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Columna
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Esquizofrenia o cinismo

Cuentan las crónicas que el pasado fin de semana, durante su estancia en Sitges con motivo de la Escuela de Verano del Partido Popular, don Mariano Rajoy practicó a conciencia la posición de cuerpo a tierra con respecto a las consecuencias políticas de la sentencia del Tribunal Constitucional. Al parecer, el líder máximo del PP español consagró más del 90% de su discurso a hablar de la crisis económica, y apenas tuvo cinco minutos finales para quitarse de encima el tema del recorte del Estatuto, como quien se desembaraza de un engorro.

Es una línea de conducta comprensible, que los máximos dirigentes del partido han practicado desde el mismo 28 de junio y que ha sido sintetizada con la expresión "pasar página": lo del Estatuto ya es agua pasada, el PP hizo lo que debía y no se arrepiente de nada, pero ahora hay que ocuparse de -ese mantra favorito de los populares- "las cosas que de verdad interesan a los ciudadanos". Alicia Sánchez-Camacho ha hecho suyo rápidamente este guión; asegura que en la campaña para las elecciones de otoño se va a "centrar en ofrecer soluciones para la crisis", en "los problemas reales, como el paro y la inseguridad". El presidente provincial del PP barcelonés, Antoni Bosch, ha sido aún más contundente: "A la gran mayoría de la gente de Cataluña no le preocupa nada el Estatuto. (...) Que el catalán haya dejado de ser lengua preferente se la trae al pairo (sic)". ¡Vaya con el lenguaje de los notarios meapilas!

Desde hoy hasta el día de las elecciones, la centralidad del debate Cataluña-España no hará más que crecer y el PP no le hará ascos

Pero no nos distraigamos del asunto. El asunto es que el PP proclama enfáticamente su intención de centrar la próxima campaña electoral en la situación económica y sus efectos sociales. Siendo así, cuando la señora Sánchez-Camacho afirma: "Ni Rajoy ni yo podemos pactar con esta CiU", y que "Artur Mas no es un político de fiar", ¿son las propuestas convergentes en materia de lucha contra el paro y la delincuencia, de política fiscal o de estímulo a las empresas, pongo por caso, las que la alarman y le parecen indignas de confianza? Porque, si doña Alicia rehúye por ficticios los debates identitarios y don Antoni cree que "el independentismo es un sentimiento fabricado artificialmente", ¿no serán las posiciones de CiU en este fútil campo las que determinan la insolvencia de la federación, verdad?

Solo desde un preocupante desdoblamiento de la personalidad o desde una sobredosis de cinismo se puede alardear de laicidad identitaria (ya saben, el PP no es nacionalista...) y, al mismo tiempo, ofrecerse como el baluarte del unionismo constitucional ("somos los únicos que podemos garantizar el sentimiento de pertenencia a España", ha dicho Sánchez-Camacho) en esta Cataluña donde, desde Montilla para abajo, casi toda la clase política se ha vuelto independentista, a juicio del Partido Popular. Pero es que, además, la centralidad del debate Cataluña-España no hará más que crecer, desde hoy hasta el día de las elecciones. Y el PP no va a hacerle ningún asco.

Cuando, pasado el mes de agosto, comience de veras la campaña electoral y haya otros dos partidos (Ciudadanos y Unión Progreso y Democracia) pugnando por ver cuál de los tres ejerce con más celo el papel de policía indígena, cuál anuncia más recursos contra las leyes "inconstitucionales" de desarrollo del Estatuto, cuál amenaza con más demandas exigiendo la enseñanza en castellano, entonces veremos dónde queda la preocupación de la presidenciable popular por "el paro y la inseguridad". Con Vidal-Quadras dejándose caer por su nuevo despacho de la calle del Comte d'Urgell, propugnando la contrarreforma de la Constitución y abanderando la necesidad de "devolver a los españoles el orgullo de serlo", será de ver qué lugar ocupan en la campaña de Alicia las soluciones contra la crisis y cuál la defensa de la españolidad.

Merced a todo esto, el PP conseguirá pongamos que 14 o 15 escaños. ¿Y qué hará con ellos, en un hemiciclo colmado de presuntos separatistas?

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