El futuro del laborismo
Ed Miliband es pues el nuevo líder del partido laborista y, al mismo tiempo, el jefe de la oposición en Reino Unido. Ed ha ganado por un suspiro a su hermano David tras una batalla fratricida y ejemplar. Dos hermanos enfrentados: toda una tragedia moderna ante la atenta mirada de unos medios de comunicación insaciables, al acecho de la primera gota de sangre. Esta guerra ha concluido con la retirada de David, cuya mujer (violinista en la London Symphony Orchestra) había criticado severamente la traición de Ed. Ha sido también un verdadero debate democrático en el que se han enfrentado dos estilos de liderazgo y también dos líneas políticas: una, considerada más de izquierdas; la otra, que se pretende fiel al Nuevo Laborismo. La victoria de Ed Miliband puede interpretarse como una revancha de los sindicatos, si no maltratados, al menos marginados durante los años de Blair. Y es la primera vez que los laboristas eligen a un líder minoritario tanto entre los militantes como entre los parlamentarios. La defección de David representa un hándicap para el nuevo líder. Y para evitar ser un prisionero de los sindicatos, decisivos en su elección, Ed ha marcado distancias con un rápido giro hacia el centro: ha pedido a la opinión pública que olvide su apodo (Red Ed), asegurando que no apoyará huelgas irresponsables -que podrían promover los sindicatos- y proclamando que el Partido Laborista quiere ser también el partido de las empresas y, especialmente, de las pequeñas empresas.
Europa estaba ausente del discurso de Ed Miliband y, en cambio, estaba en el núcleo de la reflexión de David
Probablemente, la partida de David Miliband haya acelerado el giro hacia el centro de Ed Miliband. En efecto, David encarnaba la herencia blairista. De esta, la opinión pública solo retuvo la entrada de Reino Unido en la guerra de Irak, que Ed Miliband no dudó en denunciar. Pero se ha perdido de vista el hecho de que la esencia del blairismo era intentar conciliar apertura económica y modernidad, pero también justicia social. Desde este punto de vista, la cuestión es saber si este modelo aún es pertinente. Especialmente, ante la cuestión central a la que se enfrentan las izquierdas europeas -y, de hecho, el conjunto de nuestras sociedades-, a saber: el gran malestar de las clases medias. La mundialización y los miedos que engendra, avivados por el desarrollo de la crisis económica y financiera, están provocando el endurecimiento, en toda Europa, de buena parte de la opinión pública, así como la ascensión de movimientos populistas xenófobos, por no decir de una tentación autoritaria. Acabamos de verlo en Suecia, con la aparición de la extrema derecha en el Parlamento. Podemos verlo en Holanda, donde arbitra esa misma extrema derecha, y también en Bélgica, donde la extrema derecha flamenca amenaza la unidad del país (lo mismo que la Liga Norte en Italia). En Francia, el viraje populista de Sarkozy no es tranquilizador.
En 2000, en pleno apogeo del blairismo y después de manifestar una gran convergencia ideológica con Gerhard Schröder, Tony Blair reveló la síntesis de su visión de la sociedad: entonces, insistió en la fuerza y en la velocidad de los cambios a los que había que adaptarse, pero subrayando que, como contrapartida, era necesaria una refundación de los vínculos comunitarios. También insistió en la necesidad de concentrar esfuerzos en favor de las clases medias, a través de la educación y también de unas políticas sociales capaces de alejar el peligro del desclasamiento.
Muy pronto, el nuevo líder laborista y el equipo que va a constituir tendrán que tomar posición en este gran debate, relanzado a raíz del programa de austeridad de la coalición conservadora-liberal en el poder. Por supuesto, la mayoría de los británicos están convencidos de que hay que restablecer el equilibrio en las cuentas. Del mismo modo que parecen aceptar la idea de que el Estado providencia ya no puede ser lo que era. El debate entre conservadores y liberales está en marcha. El primer ministro David Cameron parece más prudente que su acólito liberal Nick Clegg cuando se trata de considerar recortes en las prestaciones que los laboristas habían instituido en beneficio de buena parte de la clase media. La austeridad debería respetar algunas de ellas, así como los servicios sanitarios.
En el laborismo, el ala izquierda alega que esta austeridad llega demasiado pronto, que es injusta y amenaza con comprometer la reactivación económica. Podemos apostar que Ed Miliband se mostrará más blairista de lo que ha sido a lo largo de la campaña que le ha permitido vencer a su hermano David. Seguramente descubriremos que, confrontadas a la realidad, las diferencias entre los dos hermanos no eran tan grandes; salvo por un detalle importante: Europa estaba completamente ausente del discurso de Ed y, sin embargo, estaba en el núcleo de la reflexión de David.
Traducción de José Luis Sánchez-Silva.
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