Música 'enlatada'
Clinc, clinc, cloc, cloc, clocloclocloc. El ruido de las latas vacías al pisarlas o al mandarlas a rodar de una patada dominó de tal manera el concierto de anteanoche de Richard Swift que bien puede hablarse de música enlatada. En el pegajoso suelo de la plaza gótica había más metal que en las playas de Normandía el día D. Era imposible dar un paso sin pisar una lata aplastada produciendo un sonido chirriante que crispaba los nervios. Como en los conciertos de la Mercè todo el mundo se está moviendo -primero para conseguir buen puesto y luego, así somos de inconformistas los humanos, para abandonarlo en pos de otra convocatoria en la consideración de que lo mejor ocurre siempre donde no estás- la sinfonía de las latas es constante. A ratos dominaba, ay, sobre la guitarra de Swift, hombre de voz de Simon y pelo de Garfunkel. Entretanto, los lateros seguían clavándote su mercancía en las costillas y trayendo más munición artera contra la música. Clinc, clinc, cloc, cloc, clocloclocloc.
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