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Reportaje:SIN COCHE | Rascafría

La casa del olmo ausente

Las dificultades de acceso han evitado los excesos urbanísticos

Es la banda de la cachaba. Tres boinas relucientes que trepan al autobús 194 en Plaza de Castilla. "¡Ahí están los chicos!", les recibe un pasajero con gritos de alegría: "Menudos truhanes". Y la banda avanza entre las butacas repartiendo saludos como estrellas de la NBA.

El autobús emerge glorioso del intercambiador. Desde los asientos de atrás se ve el paisaje de boinas recortadas contra las torres Kio. Mientras uno de sus miembros silba una melodía de Pet Shop Boys, la banda dirige un debate con la decena septuagenarios que componen el pasaje:

-¿Qué subes, a poner tomates?

-Según como lo vea, así lo haré.

El camino hacia Rascafría es espectacular: robledales, pinares y una impagable salida a la amplitud del valle del Lozoya. Aun así, el viaje es el gran "pero" de la excursión. El autobús desde Madrid tarda cerca de dos horas y media, lo mismo que un vuelo a Roma. La mayoría de viajeros se baja en una de las innumerables paradas del trayecto antes de Rascafría. Son tantas que casi ningún excursionista elige el transporte público y los fines de semana el municipio, a los pies del Parque Natural de Peñalara, es un mar de coches.

El autobús desde Madrid tarda dos horas y media por las muchas paradas
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Una vez arriba, el resquemor contra el servicio de autobuses se olvida pronto. No es tanto el pueblo como su entorno lo que resulta cautivador, con la amenazante presencia negra del Peñalara (2.428 metros) ligeramente manchada de nieve. Lo que tampoco significa que Rascafría carezca de encantos. Por ejemplo, el paso por el pueblo del río Artiñuelo y el puñado de casonas tradicionales que quedan en pie.

Y en medio del pueblo, el vacío del olmo. El olmo de Rascafría se hundió bajo una nevada en el año 2000. Hacía tres siglos que presidía la plaza de la Villa, también su escudo, pero la misma grafiosis que ha acabado con el 80% de olmos ibéricos lo secó y dejó a merced de la nieve. En el pueblo dicen que su tronco había sido el refugio del Tuerto Pirón, un bandolero de la región que se escondía de la ley impuesta por los quiñoneros.

Esos mismos quiñoneros aparecen de una forma u otra en todas las leyendas del municipio. Eran unos milicianos en los que los reyes de Castilla delegaron después de la Reconquista para que controlaran las bandas de ladrones moriscos y cristianos que rondaban a la cercana Segovia. Cada quiñonero recibió una casa y jurisprudencia a condición de tener caballo y predisposición a la mano dura. Tenían poder en la zona, pero nada en comparación con los monjes cartujos del cercano monasterio de El Paular, desde finales del siglo XIV el auténtico corazón de la región.

Igual que durante siglos Rascafría se benefició de la influencia espiritual pero sobre todo económica de la cartuja (explotaba negocios papeleros, contaba con molinos de harina y derechos sobre las truchas del río o la madera del bosque), desde mediados de este siglo es lo idílico de su entorno natural lo que le ha permitido prosperar. En los años 50, familias de posibles madrileñas comenzaron a establecer su segunda residencia por la zona. En las últimas décadas, las atenciones del parque natural han permitido mantener el paisaje casi intacto. Eso, junto a los ingresos procedentes de la estación de Valdesquí, ha asegurado tal acumulación de riquezas entre sábado y domingo que el resto de la semana el pueblo puede vivir con una actividad muy baja. Hotelitos rurales y alguna urbanización, pero sin excesos urbanísticos; lo que ha salvado a Rascafría de la urbanización más agresiva de otros enclaves de Guadarrama, como Cercedilla, es precisamente su difícil accesibilidad.

Otra leyenda para terminar. Frente al monasterio queda el puente del Perdón. Los quiñoneros conducían por él a los reos antes de ahorcarlos en el bosque. Antes de salir, les daban la última oportunidad de argumentar una explicación para su crimen. En el puente se soltaba a los que habían resultado convincentes, una prueba más de lo que siempre se sospechó: quién puede resistirse unas bonitas palabras aunque al ladrón le pillaran con la gallina ya en la bolsa.

Apuntes de viaje

- Rascafría está a 94 kilómetros de Madrid y cuenta con 1.998 habitantes. Se llega en el autobús 194.

- Aparte de su monasterio del siglo XIV, los grandes alicientes del pueblo son naturales.

- Una ruta destacable va del pueblo al monasterio y llega a Las Presillas, unas piscinas naturales en el Lozoya con espectaculares vistas al macizo de Peñalara y Cuerda Larga.

- Desde el puente del Perdón salen otros recorridos. El más espectacular llega a las cascadas del Purgatorio siguiendo el Camino Viejo de Madrid. En sus seis kilómetros se cruzan robledales y pozas.

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