Una mala nota de corte
Nada podía marcar más claramente el fin de curso europeo que la tradicional conferencia de prensa de Angela Merkel ayer, antes de la pausa vacacional de agosto. Alemania es el alumno más grandullón de esta clase, también el más visible, colocado siempre en el pupitre central del aula; y no es siempre el más ruidoso, papel que suele ocupar su vecino francés, pero sí el determinante. Si Alemania va mal, Europa va mal; aunque, ahora que Alemania empieza a ir bien, no esté nada claro que a Europa le vaya a ir bien.
Merkel pudo hacer un clásico ejercicio de ficción política sin necesidad de recibir lecciones de sus vecinos y socios más fantasiosos, véase a Berlusconi, Sarkozy o Zapatero. Respaldada por los buenos datos económicos y un negacionismo a prueba de bomba, aseguró que las peleas internas de su coalición son cosa del pasado, que su país sale más fuerte de la crisis y con un Estado de bienestar preservado y luciendo del milagrito alemán que representan unas bajas cifras de paro que evoca el gran milagro de la posguerra. Pero a pesar de las protestas de este alumno aplicado, este fin de curso le trae un ostentoso suspenso.
Europa depende más que nunca del grandullón de la clase, Alemania, que se ha vuelto más egoísta
El mayor mérito de Merkel es haber evitado la catástrofe el día en que el euro pendió de un hilo
Las crisis castigan a los Gobiernos en ejercicio. Y a la vista está que las salidas de la crisis también. Las encuestas le dan a su coalición los peores resultados en el último cuarto de siglo, entre 34% y 38%, 14 y 10 puntos respectivamente por debajo de lo que obtuvo la entera coalición CDU-CSU con los liberales del FDP en septiembre de 2009; mientras que socialdemócratas y verdes, coaligados con Schröder durante siete años, se sitúan en el 47%, 13 puntos arriba, sin contar a La Izquierda (ex comunistas y socialdemócratas izquierdistas del Oeste) que permanece en la cota del 11%.
Si Merkel con sus buenas cifras y sin escándalos de corrupción abrasadores no se merece la nota de corte, digamos claramente que los otros grandes socios europeos suspenden sin paliativos. Tampoco pasaría el examen la entera Unión Europea en el momento en que termina el curso probablemente más peligroso de su historia. Su mayor mérito es haber evitado la catástrofe aquel 9 de mayo en que el propio euro estuvo colgando de un hilo. El mayor demérito, haber desaparecido de la escena internacional justo en el curso en que estrenaba las galas del Tratado de Lisboa para codearse en un tablero mundial donde hubo reparto de cartas y mazo nuevo. En ambas circunstancias fue decisivo el papel de Merkel, como se vio en la Cumbre del Clima de Copenhague, donde Alemania demostró la debilidad de su fuerza y la UE desapareció de la escena; y en la salvación de las finanzas europeas y del euro, donde Alemania demostró en cambio la fuerza de su debilidad: las cosas estuvieron a punto de irse al garete gracias a sus vacilaciones y lentitud.
Es difícil atribuir a la economía las malas notas alemanas de fin de curso, incluso admitiendo que la salida de la crisis también castiga, sobre todo si la tijera sigue en plena actividad. Son evidentes las razones internas, directamente políticas. En octubre, la canciller inauguraba una nueva coalición con los liberales llena de promesas. Recuperaba al que había sido el socio clásico de coalición durante 17 años seguidos, en una fórmula casi identificada con la estabilidad y la prosperidad de la República Federal. Después de gobernar cuatro años con los socialdemócratas se abría la oportunidad de una fórmula en la que Merkel fuera definitivamente ella misma.
Pero en nueve meses ha perdido lo que ganó en los cuatro años anteriores. En expectativas de voto, por supuesto. En cohesión gubernamental: su coalición no funciona. Los liberales no son el socio fiable que suma en vez de restar. Todo suscita peleas, el recorte presupuestario, los aumentos de impuestos, la reforma sanitaria... Crece la soledad de la canciller, que ha dejado un desierto de liderazgos a su alrededor. Seis barones regionales de la CDU-CSU, casi todos ellos aspirantes a jugar algún papel nacional, incluyendo la cancillería, han tirado la toalla. Dimitió el presidente federal Horst Köhler, obligando a la canciller a organizar una elección en la que dejó numerosas plumas de su autoridad: su candidato, el actual presidente Christian Wulff, tuvo que superar hasta tres elecciones en la Asamblea Federal ante la falta de disciplina de los representantes de la coalición gubernamental.
En septiembre habrá que intentarlo de nuevo. La Alemania de Merkel es la más preparada para alcanzar la nota de corte, es decir, empezar de nuevo a crecer con fuerza. Si el resto no sigue, y nadie más puede pasar curso, Europa podría llegar a tener un problema. Ahora dependemos del grandullón de la clase mucho más que antes. Pero el grandullón antaño generoso se ha vuelto egoísta y no está por historias. De manera que al resto le toca espabilar.
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