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Columna
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El guirigay

Empezamos mal. Bueno, seguimos de mal en peor. A pesar del acuerdo mayoritario de que la sentencia del Tribunal Constitucional merece una respuesta contundente de rechazo, nuestros representantes políticos y aquellos que hacen política desde asociaciones culturales se muestran incapaces de acordar un texto para que la cabecera de la manifestación pueda acoger a la mayoría.

Prescindiendo de que solo una acción unitaria y masiva será útil en el futuro para defender las reivindicaciones identitarias, los partidos y Òmnium se han enfrascado en un lamentable guirigay que dura ya varios días.

El presidente de la Generalitat, desde el Palau y solo dos horas después de conocerse el fallo, hizo una llamada solemne a "caminar juntos, unidos" detrás de la senyera como "pancarta unitaria" para demostrar que Cataluña es una nación y un solo pueblo.

Los partidos catalanes no pueden actuar como si nada hubiera pasado y sin evaluar los errores del proceso de reforma estatutaria

Mantener el respeto a las instituciones es un principio de dignidad básico. Aunque suene a manual de autoayuda, nadie nos respetará si no empezamos nosotros por tomarnos en serio.

¿Quién hubiera puesto en duda la llamada institucional del presidente de la Generalitat si la hubiera hecho Jordi Pujol? En cambio, ahora el ex presidente se permite frivolizar comparando la propuesta con un envelat.

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Los partidos en el gobierno han dejado la movilización en manos de Òmnium Cultural, que responde con el lema Som una nació. Nosaltres decidim.

Es un lema menos inclusivo que una bandera que permite a cada cual interpretar su país como su sueño o sus valores, como saben muy bien los norteamericanos o los franceses.

El ruido sobre la pancarta es un mal síntoma de lo que va a venir después y solo puede contribuir a desanimar a unos ciudadanos que no necesitan más argumentos de los que han tenido en los últimos cuatro años para decidir irse a la playa. Muchos catalanes irán a la manifestación a pesar de los convocantes y por miles de razones, muchas de ellas sentimentales más que racionales porque la memoria, la dignidad o los valores heredados son un poderoso motor vital y político.

Si los convocantes no se ponen de acuerdo en un lema, ¿qué podemos esperar de ellos el día 11? Poco más que una nueva decepción de nuestros políticos y una idea pequeña y rancia de país. Es decir, de futuro.

Tras la manifestación se tendrá que hacer política y se demostrará la altura de miras de todos. No es fácil establecer un mínimo común denominador. No nos engañemos, deberán ponerse de acuerdo aquellos que creen todavía en la España federal o confederal, los que defienden el concierto económico, los que abogan por la reforma de la Constitución, por la independencia o por el cumplimiento íntegro del Estatuto.

La resolución del Parlament deberá defenderse también en el Congreso. La tentación de poner en evidencia las contradicciones de cada cual es alta en tiempos electorales, pero solo acrecentaría la desilusión colectiva. Los partidos catalanes no pueden actuar como si nada hubiera pasado y sin evaluar los errores de todos en el proceso de reforma estatutaria. Las contradicciones están en el seno de CiU y del PSC, y unos y otros deberán hacer una puesta al día de sus propuestas. Moverse en el magma de los pactos a vela y a vapor, el derecho a decidir y la participación en un gobierno en Madrid o el de la conllevancia con un PSOE que da por acabado el modelo de Estado, tendrá cada vez más dificultades para explicarse.

Escribió David Hume en Sobre el surgimiento y progreso de las artes y las ciencias que "en un gobierno pequeño, cualquier acto de agresión es conocido inmediatamente por todas partes; los murmullos de descontento se van diseminando con facilidad". "Ningún hombre", decía el príncipe de Condé, "puede ser un héroe para su valet de chambre". Es lo que tienen los países pequeños, que se oye mucho el ruido de los vecinos y que a veces cuesta elevar el vuelo gallináceo.

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