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CÁMARA OCULTA
Columna
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Es el tiempo el que hace verdadera justicia; el silencio pasa, el cine queda. Lo dijo Víctor Erice en Cannes cuando el jurado del que formaba parte anunció el palmarés. Erice se refería a la película del tailandés Weerasethakul que acababa de obtener la Palma de Oro, pero su comentario es extrapolable. ¿A quién no le ha ocurrido que, al revisar una vieja película, lo que ayer parecía extraordinario resulta hoy anodino, o encontrar méritos donde hace tiempo percibíamos aburrimiento? Películas que fueron aplaudidas con el baremo de la moda, o las que se despreciaron o se insultaron porque no correspondían a esas mismas modas, ahora pueden revelarse con un rostro distinto.

Me viene a la memoria mi desagrado ante la película de Almodóvar Entre tinieblas, que en su estreno madrileño pudo parecernos una simple bromita moderna. Cuando tiempo después se emitió por televisión y la vieron a la vez millones de españoles repartidos por ciudades y aldeas, el valor transgresor de aquellas monjas de convento, sor Estiércol, sor Rata de Callejón, sor Perdida, sor Víbora y la madre superiora, drogodependiente y lesbiana, adquirieron su auténtica dimensión de bofetada audaz que en la tele, más que en una sesión de estreno ante un público entregado que ríe con facilidad las gracias, desplegaba su enorme poder corrosivo.

Pero no siempre hay ocasión de revisar las películas que en su día detestamos, bien porque no se emiten por la tele o porque no tenemos tiempo. Esta vez, TCM da la oportunidad de volver a ver una película española, Arrebato, que en su estreno, hace ahora 30 años, no le importó a casi nadie, y que el tiempo ha ido convirtiendo en película de culto, más aún tras la reciente muerte de Iván Zulueta, su autor. En 30 años han cambiado los espectadores, la forma de ver el cine y hasta el cine mismo... Nada es ya igual, salvo las obras que permanecen. Arrebato, con sus aciertos y errores, con la modernez de aquellos años, hoy quizás trasnochada en parte, sigue conservando, a pesar de su escaso presupuesto y de las penurias del rodaje, el espíritu de una obra singular e irrepetible. El tiempo, ya lo dice Erice, pone las cosas en su sitio.

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