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Columna
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País sin nombre cierto

Si algo ilustra los abismos que separan a los habitantes del paisito es su radical desacuerdo a la hora de nombrarlo. ¿Cómo se llama este pedazo de tierra, de fronteras imprecisas, que forma un triángulo de tierra entre el Ebro y el Adour? La historia de los últimos siglos ofrece un prolijo muestrario: Vasconia, Euskal Herria, País Vasco, País Vasco-Navarro, Provincias Vascongadas, Euskaria, Euzkadi, Euskadi. Eso sin recurrir al feísmo tecnicista (CAV), que tiene su extensión en otros engendros terminológicos, inspirados en su momento por similares desacuerdos de fondo: así, el antiestético "Territorio Histórico" (que evitaba la alusión a señoríos y provincias), o el desleal "Gobierno de Navarra" con el que el navarrismo buscaba esquivar la peligrosísima (para sus intereses) y clásica denominación de "Diputación Foral". A la hora de llamar al paisito, vivimos una aporía de Zenón de Elea, una persecución interminable en la que el rápido Aquiles jamás podrá alcanzar a la tortuga, en su huída infinitesimal.

Hay que adjudicar a la izquierda abertzale mucha responsabilidad en este desbarajuste. Ella se ha apropiado de los símbolos del paisito y los administra con habilidad. Asombra la mansedumbre con que el nacionalismo democrático, tan irascible frente a otras formaciones, se pliega a los caprichos de su hijastro más belicoso. El fin inmediato de la izquierda abertzale tradicional (qué bonito llamar "tradicional" a un tinglado socialista revolucionario) no es lograr la independencia, sino desalojar al PNV del liderazgo en la causa nacional. Para ello es importante monopolizar los símbolos. Aquí tiene lugar la aporía: el nacionalismo democrático puso Euzkadi, y el nacionalismo radical contrapuso Euskadi. Y cuando PNV, PSE e incluso el mismo PP, asumen Euskadi, el mundo radical da un paso más, destierra Euskadi y se apropia de Euskal Herria para su causa.

Es curiosa la docilidad con que el PNV se pliega a las normas simbólicas que dictan los radicales, pero es curiosa también la estrategia con que éstos modelan, sin resistencia alguna, nuestra iconografía. No deja de ser gracioso que su comportamiento sea en esto el de un poder fáctico. Cuando la izquierda abertzale emprende un nuevo cambio en nuestro universo simbólico nunca expone las razones; mucho menos propicia el debate público. Con secretismo, los impenetrables órganos del movimiento analizan en privado, adoptan resoluciones y consiguen, de un día para otro, que Euzkadi se llame Euskadi o Euskadi Euskal Herria, un término este último que antes podía unir a vascos de uno y otro estado y a navarros, y que ahora despierta toda clase de susceptibilidades, de mano de sus nuevos propietarios.

El paisito sigue siendo un lugar muy complicado. ¿Cómo no va a serlo, si aún no sabemos su nombre? Y esa dificultad intrínseca retrata, por desgracia, su inviabilidad.

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