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Tragedia en Castelldefels
Columna
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¿Quién no ha cruzado vías?

Francesc Valls

El debate sobre la Administración y sus deberes asoma la pata cada vez que una catástrofe pone en marcha, de golpe, el humano deseo de descargarse de la propia responsabilidad. Entonces despierta la voluntad fiscalizadora. Esa que pregunta inquisitorialmente qué ha hecho mal el Estado, en lugar de bucear y buscar respuesta en la introspección. La tragedia de Castelldefels, que segó la vida de 13 personas e hirió a otras 14, ha evidenciado esa voluntad de culpar al otro de los actos cometidos por uno mismo. Las declaraciones de quienes cruzaron las vías y por fortuna alcanzaron con vida el otro andén son un ejemplo. Ellos apuntaban con dedo acusador al convoy Alaris, que cubría el trayecto entre Alicante y Barcelona, por circular sin luz y por no advertir debidamente de su presencia con señales acústicas. Las autoridades tampoco escaparon, pues el paso elevado de la estación estaba cerrado, aseguraban. Es decir, prácticamente fueron víctimas de una encerrona que les abocó a atravesar las vías a pie. A juzgar por lo declarado, nadie reparó ni en los carteles que prohíben cruzar, ni en las advertencias de la megafonía que recuerdan el veto.

Ninguna comisión de expertos demostrará lo que es obvio: que uno es soberano para decidir cruzar las vías por donde no debe
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Las investigaciones puestas en marcha dilucidarán cómo sobrevino la catástrofe y tratarán de hallar respuesta a por qué los 10 vigilantes de seguridad entraron siete minutos más tarde de que se produjera el accidente. Es cierto que cuando el intercambiador ferroviario de Tarragona esté terminado -dentro de dos o tres años- los trenes de velocidad alta podrán circular por las vías del AVE en lugar de hacerlo por las de los convoyes de cercanías o regionales, como el caso de la costa sur de las comarcas de Barcelona. Pero ninguna objetivada comisión de expertos demostrará lo que es obvio: que uno mismo es soberano para tomar la decisión última de cruzar las vías por donde no debe. El gregarismo puede mover tanto a seguir la cola de quienes pacientemente aguardaban para pasar al otro lado como a lanzarse, en pos de los impacientes, a las vías. Todo depende del grado de euforia que cada uno lleve consigo.

La condición humana es una extraña síntesis entre lo que se debe hacer y lo que se quiere hacer. En su complejidad, aúna determinismo y libre albedrío. La ley y la prohibición deben existir, pero también tiene derecho a expresarse su transgresión, la voluntad de hacer lo que a uno le viene en gana. El equilibrio, en caso de existir, es difícil. Pero si se opta por hacer lo que a uno le viene en gana, aun a costa de vulnerar la ley, se pierde el derecho a descargar responsabilidades en terceros para lograr la exculpación. Uno de los personajes más injustamente castigado por este episodio de Castelldefels es el maquinista del Alaris: circulaba a la velocidad adecuada, no dio positivo en las pruebas de alcoholemia y drogas y ha sido objeto inicial de sospecha.

Quien más quien menos ha cruzado alguna vez alguna vía, la que sea, por donde no debía. En ocasiones suceden accidentes y en otras no pasa nada. Y la testarudad cotidianidad muestra que los hábitos apenas cambian, incluso tras un trágico accidente. Cada día desde el miércoles trágico, hay y habrá ciudadanos que cruzarán vías por donde no deben. La función de los poderes públicos cuando hay vulneración de la ley es multar, mejor dicho: multarnos. Cuarenta y ocho horas después de la catástrofe ferroviaria una joven fue sancionada en la misma estación, Castelldefels Playa, con 6.000 euros. No deja de ser contradictorio que nos escandalicemos cuando esto sucede. Infringimos la ley y al tiempo exigimos más policía y más controles para hacerla cumplir. Y cuando nos cae encima el peso de ley, nos quejamos. Nuestra complejidad y conducta, un tanto esquizofrénica, nos lleva a firmar el contrato que confiere a la autoridad poderes sobre nosotros y simultáneamente lamentamos que esa misma autoridad ejerza los poderes otorgados.

Es exigible un ejercicio de madurez. Vivir en sociedad es un compromiso. Cruzar las vías es un ejercicio de libertad personal, cargar con las consecuencias es nuestra responsabilidad.

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