Fortachón y apresurado
En la parada de Hospital Clínic se conservan los modelos de semáforo más antiguos
Ayer domingo los semáforos barceloneses cumplieron 81 años. El día 1 de agosto de 1929 se instalaban las primeras señales lumínicas electromecánicas -que era como se denominaban en esos años-, en la esquina entre las calles de Balmes y de Provença. Desde entonces ha llovido mucho y no queda nada de los primeros reguladores automáticos que tuvo Barcelona. No obstante, cerca de la parada de metro Hospital Clínic, de la línea 5, aún pueden verse los modelos más antiguos que conserva la ciudad. Concretamente en la calle de Urgell -en su confluencia con la de Londres y de Buenos Aires- se levantan aún dos supervivientes de la lejana posguerra, de cuando estos mecanismos se instalaban en el centro de la calzada, bien visibles para los escasos chóferes de entonces. Se trata de dos ejemplares pintados de gris, con una base de cemento a rayas blancas y rojas, cuatro juegos de luces y una farola en su parte superior, que le da al conjunto un aire de capital de provincias soviética.
Inicialmente, el semáforo fue más una muestra de modernidad que una necesidad perentoria
En la Guerra Civil, los anarquistas consideraron los semáforos un ataque a la libertad individual
Inicialmente, el semáforo fue más una muestra de modernidad que una necesidad perentoria. Los primeros funcionaban con un mecanismo de relojería al que había que dar cuerda a diario. El parque automovilístico no era muy numeroso y los guardias de la época se bastaban y se sobraban para controlar el tráfico. Aún así, el Consistorio decidió hacerle caso a Jaume Vachier -el técnico que hizo pintar de negro y amarillo los taxis-, que con una gran perspectiva de futuro auguró que en poco tiempo nos harían falta. Años después, los primeros atascos y atropellos le acabaron dando la razón. Al de Balmes le siguieron rápidamente los de paseo de Gràcia, la Gran Via, plaza de Catalunya, plaza de Espanya, La Rambla y la Via Laietana. Sin darnos cuenta, aquellos objetos se convertían en una parte indispensable del paisaje.
Con el estallido de la Guerra Civil los semáforos devienen polémicos, pues muchos anarquistas los consideran un ataque a la libertad individual. Pero ante el aumento de accidentes, en 1937 el Ayuntamiento decide acabar con el tránsito revolucionario y obliga de nuevo a tener carnet de conducir y a llevar matrícula en el vehículo. Junto a estas medidas surge una nueva generación de reguladores, cuyo juego de luces indicaba detenerse totalmente con rojo, con rojo y ámbar girar a la izquierda, con verde marchar en línea recta, con verde y ámbar girar a la derecha, y con ámbar "comportarse como si no existiese el semáforo" (literal).
Tras la contienda aparecen los primeros modelos situados en medio de la calzada, como los de la calle de Urgell. Pero su peligrosidad llevó a su sustitución en 1947 por señales colgadas de un cable, así como a la extensión de los llamados pasos-cebra. La ordenación del tráfico no llegará hasta finales de la década de 1950 con unos nuevos aparatos de color amarillo (de los que aún queda alguno en la ronda de General Mitre), que sustituyeron a aquellos agentes municipales subidos a una especie de glorieta, desde donde dirigían -cual Herbert von Karajan con salacot- las idas y venidas del transporte barcelonés. Pasa el tiempo y, en 1975, mientras los vecinos de las barriadas periféricas reclamaban semáforos para sus esquinas, los habitantes del centro se quejaban de que había demasiados y mal sincronizados. En algunos lugares como la Via Laietana resultaba un calvario transitar, al tener que detenerse en cada esquina. Los más populares se instalaron en la década de 1980, con el fortachón de color rojo y el apresurado de color verde, que han organizado hasta hoy la circulación de peatones. Estos personajes se han incorporado a la modernidad con los nuevos modelos de leds de bajo consumo que pueden verse por el Eixample. Aunque ninguno tan sugerente y evocador como los de la calle de Urgell que parecen surgidos de una fotografía antigua, cuando los coches todavía eran una especie extraña en nuestras calles.
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