanto talento para hablar de las personas y las cosas haya recibido premios exclusivamente terrenales, que no haya tenido que subir al cielo para conocer la gloria póstuma.

Y, cómo no, me he encabronado unas cuantas veces con sus artículos periodísticos al constatar que sus opiniones diferían radicalmente de las mías, pero jamás he podido abandonar ninguno antes del final. Por razonados y sentidos, por la hipnosis que desprende la buena escritura, la personalidad, el verdadero estilo, la libertad. Con la sensación de que este hombre siempre escribe lo que piensa. Se lo puede permitir. También dignifica el concepto "liberal". Tan degradado él, coraza de tanta impostura, de tanto facherío.

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