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Análisis:Las dos velocidades de la recuperación
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Esperando la carroza

Juan Ignacio Crespo

Decía un malhumorado Ernst Rutherford que, en ciencia, todo lo que no es física es coleccionar sellos. Cuanto más se aleja uno de la física, más intensamente se coleccionan hechos y modelos, ratios y gráficos. La reunión de Basilea del pasado fin de semana ha exigido a los bancos que estén bien capitalizados para el año 2019. Con ello, y sin quererlo, han puesto fecha orientativa a la duración del periodo de desestabilización económica en el que estamos ahora y que debería terminar cuando el conjunto de los bancos, bien capitalizados y sólidos, puedan conceder préstamos al ritmo que un crecimiento económico fuerte y sostenido exige.

¿Quiero eso decir que las economías estarán sumidas en la recesión hasta entonces? Ni mucho menos. Seguramente habrá periodos de crecimiento más que notable, aunque entreverados con otros recesivos de duración semejante al que acabamos de vivir.

La economía española y la mundial necesitan cada vez más deuda para generar una unidad de PIB
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A pesar del tsunami de malos augurios de los dos últimos años, algunos de los plazos más previsibles (en términos puramente frecuenciales) se han cumplido con una precisión sorprendente: la economía norteamericana salió de la recesión a mediados del año pasado y la española le siguió, como era de esperar, entre seis y nueve meses más tarde. Y mientras que la primera no ha decepcionado, por ahora, en términos de vigor la española muestra un crecimiento anémico. Suficiente como para que todos los agoreros hayan tenido que ir corrigiendo a mejor sus expectativas y frustrante si se toma como referencia lo que la Bolsa estaba anticipando el año pasado. Por encima de cero, para que los titulares no señalen recesión, pero demasiado cerca de cero como para poder descartar con algún grado de fiabilidad una recaída.

El problema que atenaza a la economía española suele expresarse de maneras diferentes pero equivalentes: excesivo endeudamiento de familias, empresas y bancos; acumulación de inmuebles que no encuentran un comprador... Metafóricamente, parece un vehículo que, tras pasarse de aceleración, se ha terminado pasando de frenada. No hay más que asomarse al gráfico de esta misma página: durante nueve años España ha crecido a tal velocidad que, a pesar del frenazo de los últimos dos, le ha sacado a las economías de su entorno una ventaja espectacular. La digestión de algo tan formidable la tiene aún con la capacidad de reacción menguada pero no agotada.

Y es que los procesos moleculares, tan difíciles de observar, que ponen a las economías de nuevo en pie, ya están en marcha, y diversas circunstancias los favorecen. La más importante de todas: el bajo coste del capital (es decir, los bajos tipos de interés) que permite que la rentabilidad de las inversiones sea más fácil de alcanzar. La moderación de los costes laborales que acaba de medir el INE apunta en la misma dirección; lo mismo que el incremento de la productividad; o algo tan intangible como el dinamismo de quienes están en dificultades: a poco que se observe alrededor (y coincidiendo con las encuestas) se detecta un fatalismo ante la crisis propio del que se tiene ante una calamidad natural, pero no se ve que aflore el abandono ni el propósito de dejarse arrastrar por la corriente. Hay que estar atentos a la recaudación del IVA y a qué puede estar induciendo esa parte inexplicada de su crecimiento reciente.

La economía española y la mundial comparten la principal característica de nuestro tiempo: les hace falta cada vez más deuda para producir una unidad de PIB. Los próximos años transcurrirán entre las convulsiones que esa relación entre deuda y PIB provoquen. Pero eso no quiere decir que gran parte de la riqueza inmobiliaria acumulada no vaya a tener salida. La tendrá, como en anteriores ocasiones. Aunque inquieta un antecedente cercano de crisis a la española: los años 1984 a 1987, con la tasa de paro en los niveles actuales y crecimiento económico en torno al 2%. Quizá nos enfrentemos a algo parecido. Quién sabe. Después de todo, en las discusiones económicas nunca hay argumentos definitivos. Ni pueden demostrarse teoremas como en matemáticas ni existen laboratorios donde hacer experimentos. Siempre en cada argumentación, por muy buena (e, incluso, acertada) que sea, hay un momento de salto en el vacío. Aferrados al trampolín/quitamiedos que es la jerga del oficio.

Juan Ignacio Crespo es director en Thomson Reuters.

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