_
_
_
_
_
Reportaje:

Los aprendices de Robinson Crusoe

Ortegalia enseña a 18 alumnos cómo sobrevivir sin medios en la isla de Mera

Hacer fuego con hongos, piedras o con un simple arco de madera. Cocinar sin utensilios, orientarse sin brújula, construir un refugio con ramas, localizar un manantial de agua o reconocer las plantas comestibles. Son las asignaturas para la supervivencia de un curso que se imparte este fin de semana en la isla fluvial de Mera, en Ortigueira, sólo apto para aventureros, capaces de curtir pieles y desollar animales para alimentarse sin remilgos.

Este pequeño islote con merendero es el resultado de la caprichosa bifurcación del río Mera a su paso por la parroquia de Veiga, y se ha convertido en algo parecido a un plató de Supervivientes en Ortegal.

La isla de Mera hace las veces de paraíso tropical perdido en el Pacífico, pero en versión galaica y lluviosa. Allí conviven desde ayer los 18 aprendices de Robinson Crusoe, -diez hombres y ocho mujeres-, que se han atrevido a prescindir de los lujos domésticos durante dos días para empaparse a la intemperie y dormir al raso. No hay duchas, ni literas y mucho menos una nevera cerca. La comida hay que ir a buscarla, aunque las lecciones de caza y pesca sean solo figuradas para no incumplir la legislación ambiental.

Hacer fuego, cocinar sin utensilios u orientarse son algunas de las tareas
La demanda del cursillo ha sido tal que ya se plantean repetirlo

El curso es una iniciativa de la Fundación Ortegalia, una entidad sin ánimo de lucro que depende el Ayuntamiento y que se dedica desde hace una década a la difusión del patrimonio ortegano. Es la primera vez que lo ponen en práctica, pero la respuesta ha sido tan buena que ya se plantean repetirlo en breve.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Su directora, Emma Sandá, cuenta que se inspiraron en la fiebre televisiva por la supervivencia, con varios programas en parrilla de concursantes famosos o intrépidos exploradores pasándolas canutas y tragando bichos por el mundo. "Vimos el efecto que tenían esos programas y planteamos un curso para que la gente supiera como enfrentarse a situaciones de emergencia" explica Sandá, que también se inscribió como alumna. "Evidentemente, la isla de Mera está en el río y no es precisamente muy salvaje", ríe.

Colocaron carteles en las dependencias municipales y plazas se cubrieron en cuestión de días. Los aspirantes a aventureros en lista de espera casi doblaban la oferta. Por un módico precio (20 euros), los alumnos, todos vecinos de Narón, Cedeira, Ortigueira y As Pontes, pasan durante 48 horas por la experiencia que explorar sus propios límites. La mayoría rondan la treintena y el más joven es un chico de 17 años que acompaña a su padre.

Sobrevivir sin otros medios que los que ofrece la naturaleza requiere unos conocimientos que muy pocos tienen. Lo sabe Jaime Barralló Blasco, el profesor. Este madrileño de 52 años se gana la vida como guía polar y es la persona que más veces ha cruzado Laponia, sin medios mecánicos. Durante 16 años dirigió la Escuela de Supervivencia de Madrid y su currículum viajero da vértigo: Amazonia, Borneo o el desierto del Kalahari.

Se confiesa un enamorado "de las barreras de hielo y de las causas indígenas" y su familia de amigos se extiende por todo el mundo. "Antes, te tildaban de Rambo", bromea. "La tele puso de moda esta vida, pero todo lo que se graba tiene truco" advierte Barralló. "El GPS lo ha hecho todo más fácil, pero sobre todo hay que tener sentido común".

El curso arrancó ayer por la mañana con tres horas de formación teórica y diapositivas en el museo de Ortegalia. El primer trabajo de los robinsones orteganos fue hacer fuego con piedras dentro del museo. Con lluvia y humedad, en la isla sería casi imposible, aclaran. Durante unos minutos, probaron a chocar dos trozos de pirita y sílex hasta que saltó una chispa solitaria que prendió en un hongo de chopo. Añadieron un poco de yesca, y el fuego se avivó. Otros se descalzaron para sujetar entre los dedos del pie dos troncos con arco. El fuego con arco requiere "cierta técnica y destreza", pero de la fricción pronto sale humo. "Fue rapidísimo, en treinta segundos ya estaba" dice Emma, una de las ocho alumnas.

Por recomendación del profesor, cada uno llevó a la isla un pequeño kit (menos de un kilo) con gominolas, puré de patatas y barritas energéticas, además de un silbato, brújula, navaja, cantimplora y linterna.

En la isla hay vegetación de ribera y algún manzano. Ayer cocieron una bolla de pan "con algo de arena" en un horno en el suelo. Buscaron ortigas para cocinar y aprendieron a desollar un conejo y un pollo entero que se llevaron de la carnicería del pueblo, y que asaron junto a unas truchas.

Por la tarde, se afanaron en construir un refugio "precioso" con los troncos y hojas que encontraron y al anochecer se abrigaron con los sacos alrededor del fuego de campamento. Este mediodía dejarán la isla después de hacer prácticas de orientación y dejar señales de emergencia. En la mochila se llevan las nociones básicas de un superviviente.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_