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Columna
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El último

Los veranos ya no son lo que eran. Van ganando calma política a poco que el Gobierno vasco ha decidido poner un cierto orden, extendiéndose la seguridad como una mancha de aceite. A pesar de lo de Zarautz, el verano ya no es de los secuaces del terror, aunque lo intenten en Bilbao desafiando mediante la coordinadora de comparsas la sanción impuesta por el Ayuntamiento a un par de ellas por saltarse las normas de no exhibir durante el año pasado elementos apologéticos del terrorismo. Están anunciando días de boicot al que llaman a los hoteleros. Es de esperar que Interior no se despiste ante este reto.

No es la primera vez que la coordinadora planta cara al Ayuntamiento, pero esta vez tendrá que tener en cuenta que los vientos han cambiado y que sin la amenaza que ETA ejercía no van a conseguir la fácil obediencia de la que disfrutaba en tiempos pasados. Y es que las cosas en este aspecto se están haciendo en general bien, y poco a poco todo aquel montaje del miedo se va desmoronando, como no podía ser de otra manera, en el único lugar de Europa occidental donde todavía queda, aunque sea en crisis, la última banda terrorista en aletargado ejercicio.

El verano es, sin el ajetreo del resto del año, una buena época para reflexionar. Empecemos esa reflexión comparando la tranquilidad de hoy con la enorme alteración que padecíamos hace unos pocos años, aquellos agostos de plomo, de funeral en funeral, y calles tomadas por jóvenes bravucones con la lata de gasolina presta. Pero lo atroz no quedaba ahí; lo peor es que personajes pagados con los impuestos de los ciudadanos abogaban por la maligna conclusión de que todo eso era invencible y que había que negociar con ellos resolver el conflicto. Especialmente en verano, porque, recordemos, ponían sobre la mesa unos cuantos cadáveres de personas inocentes. Afortunadamente, el Gobierno español salió escaldado aprendiendo que la negociación es imposible, porque a su mejor y más ingenua predisposición le respondieron con la más dura imposición.

Es buen momento para atreverse uno a pensar sobre el desgraciado que, debido a su enajenación fanática, vaya a ser el último en realizar el último atentado, el que pase a la historia como el último asesino. En democracia, con la inmensa mayoría de la sociedad demandando que se deje de matar, a ver quién acepta la dura carga de ser eso, el último asesino. Reflexión de verano que me surge porque, ahora que algunos jalean o inventan la enésima oferta de ETA para negociar, el manual del buen terrorista vasco impone que ETA debe hacer una brutalidad que demuestre que tiene fuerza para sentarse en una mesa. Evidentemente, para que el último asesino no esté por venir lo mejor que puede decir el Gobierno, y creo que lo está haciendo así, es manifestar que, además de tontos, sería de insensatos dar pábulos y ánimos al terrorismo permitiendo que se haga creíble el cuento de la negociación. Aunque todos sepamos que el hombre es el animal que hace el tonto más de dos veces.

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