Letizia vuelve a la tele
Amaia Salamanca lleva, que se vean, tres tatuajes en el cuerpo. Una filigrana en el empeine y dos culebrillas subiéndole por la nuca. También tiene un par de reflectores azul eléctrico por ojos. Primero hay que tapar esas marcas y tamizar la potencia de esos focos con unas lentillas color miel. Antes, se ha domado la melena con un tinte castaño y un corte clásico. Luego vienen las sombras para afilar rasgos y marcar el rictus que no tiene. Un rulo para despejar la frente. Unos zapatos salón, un traje chaqueta, y ocurre. Amaia yergue la espalda. Junta las manos. Cierra los ojos. Cuando los abre da repelús. "Estoy en modo Letizia", suelta divertida ante el pasmo general. "Cuando salía en la tele, mi madre decía que me daba un aire a esa chica. Ella dice que la clavo, pero qué va a decir mi madre".
"El Rey es mi papel más difícil. pero el primer día que vi a todos vestidos perdí el miedo"
"Nadie sabe cómo es la reina en la intimidad. mi ambición es que la gente se la crea"
"He tirado de mi parte de niño para recrear ese afán de Felipe por hacerlo todo bien"
"Me imponía interpretar los momentos íntimos de Letizia. tienes que ser cauta y veraz"
Seguro que la serie arrasa. La realeza sigue fascinando. Letizia vende, y mucho
Algo de pasión materna sí hay. Ha hecho falta una hora larga para acercar la imagen de esta guapa actriz de 24 años a la de la atractiva periodista que el 1 de noviembre de 2003, con 31 años, pasó de dar las noticias a convertirse en titular el resto de su vida. Ese sábado la Casa del Rey anunciaba el compromiso de Felipe de Borbón con Letizia Ortiz, la conductora del informativo de la noche de TVE. Una mujer adulta, de padres separados, divorciada, hija y nieta de trabajadores, profesional de éxito. El Príncipe y la periodista. Seguro que a la reportera Ortiz le hubiera encantado dar semejante primicia. Pero esta vez la exclusiva era ella. La víspera se despidió con un "hasta el lunes". Pero Letizia no volvió a la tele. No de esa manera.
Durante los siete meses de noviazgo oficial hasta su boda con el Príncipe el 22 de mayo de 2004, y los siete años transcurridos hasta hoy, no ha pasado día sin que su rostro aparezca en ese y todos los soportes . Pero no hemos visto más a la chica de las noticias. No hemos vuelto a oír su voz. Lo conocemos todo y no sabemos nada sobre ella. Sus certezas. Su incertidumbre. Su zozobra. Su alegría. Amaia Salamanca se ha puesto en la piel de esa mujer que dijo adiós a su mundo para entrar en otro por un hombre que, a su vez, se puso el suyo por montera por ella.
Lo que sucedió cara al público está escrito y fotografiado hasta la saciedad. La verdadera historia es inédita. Personal. Privada. Y así seguirá. El tránsito, la conmoción que esa unión supuso en sus vidas, la de sus familias, y la del país es el argumento de Felipe y Letizia, la joya de la corona de Telecinco para esta temporada. La cadena privada se guarda este as en la manga para soltarlo cuando le convenga en la encarnizada batalla por la audiencia que se libra cada noche en la parrilla. Escrita y dirigida por Joaquín Oristrell, esta película para televisión dividida en dos capítulos, recrea un romance que, según su autor, tiene todos los ingredientes de un cuento clásico. "Es una historia de amor y familia. He tomado a cuatro personajes en conflicto y he tratado de recrear lo que sucedió huyendo del rosa, el amarillo y la grandilocuencia. Nadie sabe cómo hablan, cómo piensan, cómo se tratan. Yo tampoco. Me he documentado, pero sobre todo he imaginado cómo pudieron ser las cosas", dice Oristrell, que se ha inspirado en The Queen, la película de Stephen Frears sobre el impacto que causó la muerte de Diana de Gales en la familia real británica.
El Rey y el Príncipe -Juanjo Puigcorbé y Fernando Gil- cenan fideuá en el catering de rodaje mientras que a la Reina -Marisa Paredes- y a Letizia las están peinando. Estamos en Villa Bugatti, una finca de bodas, bautizos y comuniones cerca de Barcelona. Se supone que este chalé de ladrillo es la Casa del Príncipe, la residencia del recinto de Zarzuela donde vive Felipe de Borbón de soltero. Esta noche, Felipe invita a cenar a sus padres para presentarles a la mujer con la que ha decidido casarse. Después de la cena, la Reina y Letizia se retiran a charlar al jardín. De Reina a ciudadana. De madre a novia. De suegra a nuera. De mujer a mujer. Ambas fuman. Están nerviosas. Los personajes, en teoría. Las actrices, a ojos vista.
-¿Sabes lo que significa este noviazgo?
-Felipe y yo sabemos que nos enfrentamos a un reto muy difícil.
-Tremendamente difícil, porque tienes un pasado que no se puede borrar.
-Ni quiero.
-Y es lícito porque eres una mujer de tu tiempo, una persona normal. Pero Felipe no es una persona normal. Es el futuro rey de 40 millones de personas.
-Felipe cree que están preparadas para entender las razones del Príncipe.
-Nosotros servimos al pueblo. Al Rey y a mí nos costó sangre hacernos querer.
-Lo único que sé es que estamos profundamente enamorados.
-El amor es maravilloso, pero no basta.
Oristrell manda cortar, pero Paredes y Salamanca no apagan el pitillo. Se les nota la tensión. La del jardín es una escena comprometida. El momento en que la Reina y Letizia se miden por primera vez. Marisa y Amaia interpretan un guión. Pero cada una tiene, como cada español, una imagen particular de sus personajes. Y, pese a las diferencias generacionales -el traje chaqueta de Letizia es el primero que Amaia se pone en su vida- e ideológicas -Marisa se declara "republicana y juancarlista desde el 23-F"-, una idea propia de cómo pudieron actuar. Encarnar la cara privada de unas personas públicas por definición impone lo suyo.
"Tiene que ser muy difícil dejar tu vida para meterte en otra", dice Amaia. "Es algo que la gente no se plantea, y aquí se va a ver. Habrá comparaciones, claro, pero se trata de ser veraz". La reina Marisa, vestida con un traje carmesí de Elio Bernhayer, -"el guión sugiere que fue idea del Rey que se pusiera de rojo para 'lidiar' con ese toro"- ha tratado de "buscar la esencia" de doña Sofía. "Lo difícil es cómo hacer un personaje que todo el mundo conoce sin caer en el calco ni la caricatura. Asumí que era imposible lograr su acento en tan poco tiempo. Le he dado cierto tono, cierto estilo. Nadie sabe cómo es la Reina en la intimidad. Mi ambición es que la gente se la crea". Las dos horas de caracterización ayudan. Con el Bernhayer de segunda piel, el pelo platino bajo una peluca, el anguloso rostro suavizado por la cosmética y la delgadez redondeada con prótesis de pecho y caderas, Paredes quiere recordar a Sofía de Grecia. La majestad, como dicen los maquilladores Eva Quílez y Jesús Martos, la lleva puesta.
Al que dan ganas de llamar Majestad es a Puigcorbé. Peinado con los rizos de raíz de los Borbones, subido a unos zapatos con alzas y enjaezado con el uniforme de capitán general de los Ejércitos da impresión. Cuando viene balanceándose y saluda con el deje de don Juan Carlos, paraliza. No es el Rey, pero palabra que lo parece. Cuando recibió la propuesta de Oristrell, Puigcorbé entró en pánico. "El Rey es mi papel más difícil, pensé que no salía de esta". Hasta que decidió tirarse a la piscina. "Podría haber ido hacia una zona segura, pero dije: voy a arriesgar. Ya sé que existe el naturalismo, pero un actor tiene que ser capaz de hacer cosas que otra gente no. Si no, esto podría hacerlo una verdulera. Vi vídeos, cogí el acento, los gestos, y vine con ellos desde el primer día. Cuando nos vimos caracterizados, perdí el miedo. Me lo creí y me los creí".
A Fernando Gil no le hacen falta alzas. Con su 1,92, sus ojos celeste y su tez rubicunda, evoca al Felipe soltero. Gil tiene los 36 años que tenía el Príncipe cuando conoció a Letizia. Hijo de un sastre madrileño, tampoco ha tenido que impostar el acento de clase alta de don Felipe. De hecho fue, becado, al mismo colegio que él, con varios cursos de diferencia. "Cuando se fue, la comida empeoró", confiesa. "Pero sí, la forma de hablar, de moverse, esa cosa entre serenidad, empaque y saber que tienes la vida resuelta la he visto desde niño". La imagen de "chico majo, responsable, deseoso de agradar y no merecer un reproche" que, según Gil, trasmite Felipe de Borbón, ha sido la base de su interpretación. "He tirado de mi parte de niño para recrear su afán por hacerlo todo bien y ser feliz sin contrariar el respeto reverencial que tiene a su padre y la devoción absoluta por su madre".
Puigcorbé y Paredes fueron las primeras apuestas de Oristrell para ser el Rey y la Reina. "Se dan un aire, tienen química, funcionan". Juanjo ya encarnó a don Juan, el padre del Rey, en la serie Sofía, de Antena 3. Amaia Salamanca fue idea de Paolo Vasile, gran jefe de Telecinco, que vio enseguida a Cata, la princesa de barrio de Sin tetas no hay paraíso, como Letizia. Y Fernando Gil acaba de ser el Rey en Alfonso, el príncipe maldito, otra teleserie de royals de la cadena. Las coincidencias no acaban ahí. La propia reina Paredes estuvo a punto de ir -invitada como presidenta de la Academia de Cine- a la cena en casa de Pedro Erquicia donde empezó todo.
El veterano periodista fue el anfitrión de la velada de septiembre de 2002 en la que se conocieron el Príncipe y la periodista. Eran los más jóvenes de una reunión -se dice que propiciada por Felipe- de profesionales de la cultura y los medios. Las crónicas hablan de un flechazo del Príncipe. Desde su ruptura con la modelo noruega Eva Sannum a finales de 2001 -la serie arranca con su declaración de que "deber y querer, razón y corazón siempre han ido juntos"- no se le conoce novia fija. El debate sobre la idoneidad de las candidatas a esposa está en la calle. Él lo sabe. Letizia, también. Lo que no sospechan es que ella será electora y elegida.
En los primeros 2000, las monarquías viven en vilo. La nueva generación de herederos elige a mujeres plebeyas como futuras reinas. Haakon de Noruega, Guillermo de Holanda y Federico de Dinamarca ya han dado el paso. Un escándalo para algunos. La inevitable adaptación a los tiempos, para otros. El compromiso Borbón-Ortiz trae a España los vientos de realidad que sacuden a la realeza de la vieja Europa. Y también la polémica. La serie Felipe y Letizia pone el foco fuera de lo que pasó ante ellos.
Amaia-Letizia para su Ibiza en un arcén para fumar. Ha salido de trabajar en Torrespaña y ha notado que la siguen. Sabe quiénes son. Los efectivos que la Casa del Rey ha dispuesto para garantizar la seguridad de la novia del Príncipe. Y eso es precisamente lo que la agobia. Suena su móvil. Es él. "Ha llegado la hora. Tu casa soy yo", le dice a Amaia-Letizia Oristrell-Felipe dándole la réplica fuera de plano. La suerte está echada.
Desde entonces, la Letizia real ha hecho los deberes. "Ha dado dos puestos en la línea de sucesión, pero además ha puesto en valor un trabajo muy sólido y profesional", estima Yolanda Gómez, catedrática de Derecho Constitucional de la UNED, que se refiere a "la importantísima labor de representación y símbolo del Estado que realizan los príncipes" juntos o por separado. "Pocas personas son capaces de transformarse tanto a sí mismas en tan poco tiempo", estima Gómez. Desde su matrimonio, Letizia ha enfrentado retos complicados. Públicos y privados. Ha enterrado a dos abuelos y a su hermana pequeña, Erica. Ha asistido a bodas y funerales de Estado. "Se ha hecho cargo de su cargo", resume Oristrell. Cada vez más.
La acabamos de ver el día de su 38 cumpleaños llevando a sus hijas al colegio. Inaugurando la Pasarela Cibeles entre el arrobo general. La monarquía, esa institución "obsoleta en el siglo XXI" según Marisa Paredes, aún fascina. Una semana tras otra, la princesa de Asturias es portada de las revistas del corazón. Y de las otras. La noticia es lo de menos. Puede ser que ha recibido, supuestamente, una tiara de 50.000 euros como regalo de su esposo. O que se ha cortado las puntas. Da igual. Al margen de su calidad, es probable que la teleserie de Oristrell arrase. Porque Letizia vende, y mucho.
"Es un seguro de ventas y de nivel", admite Luis Pueyo, director de la revista Lecturas. "Letizia es un comodín que te levanta una portada. Es guapa, estilosa, agradable. Te garantiza la simpatía de un público que se identifica con el personaje. Me rompo la cabeza para no sacarla cada semana". Cualquier observador ha visto el relevo que se ha producido en Zarzuela. Letizia y sus hijas son las nuevas estrellas mediáticas de la Casa. Ella lo sabe. Para algo es una profesional de la comunicación. En ese sentido, la recepción en palacio a la Selección de Fútbol tras su victoria en el Mundial fue una jugada maestra. Ni el Rey, ni la Reina, ni el Príncipe, ni la Princesa. Las portadas fueron para Leonor y Sofía, vestidas por mamá con la camiseta de España. Ninguna firma de relaciones públicas lo hubiera hecho mejor.
En Barcelona, Amaia, Fernando, Marisa y Juanjo se despiden tras la sesión de fotos que ilustra estas páginas. Se debaten entre la melancolía y el alivio. Ayer rodaron la última secuencia de la serie. La boda. Una locura. Todos los intérpretes con toda la producción encima. Amaia, con la réplica que el modisto Miguel Crespi ha realizado del celebérrimo traje nupcial de Pertegaz. Marisa, con la del vestido de Margarita Nuez. Ellos, con sus uniformes de gran gala. Todos, con sus tiaras, broches, bandas y condecoraciones. La estilista Cristina Rodríguez y su ayudante, María Ángeles Gil, se han empeñado a fondo para recrear el vestuario y la ambientación. Hasta 80 modelos distintos lucen la Reina y la Princesa. El álbum de fotos reales que Gil -hija de un trabajador de la Guardia Real- atesora desde hace años, ha sido su biblia.
Oristrell esquiva la pregunta del millón. ¿Hay escenas de amor entre Salamanca y Gil? "Son jóvenes y están enamorados. Pero no hay dormitorios", es lo máximo que suelta. Ni Amaia ni Fernando aportan más datos. "Las escenas de intimidad son las que más me imponían. Tienes que ser cauta sin dejar de trasmitir verdad", concede ella. El mutismo del resto del equipo de la serie es absoluto. Habrá que verla.
Manuel Villanueva, director de contenidos de Telecinco, es consciente de que tiene una bala de plata en la recámara. La noche es el territorio donde una cadena se la juega. Las series sobre personajes contemporáneos de la nobleza funcionan. La Duquesa, sobre Cayetana de Alba, fue tan bien que van a rodar una segunda parte. Alfonso, el príncipe maldito, aguantó el tirón. La realeza y la realidad son tendencia en la tele. "Felipe y Letizia es, al final, una historia de amor". "Un melodrama con suspense, romanticismo, tensión sexual", añade Oristrell. "Y a la gente le gusta ver a personajes reales en privado. Son historias que han vivido en directo. Cada uno tiene su versión, y a todos nos gusta confrontarla con lo que sale en pantalla".
Ni Oristrell ni Villanueva han recibido, dicen, noticias de Zarzuela ante el inminente estreno de la serie. Tampoco han enviado una copia de cortesía. No es política de la casa, dice Villanueva. "Sería arrogante y pretencioso", cree Oristrell. A todos les gustaría saber lo que opinarán Ellos. Pero es la republicana Paredes la que se moja. "Seguro que a la Reina le gusta. Es una chica lista".
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