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Reportaje:Próxima estación

Mudanzas provisionales

El mercado de Sant Antoni, junto a la parada del mismo nombre, es el más grande de Barcelona

Los mercados municipales de Barcelona conocen una profunda remodelación. Cuatro de ellos -los de Sants, el Ninot, Bon Pastor y Sant Antoni- tienen sus puestos bajo carpas mientras sus venerables estructuras metálicas son renovadas. La más espectacular de ellas es la que se extiende en medio de la Ronda de Sant Antoni -junto a la parada de metro del mismo nombre, de la línea 2-, como un inmenso circo blanco que acoge al mismo tiempo los puestos de alimentos frescos y de ropa.

El de Sant Antoni es el mercado más grande de la ciudad, construido por Antoni Rovira i Trias, el arquitecto que ganó el proyecto del Eixample antes que Ildefons Cerdà hiciese valer sus influencias en Madrid. La historia de este espacio es muy antigua. Por aquí pasaba el camino hacia el sur -la Vía Morisca-, a la cual se asomaba uno de los cinco cadalsos que tenía Barcelona. No es extraño que, al ser derribadas las murallas, muchos ciudadanos se negaran a habitar estos parajes, temerosos de los posibles fantasmas que pudieran frecuentarlos.

El mercado se inauguró en las fiestas de la Mercè de 1882 a los acordes de la banda municipal
El de Sant Antoni es el único mercado de la ciudad que da nombre al barrio que lo rodea

Por ese motivo, ante el poco interés que despertó su urbanización, se decidió levantar el actual edificio, a fin de acoger a los feriantes que tenían sus puestos en la cercana plaza del Pedró. Así, el alcalde Francesc Rius i Taulet lo inauguró oficialmente durante las fiestas de la Mercè de 1882, a los acordes de la banda municipal y de un sonoro castillo de fuegos del que se estuvo hablando varios meses. Fue tanto el jolgorio y la animación que durante dos noches consecutivas se iluminaron eléctricamente las calles que lo rodeaban, lo que fue considerado un prodigio de la técnica y el progreso.

Los mercados de aquella época poco tenían que ver con los actuales. Sin cámaras frigoríficas ni aparadores de cristal, los productos se exponían sobre escuetas mesas de madera. Los había de verduras, frutas y legumbres, de carne y de embutido. Ahora bien, las aves de corral y los conejos se vendían vivos en jaulas, y la mayoría de las pescaderías eran de salazones -como el bacalao, los arenques o las sardinas de la costa-, ante la dificultad de ofrecer pescado fresco. También había puestos de dulces, de refrescos y de chocolates, de especias y de hierbas, y de animales vivos, como cabritos o corderos. El cercano bar Els Tres Tombs rememora la fiesta que celebraban cada año los vendedores, que salían a festejar a su patrón -san Antonio Abad- con gran pompa y solemnidad. También fue en este lugar donde comenzó un producto tan autóctono y navideño como los canelones El Pavo, que tenían su fábrica en la esquina con la calle de Borrell.

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En 1929 se construyó la marquesina exterior, bajo la que se instalaron los encantes de ropa. Por aquel entonces hacía nueve años que habían desplazado a los libreros de lance al Paral·lel por los ruidos y molestias que causaban, aunque volverían en 1936 para quedarse hasta el día de hoy. Ese mismo año, los milicianos detuvieron aquí al regimiento de Montesa, ayudando a abortar el golpe de Estado franquista en Barcelona. En las semanas sucesivas, en este sitio se venderían miles de objetos saqueados de las iglesias y las casas de los ricos. Durante la posguerra sería conocido como "la Boqueria de los pobres" por su clientela popular, aunque nunca pudo competir con su homólogo de La Rambla.

Compartió con el resto de los mercados el reino de terror impuesto por el Gravat, un sádico jefe de la Guardia Urbana dedicado a reprimir con brutalidad el estraperlo al por menor. Y vivió enfrentamientos entre universitarios y la policía, en los agitados años sesenta del siglo pasado. Pero nunca perdió su influencia, siendo el único de sus características capaz de dar nombre al barrio que lo rodea. Actualmente, vacío y en obras, espera iniciar una nueva etapa, mientras a pocos pasos de aquí -bajo las carpas- los gritos de las vendedoras y el bullicio de los clientes siguen inmutables su rutina comercial.

Los mercados de aquella época poco tenían que ver con los actuales.
Los mercados de aquella época poco tenían que ver con los actuales.CARMEN SECANELLA

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