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Muchos espías, pocos secretos

Los 10 agentes rusos detenidos en EE UU adoptaron nombres falsos y enviaban informes a Moscú - Una de las infiltradas es hija de un ex miembro del KGB

Yolanda Monge

Ninguno de los detenidos ha sido acusado de espionaje y a pesar de ello se sigue hablando de "los espías que llegaron de Moscú" para infiltrase en la sociedad estadounidense y reportar a la madre patria. Su camaleonización con el país de las barras y estrellas fue tan lograda que ni sus mismos hijos, nacidos en la tierra que hoy -4 de julio- festeja su independencia, sabían del camuflaje de sus progenitores. Y si hubieran tenido que elegir entre la descendencia o la tierra, habrían optado por lo segundo.

"A pesar de admitir que quiere a su hijo, nunca hubiera violado su lealtad al servicio", ha informado uno de los fiscales que a finales de esta semana presentaba cargos contra el acusado Juan Lázaro, cuya verdadera identidad sigue siendo una incógnita. Lázaro es esposo de Vicky Peláez, periodista peruana que escribe en el diario en lengua española La Prensa de Nueva York y la única que ha reconocido vivir con su verdadero nombre.

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La calidad del trabajo de los espías es ya otro asunto porque no parece que la seguridad nacional de Estados Unidos haya estado nunca amenazada. Hasta la fecha, el peor desastre de inteligencia en la historia del país ha sido protagonizado por uno de los suyos: el ex agente del FBI Robert Hanssen, detenido en 2001, quien espió desde su despacho oficial en Washington durante más de 20 años, primero para la URSS y, después, para la Rusia posterior a la caída del muro (escándalo llevado al cine por la película El espía, de 2007). Si Hanssen no fue condenado a muerte es porque se declaró culpable de todos los cargos: pasa -y pasará- el resto de sus días aislado 23 horas de 24 en una prisión de máxima seguridad en Colorado.

Los 10 hombres y mujeres que en la noche del pasado domingo eran detenidos por el FBI mientras cenaban o descansaban plácidamente en sus hogares -en Nueva York, Boston, Alexandria (Virginia) o Montclair (Nueva Jersey)- se enfrentan a cargos de lavado de dinero y de conspiración para actuar como agentes sin registrarse ante la justicia de Estados Unidos. O sea, olvidaron comunicar al departamento correspondiente que habían llegado para conocer los secretos mejor guardados del poder norteamericano.

Conociendo lo que a día de hoy se conoce, la vida de los agentes rusos se acerca más al papel de Jim Wormold que al de James Bond. Dicho de otra manera: parece que Graham Greene hubiera reescrito Nuestro hombre en La Habana y, en lugar de situar la acción en la Cuba de Fulgencio Batista y a su protagonista como un gris vendedor de aspiradoras engañando al servicio secreto británico, hubiera inventado a un grupo de rusos olvidados por el Kremlin en el imperio del capitalismo que pasa sus días acudiendo a barbacoas en el patio trasero de sus vecinos durante las noches de primavera mientras por la mañana escribe mensajes en tinta china invisible para Moscú que parecen importar poco o nada. De ninguno se sospechaba nada. "¿Espías, la señora Fowley una espía rusa?"; "¿los Murphy?"; "¿Donald, el que fue compañero en Harvard de Calderón [Felipe, actual presidente de México]?". Incredulidad y sorpresa. Esa fue la reacción más común a la detención de los 10 (otra persona, la número 11, logró salir de Estados Unidos antes de ser detenido; fue localizada en Chipre, cuando intentaba llegar a Hungría, y ahora vuelve a estar en paradero desconocido después de haber sido puesto en libertad bajo fianza y darse a la fuga). "¡¿Quién lo hubiera dicho?!". ¡Espías! Todo aquel que tiene un amigo ruso en Washington ha bromeado estos días con la pregunta: "Y a ti... ¿cuánto te paga el KGB?".

Pero cada día que pasa emergen nuevos detalles -todos aburridos y comunes al más común de los mortales- de la vida de 10 personas cuya existencia ha estado vigilada por el FBI desde mediados de los años noventa. Sus casas inyectadas con cables y micrófonos a través de los cuales su existencia era de todo menos privada. Pero de los 10 agentes a sueldo del SVR (antiguo KGB, que con tanto ahínco trató de limpiar y remozar el actual primer ministro y ex presidente ruso, Vladímir Putin, quien a su vez fue un espía en el pasado), una mujer sobresale sobre todos los demás. "Anna Chapman podría haber calentado sin duda la noche más frígida de la Guerra Fría", decía un titular de prensa.

La frase es de la sección de Style del diario The Washington Post -dirigida por dos mujeres, por cierto-, pero se ajusta a la media. "Desde Rusia con amor"; "Al rojo vivo [por aquello del pelo pelirrojo] y espía"; "La espía que nos amó"; "Rusa peligrosa"; "Debería tener una cita conmigo en castigo", esta última es la sentencia más leída y aportada por sus nuevos admiradores en la página de Facebook de Chapman -nombre también adoptado-, 28 años, dedicada al sector inmobiliario en Manhattan a través de la red y cuyo padre fue al parecer un antiguo miembro del KGB soviético.

Esta semana ya ha habido vistas para imputar cargos a todos los detenidos. Algunas han quedado aplazadas hasta dentro de 15 días. Sólo Vicky Peláez podrá salir en libertad vigilada si abona la fianza de 250.000 dólares que le ha sido impuesta. El resto permanecerá en la cárcel. La justicia estadounidense cree que el riesgo de fuga es muy alto. Y no porque puedan llegar hasta Chipre para ser detenidos y volver a escaparse, como el espía número 11. A cualquiera de los detenidos en Nueva York, por ejemplo, les valdría con caminar hasta cualquier sección consular rusa o hasta la misión de ese país en Naciones Unidas para adoptar su verdadera identidad y desaparecer para siempre. Pase lo que pase, se acabó el sueño americano al que parece se habían acostumbrado tan bien.

Como Nuestro hombre en La Habana, esta historia es una historia desmitificadora, casi desquiciada. Mensajes escritos en tinta invisible en la era de Google e intercambio de sobres con dinero en plena globalización financiera y el reino de los lobbys. Solo cabe esperar que nadie haya colado a Moscú el diseño de un microondas como el arma de destrucción masiva que no busca Irán.

La presunta espía Anna Chapman, en una imagen tomada de su perfil en la red social Facebook.
La presunta espía Anna Chapman, en una imagen tomada de su perfil en la red social Facebook.AP

La custodia de los hijos

Siete ciudadanos estadounidenses no saben lo que será de su futuro. Son los hijos pequeños y adolescentes de cuatro de las parejas que esta semana han sido detenidas como integrantes de una amplia red de espionaje ruso en EE UU. Los servicios sociales de ciudades como Nueva York o Boston tendrán la última palabra en caso de que no existan ni familiares ni amigos que puedan asumir su custodia, lo que parece lo más probable dado el grado de clandestinidad en el que vivían sus padres.

Hasta el arresto de sus padres, todos esos niños y jóvenes vivían una vida de lo más plácida y ajustada a la norma. Hace apenas diez días, una de las hijas de Richard Murphy -nombre falso de uno de los acusados de conspiración- vendía limonada a cinco centavos junto a dos amiguitas del barrio, como suelen hacer los pequeños en estas fechas de calor para recaudar unas monedas. El FBI ha tenido en cuenta la existencia de estos niños, ha asegurado una fuente oficial. "Todo estaba pensado y planificado".

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Sobre la firma

Yolanda Monge
Desde 1998, ha contado para EL PAÍS, desde la redacción de Internacional en Madrid o sobre el terreno como enviada especial, algunos de los acontecimientos que fueron primera plana en el mundo, ya fuera la guerra de los Balcanes o la invasión norteamericana de Irak, entre otros. En la actualidad, es corresponsal en Washington.

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