'A canarinha no coraçao'
La afición de la pentacampeona calienta motores en la Casa do Brasil

Habían pasado 40 minutos y Brasil empataba a cero con Corea del Norte, un equipo que sabe más de la dictadura del proletariado que del 4-4-2. Leticia se impacientaba en la cola de un puesto de churrasco: "Si no les ganamos, nos merecemos hacer una penitencia; por lo menos estar cuatro años sin comer picanha, hasta el próximo Mundial".
Más de 200 brasileños se juntaron para ver a su equipo en la Casa do Brasil, una residencia universitaria en el campus de la Complutense. En el descanso esperaban para comprar viandas de su país. Picanha (asado de vaca), bolinho de mandioca, y kibe (croquetas de carne con trigo).
"La gente parece más preocupada por comer que por los coreanos...".
"Acho que sim [creo que sí]", responde el hombre que atiende la brasa.
La calma chicha tenía su lógica. A poco de empezar la segunda parte Brasil marcó el primer gol. Sonaron los tambores. Samba: "La expresión de un sentimiento de la vida", según Arison Ricardo, que llevaba los ritmos. Para él su selección no tiene un método de juego en el campo, sino una forma de vida, la alegría licenciosa. Arison Ricardo le lanzó una advertencia a Kaká, la estrella brasileña, que está en horas bajas: "Tiene que dejar de leer la Biblia y beber más caipirinhas y salir con mulatas antes de los partidos. Eso es lo que hizo Romario, es lo que hizo Pelé, y fue O Rey".
Brasil ganó. La fiesta dejó hechos curiosos, como Darío y Neo, un argentino y un brasileño viendo el partido juntos. Dos orígenes futbolísticamente incompatibles. Al principio lo negaban, decían que eran amigos y que el fútbol no les importaba tanto. Hasta que empezaron a hablar sin reparos y las décadas de enfrentamientos en los campos brotaron en forma de chiste: "¿Sabes cuál es el mejor negocio del mundo?", dijo Neo. "Comprar a un argentino por lo que vale y venderlo por lo que cree que vale". Se hizo de noche. Los tambores seguían sonando. El humo del churrasco subía hacia la luz de las lámparas.
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