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La Ertzaintza vive tiempos de malestar

El homenaje institucional de hoy convive con una seria desazón entre los agentes

Interior ha convocado para hoy el primer homenaje institucional multitudinario -han sido cursadas más de 2.000 invitaciones- a la Ertzaintza en sus 28 años de historia, un acto con el que el Gobierno pretende reconocer toda la trayectoria del cuerpo y mostrar su cercanía y la de toda la sociedad a los agentes. Debido al terrorismo de ETA y al enconado debate político tejido en torno al conflicto vasco, estas cerca de tres décadas han quedado casi siempre empañadas por la polémica. Hasta el punto de que uno de los pilares del autogobierno se ha convertido en casi continuo motivo de discusión y de complicaciones para los sucesivos gobienos.

La inédita celebración de hoy, la primera edición del Ertzain Eguna (Día de la Ertzaintza) que quiere implantar el departamento que dirige Rodolfo Ares, no oculta el creciente malestar que se respira entre los agentes. La llegada de los socialistas a Ajuria Enea no ha estado acompañada de las mejoras laborales que los ertzainas y sus representantes laborales anhelaban. El aumento de la plantilla supone una de sus principales demandas. El Ejecutivo ha puesto en marcha dos nuevas promociones para estabilizarla en los 8.000 profesionales. La cifra de agentes no ha dejado de crecer desde las primeras promociones, pero a un ritmo que los sindicatos consideran demasiado lento e insuficiente.

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Lejos quedan las escasas competencias que la Ertzaintza asumió en su primera etapa. Su despliegue se realizó de manera progresiva y hasta 1995 no quedó completado en todo el territorio vasco, en sustitución de la gran mayoría de las funciones que realizaban las Fuerzas de Seguridad del Estado, con las que había compartido escenario. Su ámbito de trabajo no ha dejado de crecer. La investigación y la lucha antiterrorista, el reforzado servicio de escoltas o las actuaciones contra la violencia conyugal han ido detrayendo agentes de las labores de seguridad ciudadana en las calles. También han contribuido a ello la extensión de los juicios rápidos y la obtención de certificaciones de calidad, que han burocratizado la labor polical hasta límites insospechados hace apenas una década.

Como consecuencia de esta situación, la apuesta por una policía de barrio, más cercana al ciudadano, ha quedado en entredicho, al ser la de Seguridad Ciudadana la gran perjudicada por el refuerzo de las restantes divisiones. El agente que está a pie de calle, el prototipo de ertzaina para el común de los ciudadanos, ha ido perdiendo peso relativo en la plantilla. Hasta 1998, además, no existía un sistema definido que estableciese unos objetivos de obligado cumplimiento. Su desarrollo ha dejado al descubierto las carencias que sufre el cuerpo. El resultado es que la carga de trabajo sobre los agentes se ha disparado y con ellas el absentismo laboral, que supera el 12% y, aunque ha registrado un ligero descenso en las últimas fechas, según el departamento, parece difícil de atajar si no se amplía el número de profesionales.

Junto al crecimiento y, en ocasiones, mayor complejidad de los delitos y las necesidades que impone la amenaza etarra, al sombrío panorama contribuye igualmente la crisis. Una época de recorte de gastos no parece el momento más adecuado para abordar un incremento de la plantilla policial, cuya necesidad el Ejecutivo comparte con los sindicatos, pero que es incapaz de asumir. Ni siquiera se ha podido cerrar la renovación del convenio. El vigente suma ya tres años de prórroga, otro motivo más para el malestar reinante entre los ertzainas.

Más allá de los sueldos, las condiciones laborales han supuesto siempre otro caballo de batalla, sobre todo en lo que material se refiere. La Ertzaintza salió a la calle hace casi tres décadas con un equipamiento entonces de última generación que despertó la envidia en otros cuerpos policiales. Hasta 1989, los ertzainas recibían un complemento salarial para que renovasen por su cuenta sus uniformes. Ello derivó, por ejemplo, en un espectro de camisas que abarcaba del azul cielo original al blanco lavado.Interior decidió entonces incorporar a sus presupuestos la sustitución de prendas.

A mediados de los noventa, se aprobó la utilización del buzo antidisturbios y un lustro después llegó el verduguillo ignífugo. Con el paso de los años, las novedades han dejado de serlo y han quedado también obsoletas. La consejería cerró recientemente un acuerdo con el sindicato Erne, mayoritario en la policía vasca, para abordar la renovación completa del vestuario.

Absentismo laboral, material obsoleto, instalaciones infrautilizadas por falta de personal, convenio prorrogado,... Muchos retos aguardan a Ares. En algunos campos ha comenzado ya a intervenir; en otros, no se ha embarcado aún, en buena medida porque la economía no acompaña. Los sindicatos le han dado la espalda rechazando ostentosmente acudir hoy al Ertzain Eguna. La respuesta de Ares es clara: "No pueden pedirme que en un año resuelva problemas de hace diez".

El consejero Ares, junto a varios mandos de la Ertzaintza el pasado mes de octubre en la reinauguración oficial de la comisaría de Ondarroa.
El consejero Ares, junto a varios mandos de la Ertzaintza el pasado mes de octubre en la reinauguración oficial de la comisaría de Ondarroa.EFE

La trayectoria de los seis consejeros

Las polémicas en torno a la Er-tzaintza y la situación de sus agentes han sido una constante desde su puesta en marcha en 1982, si bien su incidencia ha variado en función de quién ocupaba el Departamento de Interior. El difícil arranque de la primera policía autonómica de la actual democracia le correspondió a Luis María Retolaza. El suyo fue un periodo complejo que se saldó con los primeros conflictos entre los sindicatos y la consejería.

Juan Lasa tomó el relevo en 1988 y se mantuvo en el cargo durante tres años en los que no se registraron acuerdos reseñables entre ambas partes.

Juan María Atutxa abanderó un cambio drástico cuando se hizo cargo de la consejería en 1991. Fue el primer responsable del departamento que se implicó en la defensa pública a ultranza de los ertzainas. De su trayectoria el grueso de los agentes guarda quizá un recuerdo grato, pese a que tampoco con él se cerraron grandes pactos en materia laboral.

Le sucedió José Manuel Martiarena, pero apenas pasó un año en el cargo que pasó prácticamente desapercibido a finales de los años noventa. Fue el antecesor de Javier Balza, quien se hizo cargo de Interior en enero de 1999. Durante su década de mandato, hasta su relevo al llegar al poder el PSE, asistió a las mayores polémicas y enfrentamientos con los sindicatos, pese a los avances concretos alcanzados en distintas materias.

Rodolfo Ares lleva apenas un año en el puesto, en que ha reavivado el espíritu de cercanía a los agentes que impulsó Atutxa. El inédito homenaje de hoy supone sólo un ejemplo más de esta apuesta. Ha llevado incluso a los juzgados su política de tolerancia cero contra ETA y sus acólitos, presentando la primera querella en la historia del departamento por unas acusaciones a la Ertzaintza de practicar torturas en una operación contra supuestos colaboradores de ETA.

Por ahora, el primer consejero socialista al frente de Interior tampoco ha firmado grandes avances laborales. El adelanto de la edad de jubilación, su principal logro, venía ya cocinado del mandato anterior. Y la crisis económica no juega a su favor.

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