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El cambio en Irak se llama Kurdistán

La región iraquí del norte crece sin apenas símbolos del Estado central gracias a la consolidación de la seguridad - El petróleo favorece la autonomía kurda

Circulando por la carretera que enlaza Bagdad con Erbil, capital del Kurdistán iraquí, no queda nada claro cuándo se entra en esta región. A partir de Kirkuk, provincia petrolífera disputada por el Gobierno central y el kurdo, y distante 80 kilómetros de Erbil, ondean las enseñas amarillas del Partido Democrático del Kurdistán. A solo tres kilómetros de esta ciudad, las dudas se despejan: el Estado iraquí solo existe en las banderas colocadas en edificios oficiales. Desde 1992, después de la revuelta kurda al calor de la primera guerra del Golfo y de la derrota del Ejército de Sadam Husein, los kurdos, masacrados por la dictadura en los años ochenta, construyen su Estado silenciosamente, y sin prisa. Porque el anhelo de independencia es tan generalizado como la convicción de que la coyuntura no permite reivindicaciones maximalistas. "Es complicado que podamos tener un Estado. Llevará mucho tiempo", comenta Feladkddin Kakayi, ex ministro de Cultura durante 13 años.

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Construir un Estado en una región cuyas fronteras -dibujadas por Sadam para arrebatar territorio al Kurdistán, sobre todo Kirkuk- permanecen indefinidas a la espera de un referéndum que fue previsto en la Constitución iraquí para finales de 2007, y en un territorio donde 4.500 diminutas aldeas y pueblos fueron demolidos durante la genocida campaña Anfal del Ejército iraquí en 1988 -incluido el empleo de armas químicas y el exterminio de casi 200.000 civiles- se vislumbra una tarea ardua.

Saben los líderes kurdos que Turquía, Irán, Siria e Irak, donde viven hoy los aproximadamente 25 millones de kurdos, se opondrán a toda veleidad independentista, pero el proceso de segregación se ha acelerado, tras el derrocamiento de Sadam en 2003, en las provincias iraquíes de Dohuk, Suleimaniya y Erbil. "Queremos organizar una conferencia internacional en Erbil con representantes kurdos de los cuatro países para reclamar una confederación de los kurdos en cada uno de esos Estados", explica Kakayi.

Desde 1992, desapareció todo rastro del Partido Baaz y del régimen de Sadam. Los peshmergas kurdos, guerrilleros convertidos en Ejército, garantizan una seguridad que en el resto de Irak es una quimera. "Teníamos prioridades. Después de la seguridad, la vivienda", comenta el gobernador de Erbil, Nouzat Hadi. El boom del ladrillo salta a la vista. También el del parque automovilístico. "Aquí había 34.000 coches viejos en 2003. Ahora hay 400.000 y son nuevos. A Erbil le llamaban 'el pueblo grande'. Ahora podemos mostrar el cambio", añade Hadi, político respetado que ha dado un vuelco a la ciudad en un lustro. Caída la noche, las calles, siempre impolutas, están atestadas. Los restaurantes y cafés, a rebosar. Pero hay sombras. "Hay casos de corrupción, pero si comparas la situación con Bagdad, se puede observar la diferencia".

Es abismal. Aunque tanto como el creciente malestar de una población de cuatro millones de habitantes que no es ajena a los turbios manejos de una clase dirigente con mentalidad feudal. Hasta el más mínimo detalle de la vida política, económica, social y cultural está controlado por los dos partidos hegemónicos: la Unión Patriótica del Kurdistán y el Partido Democrático del Kurdistán.

Mucha gente ve con nitidez el flagrante clientelismo, que genera una economía caótica, de la que sacan tajada arribistas cercanos al poder y 3.000 empresas turcas muy bienvenidas. Lo explica el profesor de Economía Ayub Anuar Smakei: "Estamos en una transición de una economía socialista a un capitalismo salvaje, en la que el sector público y privado se mezclan. Pero no es un sector privado, es un sector personal en una economía que no produce nada. No tenemos industria. Muchas factorías han cerrado porque no pueden competir con los precios de los artículos importados de Irán. Únicamente exportamos chatarra, vidrio y cuero".

Los campesinos, privilegiados por una tierra fértil y rica en agua, han sido abandonados a su suerte, y los proyectos de infraestructuras duermen sobre el papel. "Dependen de la lluvia", agrega Smakei, "cuando disponemos de mucha agua subterránea". Hasta el pan se importa. Y tampoco se fomentan los vínculos, casi inexistentes, con el resto del país. Solo se comparte el oleoducto por el que se conduce el crudo rumbo a Turquía, y que proporciona a Kurdistán el 17% de los ingresos por exportaciones del petróleo, su gran fuente de ingresos. Pero sí miran al resto del mundo porque otro nubarrón se atisba con fecha fija. "La retirada de EE UU en 2011 nos hará daño. Antes debería solucionarse el problema de Kirkuk. Hay que buscar una solución. De lo contrario, habrá otra guerra", dice Kakayi.

Traficantes de armas en un mercado ilegal de Erbil, capital del Kurdistán iraquí.
Traficantes de armas en un mercado ilegal de Erbil, capital del Kurdistán iraquí.REUTERS

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