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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

A empujones

Los Veintisiete avanzan en política de estabilidad y austeridad; pero no deben olvidar el crecimiento

Jornada crucial la de ayer para la Unión Europea que debe surgir tras la Gran Recesión. En Berlín, el Parlamento alemán aprobó su aportación de 148.000 millones de euros al paquete de rescate de la eurozona. Esta votación debería llevar mayor estabilidad a los mercados, tan volátiles en las últimas semanas, aunque el mecanismo definitivo con que se dispensará la ayuda quedase por perfilar en la posterior reunión de los ministros de Economía de la UE. El compromiso alemán llegó tras una apasionada alocución de la canciller Merkel advirtiendo de que "Europa está ante la mayor prueba de fuego" desde su fundación. Los socialdemócratas se abstuvieron, en vez de votar en contra, algo que debería inspirar a la oposición en otros países, como España.

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En Bruselas, los ministros de Economía empezaron a discutir el endurecimiento de la estabilidad presupuestaria para evitar que se reproduzcan situaciones de caos como ha sucedido en Grecia, así como otras medidas que den sentido real a la idea de un euro gobernado. El rigor presupuestario, hasta ahora concretado en el Pacto de Estabilidad, era justamente la condición o contrapartida impuesta por Berlín para contribuir a los rescates griegos y de la eurozona. Según el presidente del Consejo, Van Rompuy, la reunión consiguió un "amplio consenso" para endurecer el Pacto de Estabilidad, algo que no se sabrá de verdad hasta la cumbre de junio. En todo caso la ortodoxia presupuestaria es requisito necesario de una política económica común a largo plazo.

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El diablo estará en los matices, lo esencial en estos casos. Los nueve mandamientos presentados por el ministro alemán Wolfgang Schäuble de momento responden más al diseño de una Europa alemana que al de una Alemania europea. Su dureza es máxima, al agravar las sanciones económicas del actual Pacto (multas) con la retirada de fondos estructurales, y proponer castigos políticos (suspensión del derecho a voto del infractor). Su desconfianza frente a las instituciones comunes es notoria: confía los exámenes al Banco Central Europeo o alternativamente a un grupo de institutos económicos. Y condiciona la creación de un imprescindible fondo de emergencia permanente (el actual de 750.000 millones es por tres años) a que se arbitren procedimientos de insolvencia.

Faltan dos cosas esenciales en el plan de Schäuble para que concite más credibilidad. Una es la renuncia expresa a las ventajas obtenidas por Alemania y Francia cuando se reformó el Pacto de Estabilidad en 2005, en forma de condiciones más suaves para estos dos países, que eran presupuestariamente quienes exhibían déficits excesivos y daban el mal ejemplo. La otra es un mecanismo para garantizar la igualdad de todos los socios ante la ley. Es decir, para evitar que si Alemania o Francia vuelven a incumplir, esterilicen otra vez las sanciones y solo puedan aplicarse a los países menos potentes.

Y, para que el paquete sea suficiente, falta sobre todo que la austeridad se acompañe de una estrategia global de crecimiento. Lo intentó Jacques Delors en 1992-1993, sin éxito, y de aquellos polvos vienen estos lodos. Si solo funciona la tijera para calmar a los mercados y no se aprovechan los avances en gobernanza económica para impulsar la recuperación de la senda del crecimiento, lo que nos espera puede ser todavía peor.

Hay que felicitarse de que la UE empiece a extraer conclusiones políticas de la crisis financiera en curso. Y también hay que hacerlo por los avances realizados en Estados Unidos con su propia reforma financiera, aprobada ayer en el Senado, despejando así un gran obstáculo hacia la nueva planta que las finanzas mundiales tienen pendiente y que debe recibir el doble impulso euro-norteamericano en la próxima cumbre del G-20.

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