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Columna
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Dos grandes partidos autonomistas

Lluís Bassets

El espacio central catalán está organizado alrededor de dos grandes partidos de etiquetas muy distintas, pero con muchos puntos en común. Uno se dice nacionalista y el otro federalista, pero ambos han sido hasta ahora profundamente autonomistas, y aunque no rime con el ambiente algo sobreexcitado de estas últimas semanas, me atrevería a decir que ambos seguirán siéndolo.

Tanto CiU como el PSC son partidos de clases medias, que ocupan la posición central en la sociedad como corresponde a formaciones capaces de alcanzar mayorías de gobierno suficientes para gobernar con sus propios programas. Uno lo ha conseguido durante 23 años y el otro ha tenido que gobernar en una coalición difícil durante los siete años en que ha sido capaz de armar mayorías parlamentarias a su alrededor.

El independentismo será el combustible del cambio, pero luego regresará el pragmatismo para potenciar este Estatuto

Ambos son transversales e interclasistas. Lo más importante en este capítulo es que en los dos casos son partidos puente, que sirven para unir dos orillas distintas. En el caso socialista es más evidente esta función de pegamento entre las dos comunidades que hipotéticamente hubieran podido existir en este país: sin el PSC, los orígenes lingüísticos de la población hubieran conducido a un país segmentado en dos. La tensión que sufre este puente es muy seria y tiene su expresión en los dos mayores reproches que se le hacen al socialismo catalán; desde fuera, que se somete a la lógica catalanista y finalmente actúa como un partido nacionalista, y desde dentro, que nunca consigue actuar como el partido independiente que es y termina supeditándose al ordeno y mando de Madrid.

También CiU sufre las tensiones propias del partido puente. En este caso el nacionalismo conservador tuvo que atender desde sus orígenes tanto a la sociología electoral del catalanismo antifranquista como a la del conservadurismo más acomodaticio con el régimen. En CiU, como fruto de estos orígenes, conviven dos almas, una más soberanista e incluso independentista, quizá ahora la mayoritaria, y otra más posibilista y partidaria de seguir sacando petróleo del autonomismo, incluso en las presentes dificultades. Nada distinto a lo que sucede en el PSC, aunque probablemente con inversión de papeles en cuanto a su fuerza, pues los socialistas catalanistas son minoritarios con relación a los más disciplinados respecto al PSOE.

No necesita demostración que los dos son partidos de poder. CiU ha gobernado 23 de los 30 años de la actual autonomía y ha influido de forma muy decisiva en el gobierno de España en la transición con UCD y luego tanto con socialistas como con populares como mínimo desde 1989 hasta 2000. El PSC es el partido que mayor poder ha concentrado en la historia de Cataluña en los últimos siete años, contando los ayuntamientos, las diputaciones y finalmente la Generalitat.

Para CiU el subidón soberanista e independentista es el combustible del cambio, por lo que le interesa dejar que el suflé siga subiendo hasta las elecciones. Para el PSC, en cambio, le conviene llegar a las elecciones con el suflé ya deshinchado para poder ofrecer así la recuperación de la vía federal como salida a la sentencia. No hay que olvidar que los dos partidos, con distintos énfasis, han patrocinado el vigente Estatuto, se han sentido igualmente vejados por la sentencia y han organizado de forma muy similar la contraofensiva, sabedores de que, en la práctica, solo hay una salida posible para los partidos de gobierno, por más que nadie hable de ella: seguir y seguir negociando y pactando, trenzando pacientemente consensos aquí y allí, y persistiendo en el autonomismo. En algún momento han anunciado que habrá que revisar la Constitución para resolver algunos de los puntos cruciales que han caído del Estatuto, pero apenas se ha mencionado las mayorías que se necesitan para hacerlo.

Tanto CiU como el PSC van a dedicarse en los próximos meses y años a lo mismo: a aplicar el Estatuto, a defenderlo y a sacarle el máximo partido. La diferencia será, por una parte, de dosis retórica respecto al malestar catalán, y por otra, de ritmo en las difíciles e improbables propuestas estratégicas. Puede que las próximas elecciones nos ofrezcan un gran avance del soberanismo y el independentismo. O no. Y en cualquier caso, habrá que atender también a las cifras de la abstención. Pero sus efectos poco tendrán que ver con la soberanía y la independencia, y mucho con cuál de los dos partidos centrales y de facto autonomistas tendrá la mano para gestionar el desaguisado.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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