Una estrella en la recámara
Ryan Reynolds (Vancouver, Canadá, 1976) lleva trabajando 20 de sus 33 años. Este actor con nombre de galán clásico y físico de jugador de fútbol americano se ha curtido en la pequeña y la gran pantalla, labrándose una filmografía de chico para todo. Ha participado en comedias románticas (La proposición), películas de terror (Horror en Amityville) y títulos de acción (X Men orígenes: Lobezno). A pesar de su larga y heterogénea carrera, el público todavía le conoce como el marido de la estrella de cine Scarlett Johansson.
La explicación puede estar en los caprichos que construyen la imagen pública: la musa de Woody Allen, una voluptuosa neoyorquina de voz ahumada, con experto manejo de su repercusión mediática, termina eligiendo a un tipo terrenal y con vena cómica. Con un atractivo más convencional y proteínico que otros ex novios de la actriz, como los jóvenes actores Josh Harnett o Jared Leto.
Sobre la relación con su mujer: "Las personas se conocen, se enamoran y se casan. No soy diferente a los demás"
"No tengo una rutina de Zsa Zsa Gabor. Como la mayoría de los tíos, me doy una ducha y estoy listo en cuatro minutos"
Reynolds ha viajado hasta Londres para la presentación de Boss Bottled Night, la nueva fragancia de Hugo Boss de la que es imagen. Es la primera vez que acepta participar en una campaña publicitaria: "He recibido otras ofertas anteriores, que no acepté porque no iban conmigo. En esta ocasión no tuve que actuar; todo lo contrario".
Es la hora del desayuno y el actor, de metro noventa y sonrisa innaturalmente blanca, escucha pacientemente la pregunta que medio mundo se hace: ¿cómo conquistó a Johansson, una de las mujeres más deseadas del planeta? "Parece que detrás hay una historia sensacional, pero no es así", contesta correcto, pero distante. "Las personas se conocen, se enamoran y se casan. No soy diferente a los demás".
El intérprete es reticente a hablar sobre temas personales, pero no es ajeno a las relaciones notorias. Durante cinco años fue la pareja de la cantante canadiense Alanis Morissette. Planeaban boda, pero deshicieron el compromiso en 2007. Un par de meses más tarde se vio a Reynolds y Johansson juntos. Y un año después contrajeron matrimonio en Canadá. Morissette escribió el catártico disco Flavours of entanglement sobre la ruptura.
Reynolds, hijo y hermano de policías de la Guardia Montada de Canadá, desembarcó en Estados Unidos a mediados de la década de los noventa. Llegó a la factoría de sueños escapando de una mediocre carrera televisiva. "Cuando era joven tomé decisiones laborales que no representaban la persona que yo era. No estaba contento con lo que hacía, lo dejé todo y empecé a trabajar en un almacén como reponedor durante el turno de noche. Hasta que un amigo me convenció para continuar con mi carrera antes de que fuera demasiado tarde. Fui de Vancouver a Los Ángeles en coche. Parecía tanto el fin como el comienzo de todo".
Hasta hace escasamente dos años (un quisquilloso cálculo remite a algún momento cercano a su boda con Johansson) se vio como un invitado en las colinas de Hollywood. "Ahora soy un hombre en su propia piel. Me gustaba la sensación de novedad, pero también disfruto estando más asentado". Esta nueva seguridad en sí mismo es respaldada por una lista de nuevos trabajos. Con papeles en grandes producciones como Deadpool y Linterna verde, es uno de los pocos actores que pone cara a dos superhéroes de las dos principales editoriales de cómics: Marvel y DC, respectivamente. Su elección ha hecho correr ríos de tinta entre los aficionados al género. A Reynolds no le quita el sueño: "Al público general no le importa una mierda si yo interpreto a dos superhéroes. Los entusiastas del cómic se preguntan si puede ser posible, pero creo que lo han aceptado de manera positiva. Son dos roles más".
Otra de sus apuestas ha sido en un proyecto de bajo presupuesto que puede resultar vital para el despegue definitivo de su carrera. Se trata de Enterrado, dirigida por el español Rodrigo Cortés, en la que interpreta a un estadounidense contratista civil en Irak que despierta enterrado en un ataúd. Un teléfono móvil y un mechero son sus únicas posesiones. Reynolds aguanta en solitario los 90 minutos de metraje.
Enterrado fue un éxito de crítica en el festival de Sundance. Cortés ha declarado que trabajar con Reynolds fue como tocar un Stradivarius. Pero el actor responde modestamente que todo el mérito es del director. "La historia no se reduce a un hombre y una caja. Es un tema tan grande que no importa dónde tenga lugar".
Aterrizó en Barcelona para el rodaje habiendo memorizado cada palabra del guión, incluidas acotaciones. "Era agosto, hacía un tiempo precioso. Pero no salí. Durante los 17 días del rodaje iba del trabajo a mi apartamento. No disfruté de la ciudad, pero ya conocía Barcelona". Reynolds volvió a Los Ángeles sin ver el sol, con heridas en la piel y escupiendo arena. Medio en broma, medio en serio, asegura que se ha enfrentado a retos interpretativos más difíciles: "Un drama como Enterrado me es más fácil de interpretar que una comedia con Sandra Bullock. Al contrario que en los dramas, en la comedia hay una musicalidad, un tono exacto que hay que conseguir".
El actor es capaz de entrenarse hasta conseguir un torso de gladiador -como hizo para Blade: Trinity (2004) y a la vez no mostrarse obviamente acicalado: "No diría que tengo una rutina de belleza como la de Zsa Zsa Gabor", bromea. "Como la mayoría de los tíos, me doy una ducha y estoy listo en cuatro minutos. Pero no se me verá llevando un chándal porque no soy un chulo".
Reynolds es más que un 'macizo'. Activo participante en causas benéficas, corrió el maratón de Nueva York con la finalidad de recaudar fondos para la lucha contra el Parkinson, enfermedad padecida por su padre: "Algo tan simple e idiota como la fama sirve para llamar la atención sobre ciertos asuntos". Ha denunciado la caza de las focas canadienses con un artículo en la página de actualidad Huffington Post: "Una sátira que alude a que las focas deben morir porque son muy peligrosas". Y durante la entrevista explica sin rodeos que los crecientes rodajes en Nueva Orleans (entre ellos, el de Deadpool) no adolecen a una voluntad solidaria: "Ojalá los grandes estudios fueran tan magnánimos. La realidad es que las deducciones de impuestos hacen que salga más barato rodar allí. Lo que no quita que termine siendo una manera de ayudar y llevar fondos a Luisiana".
Reynolds deja la impresión de estar a punto de rozar el estrellato con la punta de los dedos, impulsándose para dar el gran salto. Entusiasmo y dedicación no le faltan: "Tengo ambición, pero en su versión menos fea. Lo que quiero decir es que en cada proyecto doy todo lo que tengo. Hasta la última gota de sangre. Ese es mi trabajo".
Revolución masculina, episodio II
Ha transcurrido más de una década desde que Hugo Boss provocase una pequeña revolución en el mundo de la cosmética masculina. En 1998 se lanzó la fragancia Boss Bottled, construida alrededor de la esencia de vainilla, normalmente asociada a perfumes femeninos. Para la firma alemana, Boss Bottled Night es la continuación de la historia de ese hombre que presentó hace 12 años. Cuando llega a casa de trabajar, se afloja la corbata y se entrega a las posibilidades de la noche. Sus notas claves en esta ocasión son las maderas, sobresaliendo la llamada louro amarelo, de la Amazonia brasileña.
Si en la década pasada Boss Bottled apelaba al recién estrenado concepto de metrosexualidad y al coqueteo con lo femenino, la nueva fragancia busca una masculinidad sin disculpas. Hugo Boss considera que Reynolds, al que la firma tuvo que adaptar sus trajes para acoger sus anchas espaldas, cuenta con la requerida dosis de testosterona. "Hay algo retroactivo sobre esta masculinidad. Tomando algunas de mis referencias personales puedo citar a Jimmy Stewart y Cary Grant. Es algo ligado al trabajo duro, la atención a los detalles y la buena preparación", dice parafraseando la hoja promocional.
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