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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Memoria de Camboya

No hace tantos años, entre 1975 y 1979, casi dos millones de personas murieron en Camboya en uno de los experimentos político-sociales más siniestros de la historia, a cargo del régimen ultramaoísta de los jemeres rojos, apoyado por China. Se trataba de purificar el país del sureste asiático, de transformarlo en una utopía agraria vaciando las ciudades, deportando a sus habitantes a granjas colectivas y prohibiendo religión, dinero y escuela. La colectivización y el exterminio solo acabaron cuando Vietnam invadió el vecino país.

Aquellos hechos, sobre los que el sectarismo de la guerra fría propició un masivo manto de silencio internacional, solo han comenzado a juzgarse ahora, años después de la trabajosa puesta en pie de un tribunal, mitad de la ONU, mitad camboyano. La primera sentencia acaba de recaer sobre el camarada Duch, responsable de Tuol Seng -un legendario centro de tortura en Phnom Penh, la capital- condenado a 35 años por asesinato y crímenes contra la humanidad. Una sentencia recibida como un escarnio por los traumatizados camboyanos, pero que los más posibilistas consideran embrión de una justicia en marcha en un país donde nunca un alto funcionario había sido culpado por violar derechos humanos.

Es incierto cuántos acusados más se enfrentarán a un tribunal nacido con fórceps, que en cuatro años solo ha alumbrado una condena, criticado por corrupción y saboteado por el Gobierno de Camboya, cuyo primer ministro, Hun Sen, fue jemer rojo. Cuatro dirigentes de aquel régimen, entre ellos el ex presidente Khieu Sampan, aguardan proceso para el año próximo. Otros han muerto, como el máximo ideólogo del genocidio, Pol Pot. Pero si en el caso de Duch, un brazo ejecutor, la condena ha sido relativamente fácil, no ocurrirá lo mismo con los que esperan, que se limitaron a dar órdenes para consumar la inmensa tragedia y han tenido buen cuidado de distanciarse de sus atrocidades.

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