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Liderazgos impotentes

Reflexión en el monasterio de Sant Benet. La crema de las finazas y el derecho, y algunos influyentes actores de la cosa pública liberados de la corrección política, reflexionan en voz alta sobre el liderazgo en tiempos de crisis convocados por ESADE. Algunas horas de diálogo llevan a un amplio e inquietante consenso sobre la pérdida de peso específico de Europa en un mundo cuyo eje se ha desplazado hacia Asia y sobre el embotamiento español. No sorprende tanto el diagnóstico como la unanimidad de la terapia necesaria y, sobre todo, la aparente impotencia de los actores.

Europa tiene, en palabras de Javier Solana, "falta de liderazgo, falta de visión a largo plazo y falta de funcionalidad". Felipe González, "melancólico" y convencido de que los líderes europeos no se han leído el informe que le encargaron sobre el futuro de la UE tras el fracaso de la agenda de Lisboa, considera: "Llevamos 15 años sin afrontar problemas estructurales". Europa aparece como una vieja dama decadente, creciendo tímidamente frente al 9% de los países emergentes y sin un rumbo firme para mejorar la cohesión de un club demasiado grande para actuar de manera eficiente.

Suena rara la responsabilidad en un país en el que se confunde la política con el reparto de subvenciones

Si Europa pierde fuelle, España aparece agonizante. De nuevo, un diagnóstico claro y una terapia que no se cumple. De nuevo la habitual distancia española entre la teoría de lo que se debería hacer y la práctica de lo que hacemos. La distancia entre los discursos sobre la necesidad de un nuevo modelo económico basado en la inteligencia y la reducción en el presupuesto del Estado de la partida de I+D+i un 7%. Solana advierte de que Finlandia no paga más a los maestros que España pero el sistema es exitoso porque se basa en el prestigio del saber y de los maestros. Exactamente lo contrario del sistema de valores que se ha extendido en España.

Pedro Luis Uriárte introduce otra clave para explicar la superación de otras crisis cuando habla de "procesos de transferencia, no de poder, sino de responsabilidad". Suena rara la responsabilidad en un país en el que se confunde la política con el reparto de subvenciones y se adormece la iniciativa. En un país con el 40% de jóvenes hasta 25 años en paro y que verá como los mejores se buscan el futuro muy lejos.

Con el diagnóstico hecho y la terapia consensuada, queda en evidencia la falta de liderazgos capaces de llevar a cabo las políticas necesarias aunque sea arriesgando quedar fuera de juego político. Hay quien habla del desafío de administrar las democracias mediáticas. Algo así como la dificultad de vender ideas complejas y sacrificios a una opinión pública hipnotizada por Belén Esteban y unos medios de comunicación en competición por reducir el listón a los mínimos de la alfabetización.

Se añade también un dilema entre eficacia y legitimidad o que podemos denominar de costes de la democracia. Felipe González lo llama una "cierta fascinación por el mandarinato chino". Mientras Europa negocia, debate, consensúa, convence y aprueba o desaprueba, y vuelve a empezar el círculo, la dictadura china aplica políticas a largo plazo con mano de hierro y compite haciendo dumping social sin el temor de que las políticas impopulares le pasen factura. Con este panorama, no es de extrañar que en Europa renazcan "utopías regresivas", teóricas alternativas que no lo son.

Con el diagnóstico hecho y la terapia establecida, la pregunta es: ¿quién manda? Y se responde con vaguedades sobre algunos monstruos informes llamados mercado, capital, fondos de inversión. No nos engañemos. Mandan ustedes. Empresarios, banqueros, influyentes abogados, ex presidentes de gobierno y ex secretario general de la OTAN y Mr. Pesc. ¿Quién es la economía española sino sus empresarios, sus banqueros, sus profesores, sus trabajadores, sus creadores de opinión? Lo estamos haciendo responsablemente?

Sentados alrededor de tan insigne mesa, ni un solo asiático, ni un solo africano, tan solo cinco mujeres entre 73 elegidos. Quizá esa uniformidad, esa rigidez, ese no va conmigo, explica nuestra decadencia e incapacidad para adaptarnos a otra era, para ganar la batalla a un futuro que ya es pasado.

Esther Vera es periodista.

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