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Columna
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Quién se ríe con la huelga

El futuro no tiene nostalgia, porque avanzar consiste en sustituir unas cosas por otras, y por eso según el reloj da vueltas y los calendarios cambian de número la vida se va llenando de cáscaras, de objetos que pasan junto a nosotros pero en dirección contraria a la nuestra, en dirección al olvido, y que casi de un día para otro, se convierten en piezas de museo, en la versión antigua de otra cosa: salgan a dar una vuelta por Madrid, igual que acabamos de hacer mi amigo Juan Urbano y yo, a pie porque no hay Metro y los autobuses van tan abarrotados que parecen los de las fotos del día en que se proclamó la República, y verán cómo se han quedado atrás, metiéndose en el pasado igual que el cuchillo en la mantequilla, los buzones o las cabinas de teléfono, por poner un par de ejemplos, transformados en algo pasado de moda ahora que todas las llamadas se hacen desde un móvil y todos los mensajes se mandan usando el correo electrónico. Claro que hay gente que sigue escribiendo cartas, igual que hay gente que sigue comprando discos de vinilo, pero son los menos. ¿Cuántos leerán un libro de papel dentro de unos años y cuántos llevarán un iPad? La pregunta es difícil, pero la respuesta llegará rápido, y de hecho a algunos ya les parecerá trasnochada, aunque no sé si eso lo he pensado yo solo o lo digo porque he estado leyendo esta mañana el libro Sentencias y donaires, que es una selección de aforismos y pensamientos de Antonio Machado, recién publicada por la editorial Renacimiento, en la que está escrito que las tendencias consisten en que "los novedosos apedrean a los originales". No está mal.

Los dueños del barco aprovechan las crisis para tirar al mar a la mitad de los remeros

Juan Urbano y yo vamos a pie porque hay una huelga en el metro que demuestra que, además de los buzones y las cabinas de teléfono, otras cosas se van quedando atrás, tal vez por la crisis económica o tal vez porque las crisis son el paraíso de los caraduras y, cuando llegan, los dueños del barco aprovechan para tirar al mar a la mitad de los remeros. Así, se van quedando atrás las conquistas de los trabajadores, sustituidas por los recortes a los que obliga la catástrofe; se va quedando atrás el talante negociador del Gobierno, suplantado por una política de decretos que obedece a las imposiciones del mercado; se va quedando atrás la paciencia de los sindicatos, que ya no empiezan la casa de la huelga por el respeto de los servicios mínimos, sino por el paro general... En resumen, que si vas a ir al Santiago Bernabéu a ver a España ganarle a Portugal en una pantalla gigante, que es donde los sueños parecen más grandes y la realidad más pequeña, tienes que hacerlo andando, porque en el metro no se mueve una tuerca. Ya ven, así es como son ahora las cosas: la selección avanza y el país retrocede. Algo es algo.

También van en dirección contraria Esperanza Aguirre y sus discursos, porque al fin y al cabo es ella quien le quiere recortar el 5% de su salario a los empleados de Metro, que es lo mismo que el Gobierno central le ha recortado, de una manera u otra y tanto si son funcionarios como si no, al resto de los ciudadanos del país, y es también el ajuste contra el que ella misma clamaba a los cuatro vientos. La presidenta de la Comunidad sabe cómo convertir unos cordones de zapato en una soga, y tensarla hasta el límite, y da la impresión de que para ella la huelga del metro es otro paso adelante en la estrategia de la tensión, como se llamaba antes, otra oportunidad de hacer ver el estado dramático de la nación, paralizada, ingobernable y todo eso que le gusta repetir. Debe de pensar que si para los sindicatos la huelga del metro es un ensayo de la huelga general que llegará en septiembre, ¿por qué no iba a ser para ella una maqueta de algo más grande, un laboratorio donde probarse como candidata a sea lo que sea, por ejemplo vicepresidenta del Gobierno, que según se dice es parte del pacto de no agresión al que ha llegado con Rajoy? Sabemos quién va a salir perdiendo: los de siempre, pero ¿sabemos quién utiliza a quién y para qué hace las cosas que hace cada uno de los actores de este drama? ¿Quién se ríe con la huelga de Metro? ¿Quién, jugando con el doble significado de la palabra, no lo ve como un medio de transporte sino como un sistema de medida? Tal vez esa sea una buena pregunta.

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