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Columna
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Códigos de barras y superioridad moral

Francesc Valls

En la película Aprile, Nanni Moretti, director y actor del filme, contempla indignado un debate televisivo entre Massimo d'Alema y Silvio Berlusconi. En una de las secuencias, Moretti exclama indignado: "D'Alema, di qualche cosa di sinistra!" (D'Alema, di algo de izquierdas!). Como le sucedía al irritado personaje, en España y Cataluña cada vez resulta más caro no ya oír algo de izquierdas, sino algo con sentido común. La dureza de la crisis se ha encargado de volver a abrir ese gran armario donde la socialdemocracia suele guardar sus buenos propósitos de cambio, siguiendo la máxima ignaciana de "en tiempo de tribulación no hacer mudanza".

El ex comisario europeo Manuel Marín daba ayer una pista, en una entrevista a la cadena SER, de lo fácil que resultaría contentar a ese sector de la sociedad que está irritado, indignado, pero al tiempo resignado a sacrificarse por la crisis. Y ponía un ejemplo bien prosaico y alejado de ideologismos. Decía Marín que los huevos llevan código de barras, los terneros llevan código de barras, los enchufes llevan código de barras... El alto grado de sofisticación hace irremediable la pregunta final del ex comisario: ¿tan difícil resulta controlar las transacciones del capital financiero en Europa?

A juzgar por la corrupción evidenciada por el 'caso Pretoria', cabría pensar que derecha e izquierda son iguales

Sin ir a propuestas tan, digamos, radicales, la UE está intentando controlar desde el estallido de la crisis, hace dos años, los hedge founds o fondos de alto riesgo, básicamente radicados en Londres. De hecho es un objetivo de la presidencia española que acabará sin que la propuesta se materialice. El pasado mes de marzo, el premier Gordon Brown le pidió a José Luis Rodríguez Zapatero que bloqueara la vigilancia sobre esos fondos especulativos para no ponerse en contra a la City en plena campaña electoral. Al laborismo británico, la verdad, no le sirvió de mucho.

La prudente socialdemocracia se bate en retirada en los gobiernos europeos. ¿Será por efecto de la crisis? Para bien o para mal, la izquierda, en la medida en que espera mucho de la política, encierra un mayor potencial de decepción. Y cuando hay crisis, la decepción crece. Quizá de ahí arranca la creencia sobre la superioridad moral de la izquierda. Pero, si no existe tal superioridad moral, ¿será que la democracia y el mercado han igualado a la izquierda y a la derecha? Desde dentro de los partidos de izquierda insisten en que esa superioridad existe. Pero en su intervención este mismo mes en la Fundación Campalans, el presidente de la Generalitat y primer secretario del PSC, José Montilla,invitaba a desterrar esa idea, como si de un viejo vicio se tratara, y hablaba de "la arrogancia, derivada de la falsa creencia sobre una supuesta superioridad moral [de la izquierda], o como el purismo, que nos condena a la inacción".

La realidad da la razón a Montilla. A juzgar por la corrupción que ha evidenciado el caso Pretoria, cabría pensar que todos, derecha e izquierda, son iguales. También confirma esa tesis el punto de vista de la fiscalía en la querella por el hotel Palau de la Música, que acusa a la Generalitat y al Ayuntamiento de dar un supuesto trato de favor a los saqueadores confesos del Palau, Millet y Montull, ciudadanos honorables y, por supuesto, por encima de toda sospecha.

¿Todos son iguales? Escribió el economista alemán Ernst Schumacher Lo pequeño es hermoso. A falta de grandes proyectos, siempre habrá detalles. Ahora, en la primera década del siglo XXI, sigue habiendo gestos que, por pequeños que sean, ayudan a la resignada y mayoritaria masa que va a pagar la crisis a sobrellevarla, por lo menos argumentalmente. La decisión del tripartito catalán de aumentar la presión fiscal a las rentas superiores a 120.000 euros en el tramo autonómico del IRPF grava, como siempre, las rentas del trabajo, pero es ejemplarizante en la medida en que a la izquierda -y más a la catalana- le queda únicamente el juego por los márgenes. Porque hay cosas autonómicamente intocables. Los redimientos financieros han tributado hasta ahora un 18%, cuando el tipo máximo del IRPF es el 43%. El impuesto sobre el patrimonio ha desaparecido desde 2008. Los grandes principios son inmutables.

Para los ideales transformadores es preciso recuperar un discurso realista, más allá del duro pragmatismo. Daniel Innerarity afirma que la izquierda resuelve sus crisis con grandes revisiones doctrinales, mientras que la derecha es más ágil y absorbe fácilmente lo que precisa de otras tradiciones políticas. Quizá ha llegado la hora de relevar los grandes principios por los pequeños detalles.

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