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Columna
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Deprisa, deprisa

"Si me das a elegir/ Entre tú y la riqueza/ Con esa grandeza/ Que lleva consigo, ay amor/ Me quedo contigo/ Si me das a elegir/ Entre tú y la gloria/ Pa que hable la historia de mí/ Por los siglos, ay amor/ Me quedo contigo./ Pues me he enamorado/ Y te quiero y te quiero/ Y solo deseo/ Estar a tu lado/ Soñar con tus ojos/ Besarte los labios/ Sentirme en tus brazos/ Que soy muy feliz./ Si me das a elegir/ Entre tú y ese cielo/ Donde libre es el vuelo/ Para ir a otros nidos, ay, amor/ Me quedo contigo./ Si me das a elegir entre tú y mis ideas/ Que yo sin ellas/ Soy un hombre perdido, ay, amor/ Me quedo contigo".

La voz oscura y tierna de Los Chunguitos casi me hunde en la melancolía, en la nostalgia, en un tiempo que se fue rápidamente, que se llevó aquellos años dorados en que empezábamos a respirar cada uno a nuestro modo, cada uno como sabíamos y podíamos. Los ochenta pasaron como un rayo, deprisa, deprisa. Teníamos ansia de vida, queríamos engancharnos al último vagón de un mundo que había vivido sin nosotros. Se había terminado el aletargamiento, la resignación y buscábamos la verdad. Me quedo contigo marcó a fuego aquellos primeros años ochenta en que la democracia era joven, la libertad era joven, la droga entraba a raudales. Pero Madrid aún era viejo. Existía un Madrid aburguesado y un Madrid proletario. Buenas zonas y esas otras de la periferia desconocidas para mucha gente y separadas del centro por mucho más que unas cuantas paradas de metro. El Madrid proletario no era solo pobre, sino feo, hostil a la vista. Un feísmo que Almodóvar supo atrapar con mano prodigiosa en Qué he hecho yo para merecer esto, una película que nos cuenta la verdadera transición de esta ciudad, que viene del boom imobiliario del franquismo y de la supervivencia sorda de una pareja de posguerra (José Luis López Vázquez y Mary Carrillo, en El pisito, de Marco Ferreri), a la supervivencia desesperada de sus posibles hijos y nietos de Qué he hecho yo para merecer esto. Es como si aquel mismo piso nuevo de El pisito, levantado a las afueras entre barro y hormigoneras, fuera el de Qué he hecho yo... 30 años después, avejentado y triste, ocupado por una inmigración de segunda o tercera generación venida del pueblo, y que le sirve a Almodóvar para juntar a los abuelos, hijos y nietos en un poema de inocencias perdidas.

Fue la época desgarrada de Las Grecas, del motín de Carabanchel, de la cachimba de Los Chichos

El mismo Almodóvar de Pepi, Luci, Boom..., que se puso las mallas de La Movida, volvió la vista hacia los deprimentes bloques colmeneros donde habían venido a refugiarse las gentes de los pueblos manchegos, extremeños, andaluces, que no tenían más remedio que emigrar, y que él conocía y comprendía. Mientras que La Movida era sofisticada y su contracultura se desarrollaba en Malasaña, en el planeta de las afueras también se movía algo, pero sin pretensiones, sin objetivos, sin nada. Un frenético ir y venir de unos chicos fuera de control, que no estaban dispuestos a que les vinieran las cosas, y querían cogerlas, arrancarlas de quien fuera y de donde fuera. Como le dice Pablo a Ángela en la hermosa película de Saura Deprisa, deprisa: "¿No querías el mar? Pues ahí lo tienes, todo para ti".

Delincuentes chapuceros movidos por deseos urgentes. Fueron los protagonistas más auténticos y con menos suerte de una época romántica y frenética, sin ellos saberlo. Hasta que el cine les echó el ojo y se volvió loco con sus voces barriobajeras, anticultas, llenas de frescura y naturalidad. Eran directos, sin prejuicios, ni juicios, todo valía con tal de vivir y todo era normal. No parecían venir de un pasado ni ir hacia ningún futuro, creaban su vida y eran molestos. No fingían, no era una pose ni tuvieron tiempo de pensar un plan alternativo: los ochenta acabaron con los ochenta y los quinquis con los quinquis. José Antonio Valdemar (Pablo) murió por una sobredosis de heroína y de Berta Socuéllamos (Ángela) no quiso volver a saber nada el cine. Fue la época desgarrada de Las Grecas, la época en que el flamenco se hizo moderno, del motín de la cárcel de Carabanchel, de Lole y Manuel, de la cachimba de Los Chichos y del Vaquilla como portada del Fotogramas. Y ahora la Casa Encendida recupera a los "Quinquis de los ochenta. Cine, prensa y calle" con una exposición y un ciclo de cine. "Ay, qué dolor", cantan los Chunguitos.

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