De lo uno a lo otro
1No hace mucho Richard Price, autor de novelas feroces y delicadas y guionista de la serie televisiva The Wire, declaraba que él era uno de esos idiotas que todavía se consideran de izquierdas. Es una confesión casi conmovedora, y un aviso más del agotamiento general del discurso de la izquierda. A diferencia de lo que ocurrió entre los años sesenta y los ochenta, ser de izquierdas ya no mola: hoy lo que mola es decir que la izquierda y la derecha ya no existen, o que la izquierda es más reaccionaria que la derecha, o que la derecha da lo mismo que la izquierda; todo menos decir que uno es de izquierdas, cosa que al parecer ya solo se atreven a decir quienes han convertido el ser de izquierdas en un acto de autobombo o en algo hueco, blando e intercambiable. El espectáculo es extraordinario. Dicho esto, ¿existe alguna esperanza de renovación para la izquierda? Debe de existir, digo yo; y si existe, yo no descartaría que viniera de la derecha, del mismo modo que la renovación de la derecha vino de la izquierda. Bien pensado, es lógico: al fin y al cabo es lo que ha ocurrido casi siempre. Por no salirnos de España, aquí la gran renovación del discurso de la izquierda se produjo cuando a mediados de los años cincuenta un grupo de gentes muy diversas procedentes de la derecha -de Dionisio Ridruejo a Javier Pradera o Manuel Sacristán- propusieron o fomentaron un discurso de reconciliación nacional que 20 años después desembocó en la transición política. Inversamente, a partir de los años ochenta empezó en todas partes un trasvase desde la izquierda a la derecha que 20 años después cuajó en España en unos Gobiernos de derechas tan plagados de antiguos radicales izquierdistas que algunos viejos rojos inamovibles los consideraban demasiado radicales para ellos Bromas aparte, las cosas fueron más o menos así. Y lo raro es que tantos años después sigan siéndolo, y que, a menudo con la intención teórica de socavar los clichés de la izquierda, algunos antiguos izquierdistas difundan los clichés de la derecha sin advertir que ello no los convierte en provocadores, sino en obedientes seguidores rezagados de una moda intelectual de hace 30 años. Ahora bien, ¿existe lo contrario? ¿Existe ahora mismo quien haya pasado de la derecha a la izquierda? ¿Existe eso que en los años setenta era casi puro gregarismo y ahora casi sería provocación?
"Hoy lo que mola es decir que la izquierda es más reaccionaria que la derecha"
2 Soy extremeño. También soy catalán. Soy un extremeño de Cataluña o un catalán de Extremadura. Es decir: soy un tipo aparatosamente común. Pero si la patria no es una abstracción, sino solo la tierra natal, que es lo que era para Cervantes, entonces mi patria es Extremadura o un pedazo de tierra de Extremadura. Claro que la palabra patria está cubierta de mierda y de sangre y que, aunque ya sea un cliché, es verdad que el patriotismo es el último refugio de los canallas; pero también es verdad que, como ha escrito Enric Sòria, amar las cosas de casa que lo merecen es una actitud mucho más razonable que despreciarlas sin motivo. Digo esto porque voy a hablar de un extremeño y, cuando se trata de hablar de extremeños, no puedo garantizar mi imparcialidad; ni siquiera cuando se trata de hablar de Guillermo Fernández Vara, presidente de Extremadura. Vaya por delante que no conozco personalmente al señor Fernández Vara, lo que me parece rarísimo, porque los extremeños somos tan pocos que nos conocemos todos; pero me ha llamado mucho la atención un reportaje sobre él publicado por José Luis Barbería en este periódico. Me ha llamado la atención porque Barbería se esfuerza en encontrar quien le hable mal del presidente, y solo consigue que incluso sus adversarios le hablen bien de él. No sé si la cosa será tan grave, aunque mi impresión es que un aficionado del Barça a quien el ex presidente Laporta ha llamado imbécil de forma reiterada, como es el caso de Fernández Vara, no puede ser una mala persona, ni siquiera un mal político. Lo que sí sé es que este hombre dice cosas que yo no había oído. Por ejemplo: que aunque, contra lo que suele creerse, el Estado de las autonomías ha beneficiado tanto o más a las autonomías pobres que a las ricas, sería bueno que las autonomías devolvieran al Estado determinadas competencias en áreas como sanidad o educación. "El problema de España", dice, "es que todos pensamos que es un problema de terceros, y que lo mío es mío y lo tuyo es de los dos". Ignoro qué traducción práctica tiene esto, si es que la tiene, pero, dicho así, convierte a Fernández Vara en una rareza: un político que no pide tener más poder, sino menos; un político que pide menos poder para las autonomías y más para el Estado en nombre de la eficacia y la equidad y no en nombre de la patria en peligro y envolviéndose en la bandera; un político que lo pide en nombre de la izquierda y no de la derecha. Claro que Fernández Vara no viene de la izquierda, sino de la derecha: Barbería cuenta que empezó a militar en política con las juventudes de AP, el precedente del PP. ¿Significa esto que es un político distinto? ¿Significa que es un anuncio o un síntoma de la renovación de la izquierda? ¿Significa que es un precursor?
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