Sarcásticos, irreverentes, bufos
La guasa ha dado paso al sarcasmo. La ironía es, más que nunca, mordaz, cruel, sangrienta. La burla ya no busca la risa, sino ofender y maltratar. El cabreo social latente se va canalizando, lentamente, hacia respuestas hirientes y demoledoras dirigidas a lo establecido y lo institucional. El malestar se transforma en espectáculo despiadado de desmitificación, y casi destrucción, de muchas personas convertidas en personajes esclavos de su propio guión. La vida privada ya no es una frontera. Quienes mandan, dirigen o gozan de privilegios sociales, económicos o mediáticos, están faltando al respeto a los ciudadanos, creen muchos. Ha llegado la hora de la revuelta, de la revancha. Es el momento de ir a por ellos, y sin contemplaciones.
La victoria de un cómico en Islandia es una bofetada en un país en crisis por avaro
Se trata, parece, de reírse de los demás, descubriendo sus debilidades, ridiculizando supuestos encantos o atributos. Señalando sus errores. La multitud, en forma de audiencias ávidas de nuevas sensaciones, ataca a sus políticos o famosos. Una revuelta cómica sacude los pilares de confianza y reputación de aquellos que se consideran intocables. La burla indiscriminada se apodera del clima social como respuesta al desasosiego general.
Y, mientras el sarcasmo se convierte en la gasolina que enciende las audiencias televisivas, entre los sectores más populares, una nueva generación irreverente, joven y mileurista, urbana y digital, busca la provocación como antídoto al tedio y a la sociedad que ve reflejada en sus mayores. Mezcla colores imposibles con objetos que cobran nuevas utilidades. Todo vale para su look público. Su desafío es estético, individualista y estimula la ruptura de lo convencional. Se mueve en las redes, en especial en YouTube. Compite en pose estrafalaria e impacto visual como otra forma de respuesta, de autoafirmación que desprecia la normalidad, sinónimo de sumisión.
Finalmente, la nueva ópera bufa. El teatro social, de crítica y denuncia política de los nuevos cómicos, cada vez más audaces, más atrevidos, más poderosos, rivaliza con la política formal. Grotescos, se mofan del poder y lo retan, incluso con sus propias armas. Algunos, incluso, pasan de la simulación política a la contienda electoral. Esta misma semana, Jón Gnarr, un humorista, ha ganado las elecciones municipales en Reikiavik (Islandia). El nuevo alcalde se declara abiertamente corrupto y asegura que no cumplirá sus promesas electorales. Dice, provocadoramente, lo que muchos electores piensan de sus políticos oficiales. Los votos cómicos son una bofetada al sistema en un país en fallida económica y que fue pasto de la avaricia y la especulación financiera que ha provocado la crisis actual.
Sarcásticos, irreverentes, bufos... los ciudadanos expresan ya, en todas partes, su malestar con una mueca que solo los ciegos podrían entender como humor o cosas de frikis insolentes. La gente no está para bromas, aunque se ría. Todo se mueve.
Antoni Gutiérrez-Rubí es asesor de comunicación.
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