Teleabordaje
La batalla entre el ejército israelí y los activistas en la cubierta del Mavi Mármara, nombre evocador del mar azul de Mármara, fue tan breve como desigual. En cambio, la batalla televisiva posterior dura ya una semana. Tenemos que sentirnos honrados, porque ganar a los espectadores es lo fundamental. La televisión, que es otro mecanismo de ficciones, solo funciona cuando se desencadena el conflicto. No tiene fuerza para el análisis en calma, pese a que todos los conflictos se resuelven en la tensa calma.
Los bandos tratan de utilizar el suceso y vía televisión convencernos de un absoluto. Para unos, Israel se entrega a la estúpida crueldad de la acción porque es un país al que puede comparársele con el nazismo o el apartheid, como si eso fuera un adjetivo de usar y tirar; para otros, todo movimiento de defensa de derechos del pueblo palestino es terrorismo encubierto. En los medios españoles más obcecados solo han echado de menos que en lugar de Henning Mankell viajara en la flotilla Willy Toledo. Ha faltado poco para que gritaran que todos los escritores de novela negra son unos vendidos titiriteros.
Más allá de intoxicadores, el poder de las imágenes es el arma para ganar al espectador universal. ¿Se dan cuenta de que los conflictos son ahora concursos televisivos? Por eso Israel corrió a poner en circulación su videoclip. Allí los soldados eran víctimas de un recibimiento nada pacifista, se mostraban las armas de defensa, se presentaba el abordaje, con granadas de sonido y pistolas de pintura, como si aquello fuera un fin de semana para ejecutivos estresados.
Se procedió a requisar los teléfonos móviles, las cámaras de fotos, los ordenadores portátiles, para dejar ciego al otro bando en los reinos de la propaganda visual. Pero qué fracaso de nuevo el de la violencia. Es uno de los méritos de la televisión: la crueldad es solo crueldad. De Chaim Weizman, presidente de Israel nada menos que en 1949, escribió Isaiah Berlin que combinaba firmes creencias, esfuerzo honesto y facultad crítica; que su autoridad venía del autocontrol, la seducción y de no dejarse cegar por la pasión y el prejuicio.
Virtudes que hoy no acompañan a los dirigentes israelíes, que pierden en cada escaramuza la fundamental batalla mediática.
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