Un romance imposible
Hay dudas sobre cuál es el mayor espectáculo del mundo para la mayoría de la gente. Muchos espíritus cultivados y simples confesarán que las sensaciones más excepcionales se las ha regalado siempre el cine (afirmación cuestionable o negociable al constatar con infinita pereza la intragable oferta de la cartelera actual), pero está claro que les superan abrumadoramente los convencidos de que la diversión, e incluso la existencia, dejarían de tener sabor si no existiera el fútbol. Lo que está claro es que ambas pasiones solo pueden nacer en la infancia y extinguirse con el deterioro absoluto del cerebro y con la muerte. Evidentemente, para que nazca esa irrenunciable pasión tiene que existir una base con encanto. Por ello, es difícil que los críos se enamoren del fútbol si su primer contacto con él es ver el juego de Grecia cuando ganó la Eurocopa, o la triunfante especulación de un equipo que no dispara una sola vez a puerta a lo largo de un partido, o el aburrimiento crónico del calcio, o la lamentable primera fase de este Mundial. Tampoco se hubieran sentido hipnotizados a perpetuidad con el cine si en su iniciación les obligaran a tragarse bastantes y sacralizadas estupideces que embelesan a los festivales de cine. Pero no tendrán que ofrecer razones psicoanalizables de ese amor si fueron testigos del Brasil de Pelé, el Ajax de Cruyff, el Milán de Sacchi y el Barcelona de Guardiola. Tampoco si su paladar cinéfilo fue educado por el cine de Chaplin, Keaton, Ford, Hitchcock, Lubitch, Lang, Hawks, Wilder, Renoir y demás leyendas con causa.
Las pasiones por el fútbol y el cine solo pueden nacer en la infancia
Se supone que la naturaleza del fútbol y las historias que cuenta ofrecen material jugoso para que sea desarrollado por el cine. Hay suspense, épica, lirismo, corrupción, injusticia, aventura, duelo, fatalidad, hermosos perdedores, villanos triunfantes, guerra, solidaridad, estrategia, sorpresa, honor, indignidad, deseo, miedo, azar, incertidumbre.
Pero no hay forma de que el cine haga buenas películas protagonizadas por el fútbol. Hollywood sabe del olímpico desprecio de los estadounidenses hacia el deporte al que está enganchado el resto del universo, aunque el todopoderoso Kissinger hiciera lo imposible por ponerlo de moda en Estados Unidos. Sabiendo que esa temática no puede funcionar en el mercado interno, solo existe para Hollywood el béisbol, el fútbol americano y el boxeo. Al último le debemos películas admirables, entendibles para cualquier sensibilidad. Con el rugby y el béisbol me pierdo, no sé de qué van, nunca palpito, incluida la firma del intocable Eastwood en la previsible y facilona Invictus.
John Huston, autor de tantas obras maestras como de acomodaticios engendros, demostró un ínfimo conocimiento del fútbol en la mediocre Evasión o victoria, aunque dispusiera de Pelé haciendo un gol imposible. No pillé la supuesta gracia de Quiero ser como Beckham. Sí la tiene ver y escuchar al fantasma del genuino Cantona salvando del suicidio a un deprimido adorador suyo en Buscando a Eric. Mejor no hablar de los acercamientos al fútbol perpetrados por el cine español. Y no me olvido de la racial La saeta rubia. A pesar de la nula empatía entre el cine y el fútbol, Carlos Marañón, apasionado de ambas cosas, logró escribir un libro tan documentado como divertido sobre esa estéril relación. Su empeño tiene mucho mérito.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.